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Las fiestas más extrañas

Quienes las celebramos este año, ¿quiénes somos? ¿La antes llamada clase media? ¿En qué ha quedado el antes llamado mundo del trabajo?

Mercè Ibarz
Gran afluencia de gente en el centro de Barcelona pocos días antes de las fiestas de Navidad.
Gran afluencia de gente en el centro de Barcelona pocos días antes de las fiestas de Navidad.Albert Garcia

Son las fiestas de invierno más raras. Aunque igual se trata solo de las primeras de la nueva rareza. Navidad, Año Nuevo, Reyes, tiempos de regalos que este año pueden ser… de aquella manera. ¿Qué es lo que se pierde, qué es lo que se gana, este año, por culpa y por gracia del virus? Depende de tu lado en la barrera, como en todo, pero quizá más. Si eres de la comunidad sanitaria, te estás tirando de los pelos. Si de la comunidad científica, también y probablemente más, pues cada profesión relacionada con el virus se siente interpelada al máximo y, si en esta pandemia toda la colectividad sanitaria está más volcada en atender que en prevenir, los científicos afrontan el espanto de no ver atendida su principal misión, prevenir y asesorar. Las múltiples administraciones que nos rigen no se puede decir que escuchen y hagan caso ni a científicos ni a sanitarios, los ignoran. Hoy “aconsejan” esto y mañana lo otro sin que, a pesar de las alertas de aquellos, osen decretar medidas claras y contundentes. Pero, osar ¿no es su obligación?

Pongamos que no seamos ni sanitarios ni científicos, la inmensa mayoría de nosotros. ¿Cómo afrontamos estas fiestas extrañas, qué decisiones tomamos puesto que no hay reglas claras? Nuevamente, depende del lado de la barrera. No creo que me esté leyendo uno de cada siete catalanes que, hoy por hoy, subsiste gracias a las ayudas y las comidas de Cáritas. Ni tampoco ninguna persona entre los 12 millones largos en “riesgo de pobreza y/o exclusión social” contabilizadas de manera superoficial el año pasado entre los residentes españoles, con o sin papeles, que ahora deben de ser muchos más. No, los medios no son para estas personas, no tienen acceso material a los medios, la inmensa mayoría no ven prensa impresa y, si lo hacen, no creo que lean artículos de opinión como los de esta tribuna. Si no somos ni de los primeros (sanitarios) ni segundos (científicos) ni terceros (pobres en todas sus variantes), ¿quiénes somos quienes de un modo u otro celebramos estas fiestas extrañas?

La respuesta es intrincada. Ante un panorama similar en lo social, el pintor Paul Gauguin se largó a los Mares del Sur a inventarse una vida de aquellos lugares que en sus cuadros respira veraz y, más cercana en el tiempo y el lugar, la polifacética artista Fina Miralles se plantó un día como un árbol en la tierra, así de literal y de asombroso, para que alguien se diera cuenta de que la tierra y los árboles existen y así debe seguir siendo, con sencillez y nobleza. Así, pues, ¿quiénes somos, de dónde venimos, a dónde vamos?, que cantaba Siniestro Total en 1984, remedando el título del retablo de grandes proporciones del pintor que se las piró de Europa hacia Tahití sin pensar que un día a los gallegos punk postfranquistas les daría por lo mismo y lograrían como él un icono. Pregunte, joven, pregunte.

¿Somos la sufrida clase media? Depende de la edad y la salud, el salario o la pensión, de tu casa, las aficiones, a quién votas, si financias hijos y mayores, y cuánto tienes en el monedero y en el banco si es que tienes algo más que una hipoteca, o más de una, si no eres mujer ni infancia más maltratadas en esta pandemia. Aun así, ¿no habíamos quedado que tal especie ha desaparecido, la clase media? ¿Que ya no se puede incluir en esa etiqueta a casi nadie porque sus logros en el ascensor social de los años del estado del bienestar ya fueron a parar a la papelera de la historia mucho antes del virus 2020? Todo el santo día, si pones la tele, cualquier canal, cualquier noticiario, oyes hablar de sectores y de economía donde antes, hace tiempo, el periodismo y la sociedad hablaban de trabajo, del mundo del trabajo. Y así hablaban de nosotros y para nosotros, en suma, para quienes todavía leemos periódicos y creemos que la información importa, y que cuando decimos información no necesitamos añadir veraz porque la palabra misma significa, debe significar, que la información es en sí misma veraz y que, si no lo es, no es que sea fake como se dice ahora en palabra-maquillaje sino que, sin más, no es información porque no es veraz.

No hablamos de trabajo ni de trabajadores, hablamos de sectores. No hay trabajo, y si lo hay está mal pagado y sin derechos. Son las fiestas más extrañas porque cada vez todo esto es más evidente en la calle y en los hogares aunque la esfera pública calle. Dejemos de hablar de sectores económicos como si fueran la verdad veraz de la información. El virus apremia y la vida debe cambiar.

Mercè Ibarz es escritora y crítica cultural.

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