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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Una excusa oportuna

Hace tiempo que nuestros políticos andan perdidos. Sus cuitas y temores los bloquean, sea por miedo a fallar en sus tácticas a falta de estrategia, sea por su propia inestabilidad laboral y económica

Josep Cuní
Colegio electoral ubicado en la Universitat de Barcelona, durante las elecciones catalanas en diciembre de 2017.
Colegio electoral ubicado en la Universitat de Barcelona, durante las elecciones catalanas en diciembre de 2017.m. MINOCRI

De Churchill casi todo el mundo recuerda que definió la democracia como “el peor sistema de gobierno diseñado por el hombre. Con excepción de todos los demás”. Lo que ya no es tan frecuente es tener presente que también dijo que “la democracia es la necesidad de doblegarse de vez en cuando a las opiniones de los demás”. Lo primero es mera descripción. Lo segundo, obligación. Y como tal, es más costosa.

La consejera Meritxell Budó insinuó hace una semana que la pandemia podría obligar a aplazar las elecciones marcadas para el 14 de febrero, San Valentín. Si bien es cierto que la explicación de la portavoz del Govern debería relacionarse con la parte de la entrevista radiofónica que le sirvió de altavoz y que la respuesta sin la pregunta que la provocó puede quedar descontextualizada, lo constatable es que solo trascendió la posibilidad de una suspensión. Nada más. Y a pesar de que a nadie se le escapa que la pandemia es muy suya y que es atrevido programar algo en una fecha concreta porque la incertidumbre sigue dominando la situación, independientemente de la euforia provocada por la vacuna, el dardo hizo alguna diana. Tampoco a nadie se le ocurrió matizar que, siendo posible, era poco probable. Al contrario. Las réplicas fueron tan políticas como las exigencias de aclaración y, en el mejor de los casos, sirvieron para aumentar la confusión que la propia portavoz intentó despejar esta semana.

Es evidente que la lógica implacable del coronavirus exige tener presentes todos los escenarios, incluidos los planes alternativos que puedan perderse en el alfabeto más allá de la z. La conselleria encargada está en ello y el Síndic de Greuges ha entregado el informe que se le pidió. Recomendaciones y sugerencias sobran. Conviniendo pues que el riesgo existe y la responsabilidad obliga a no aparcarlo, la pregunta es: ¿por qué se convierte en polémica una especulación plausible?

Hace tiempo que nuestros políticos andan perdidos. Sus cuitas y temores los bloquean, sea por miedo a fallar en sus tácticas a falta de estrategia, sea por su propia inestabilidad laboral y económica que en épocas de turbulencias suelen determinar decisiones. La legítima condición humana. Por eso, Winston Churchill -otra vez- podría perfectamente lamentar que no sean estadistas porque piensan más en las próximas elecciones que en las próximas generaciones. Y es en este estadio donde cabe enmarcar el rumor intencionado que se ha hecho circular últimamente.

Se da por cierto, y sus protagonistas no lo han desmentido, que en su encuentro en Colliure el pasado agosto, frente a la tumba de Antonio Machado, pantalón tejano uno y camisa a cuadros el otro, Puigdemont y Torra acordaron que el entonces president no convocaría elecciones en caso de ser inhabilitado por la pancarta de la desobediencia. El proyecto político del exiliado necesitaba de tiempo. A cambio, se autorizaba al titular de la Generalitat a hacer los cambios de gobierno que deseaba y previos a su marcha para dejarlo a una suerte de mayor cohesión por lo que a Junts per Catalunya se refería. Esquerra se desmarcó y no permitió que se jugara al ajedrez con sus titulares. El poeta, silencioso en su sepultura, acreditaba que con Cataluña puede pasar como con España: que una de las dos -o más- puede helarte el corazón.

Lo sucedido después ya lo hemos vivido. Y aunque se insista en imponer una versión oficial adaptada a los intereses creados, todos sabemos perfectamente qué, cómo y por qué ocurrió. De lo contrario, y volviendo a Churchill, si el presente trata de justificar el pasado, pierde el futuro.

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Viendo cómo las encuestas predicen hoy la victoria electoral de ERC a falta de la posible corrección por su mejorable gestión de la crisis, la habladuría en los cenáculos independentistas describe cierto nerviosismo en las filas puigdemontistas. Perdiendo hegemonía, perderían poder. A pesar del eco de sus primarias, el cambio de ambiente general estaría retrasando su expectativa. De ahí que desde alguna de sus conselleries se hubiera insistido en levantar confinamientos, se hubieran filtrado documentos de trabajo y se cuestionaran decisiones económicas por otra parte insuficientes y de pésima administración. Ante este panorama y aprovechando que el Besòs pasa por Sant Adrià, estimular una adecuada apertura social con la excusa del consumo navideño podría desembocar en un empeoramiento del cuadro clínico de la covid tras las fiestas. Y delante del nuevo paisaje concurrente con la advertida tercera ola, verse obligados a tener la coartada para posponer la cita electoral.

Esta era la especulación que se quería escondida tras las palabras de la consejera Budó. Si fuera por su perversión parecería propia de una conspiración digna de un pensamiento altamente sofisticado. Imposible. De ser cierta, quizás solo respondería a algún fanático que, además de no cambiar de opinión, tampoco puede cambiar de tema. Churchill again.

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