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Malestar del público por el escaso uso de mascarillas entre los músicos en el concierto inaugural de la OBC

La orquesta catalana abrió temporada con un concierto irrelevante bajo la batuta de su titular, Kazushi Ono

El titular de la OBC, Kazushi Ono .
El titular de la OBC, Kazushi Ono .

No se recuerda una inauguración de temporada tan discreta como la que han ofrecido la Simfònica de Barcelona i Nacional de Cataluña (OBC) y su titular, Kazushi Ono, este viernes en el Auditori. La pandemia se llevó por delante lo que prometía ser un arranque espectacular, la Sinfonía Turangalila, de Olivier Messiaen, y se entienden todo tipo de cambios y ajustes en la programación en la lucha contra la Covid-19. A cambio, se espera más entusiasmo para abrir el curso con una fiesta musical que levante los ánimos. No fue el caso. Ono y la OBC apenas pasaron de la corrección profesional y el concierto, de los que se olvidan nada más salir a la calle, acabó con simples aplausos de cortesía.

Después de seis meses cerrado al público, el Auditori abre su Sala Pau Casals con las adecuadas medidas de seguridad; rutas de entrada y salida bien trazadas, butacas separadas -con mil espectadores, la mitad de su aforo, andan sobrados de espacio-, dispensadores de gel hidroalcóholico automáticos, etcétera.

El uso de mascarillas es obligatorio, pero no para todos. Ono y la mayoría de los músicos de cuerda se quitaron la mascarilla al salir al escenario. Muchos la depositaron en los atriles, que pueden ser un peligroso vehículo de transmisión del virus. Pueden alegar que el escenario es grande y la separación quizá permite tal relajación en una plantilla de alrededor de cuarenta músicos que, en la pieza de Mozart, bajó a veintiséis, de los que solo cinco optaron por llevar mascarilla. Sea como sea, esta decisión crea una sensación de inseguridad que muchos espectadores comentaron con disgusto al salir del Auditori.

Abrieron con la afrancesada obertura de Hercule et Omphale, el último ballet que el guitarrista y compositor catalán Ferran Sor compuso para el Teatro Bolshoi de Moscú, y cerraron el concierto, sin pausas, con la Segunda sinfonia, de Ludwig van Beethoven. Por azares del destino y capricho municipal, la OBC y Ono ya ofrecieron estas dos obras el 26 de septiembre en su tradicional concierto de la Mercè. La deliciosa Sinfonía concertante para violín y viola, de Wolfgang Amadeus Mozart, completó la poco original propuesta.

En su afán publicitario para atraer el público, los responsables del Auditori anuncian cada programa con un título con gancho. A este le han puesto La imaginación y no se han cubierto de gloria: tanto en la selección de las obras como en la interpretación de Ono, la imaginación brilló por su ausencia. Faltó donosura, por ejemplo, en la obertura de Sor, una música ágil y amable que no acabó de levantar el vuelo.

La musicalidad, elegancia y finura expresiva de dos jóvenes solistas en ascenso, la violinista catalana Maria Florea y la violista madrileña Sara Ferrández, dieron más calor expresivo a la bella Sinfonía concertante para violín y viola, en especial a su sublime Adagio. El acompañamiento de Ono fue claro y pulido, aunque no resulta fácil mantener la cohesión y el equilibrio del sonido orquestal con tanta distancia entre los músicos. Las limitaciones acústicas se hicieron más patentes en una Segunda sinfonía de Beethoven resuelta con corrección y cierta asepsia expresiva. Irrelevante, en suma, cuando espera una estimulante fiesta musical al volver a disfrutar la música en vivo

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