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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

¿Con quién está el PSC?

Los socialistas pierden votos en las autonómicas desde hace veinte años. Y, pese a ello, se empeñan en seguir nadando en la ambigüedad, practican una política de cortas miras, sin poner los faros largos

Francesc de Carreras
Pere Aragonès hablando con Miquel Iceta en el Parlament.
Pere Aragonès hablando con Miquel Iceta en el Parlament.MASSIMILIANO MINOCRI

Miquel Iceta ha dicho recientemente: “Hay que romper la política de bloques”. De acuerdo, si ello fuera posible. Pero ¿a qué bloques se refiere Iceta? Solo a dos: separatistas y unionistas. ¿Se rompen estos bloques saltando constantemente del uno al otro, sin dejar claro dónde se está, tal como hace el PSC? ¿Se defienden principios o puestos de trabajo? ¿Hay mera táctica sin estrategia, tal como parece? ¿Solo regate corto sin juego en profundidad?

Se han cumplido tres años de la famosa manifestación unionista del 8 de octubre de 2017: allí no estuvo Iceta. Supongo esperaba a ver cuántos eran, si su clientela de votantes la consideraría cosa de fachas o se echarían decididos a la calle. Comprobó que se echaron a la calle y se dispuso a encabezar la siguiente manifestación, la de finales de octubre. Pero ya era tarde, no valía, eso no lo hace nunca un auténtico líder, es decir, un político con la autoridad suficiente como para que sus partidarios confíen en él y le sigan, no que sea él quien espere sentado para ver qué hacen sus partidarios.

Por eso, al cabo de dos meses, tuvo una amarga derrota en las elecciones autonómicas de diciembre y Ciudadanos, con Inés Arrimadas al frente, fue el partido más votado y con más escaños en el Parlament. Votos y escaños obtenidos sobre todo, repárese en ello, en los feudos habituales del PSC, es decir, en los barrios periféricos de las ciudades catalanas, esa más de media Cataluña que ha sido, es y será unionista, que cree que los gobiernos están para fomentar la convivencia y no para destruirla, que se desentiende de falsos problemas identitarios y que solo pretende que los políticos le ayuden a prosperar, que sus hijos tengan mejores perspectivas que ellos, tal como seguramente ellos tuvieron mejores perspectivas respecto a sus padres.

El PSC tuvo que conformarse entonces con un voto que también le es habitual, el de esa mesocracia catalana contraria a separarse de España porque lo consideran una imprudencia que puede costarles muy cara en su vida personal, pero que, en algún rincón de su corazoncito, tienen el íntimo convencimiento de que realmente los catalanes son muy distintos —y superiores, aunque no se atrevan a confesarlo, ni siquiera a sí mismos— al resto de españoles.

En esta posición se sigue situando hoy el PSC, en buena parte ya fue así en las primeras décadas de la democracia, cuando siempre perdían frente a Jordi Pujol en las elecciones autonómicas, pero Felipe González les sacaba las castañas del fuego en las generales. Pero sobre todo ha sido así desde los funestos tiempos del tripartito de Maragall y Montilla, la extraña pareja, cuando el catalanismo pujolista empezó a pasar de la autonomía a la independencia, en buena parte por culpa de los socialistas, por su errado empeño en aprobar un nuevo Estatuto, que se ha demostrado inútil, para pretender granjearse el favor de los partidos nacionalistas con unas consecuencias que, a la vista están, han resultado radicalmente contrarias a este objetivo: desde hace ocho años el catalanismo separatista es más fuerte que nunca y si en determinados momentos busca el apoyo del PSC es para tomarle el pelo.

Con esta táctica sin estrategia, los socialistas van sorteando la situación, ocupando cargos en los distintos niveles políticos y administrativos para contentar a los miembros de su aparato y de su clientela, pero en las autonómicas pierden votos desde hace veinte años. Esa es la realidad. Y, a pesar de ello, se empeñan en seguir nadando en la ambigüedad, practican una tímida política de cortas miras, sin poner nunca los faros largos. Dan prueba de su visible ineficacia junto a Colau en el Ayuntamiento de Barcelona, se acercan disimuladamente a ERC, que les trata con desdeño, contribuyen a socavar el sistema constitucional aliándose, a la vista de todos, con los partidos populistas e independentistas. No le hacen ascos a podemitas ni a independentistas, solo desprecian a los unionistas, ni pensar en colaborar con ellos para formar un frente común en cuestiones básicas.

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No es cierto, como dice Iceta, que ellos sean partidarios de “romper con la política de bloques”. Para nada es cierto. ¿Con quien está el PSC? Con un bloque, el de los separatistas y populistas, son sus colaboradores necesarios, serían mucho más débiles sin el apoyo socialista.

Francesc de Carreras es catedrático de Derecho constitucional.

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