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obituario
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Miguel Ángel Aparicio, maestro de Derecho Constitucional

El pasado viernes falleció el exdecano de la Facultad de Derecho de la UB

El catedrático de Derecho Constitucional Miguel Ángel Aparicio.
El catedrático de Derecho Constitucional Miguel Ángel Aparicio.UB

En la madrugada del 25 de septiembre, mientras dormía, falleció en Barcelona Miguel Ángel Aparicio. Tenía 77 años. Había nacido en Cevico Navero, un pequeño pueblo de la provincia de Palencia, pero los estudios de bachillerato le llevaron hasta Granada, donde se licenció en Derecho. Se trasladó luego a Cataluña, donde empezó su carrera académica. Se integró a la Facultad de Derecho de la Universidad de Barcelona desde 1970 hasta su jubilación hace dos años.

En tantos años de docencia, como catedrático desde 1985, siguieron sus lecciones muchos centenares de estudiantes. Las clases, durante el franquismo, pasaban de puntillas sobre las instituciones de la dictadura y ofrecían una panorámica de Derecho Constitucional comparado y de la deprimente historia constitucional de nuestro país. Con la llegada de la Constitución en 1978, el contenido de la materia pasó a ser el que le correspondía: la descripción y el análisis de la norma que preside nuestro ordenamiento jurídico. Ese cambio pasó a los programas con naturalidad, pero suscitó debates entre los docentes. Existía un cierto temor a enseñar un Derecho Constitucional formalista, desvinculado de la realidad política a la que se supone que tiene que regir la Constitución. Y ahí fue cuando descubrimos a Miguel Ángel Aparicio quienes entonces éramos jóvenes profesores en formación, bastante ignorantes de los problemas epistemológicos que se debatían.

Porque el profesor Aparicio reunía dos características. La primera es que sabía mucho derecho público: antes de dedicarse a la docencia, había sido letrado, por oposición, en los ayuntamientos de Badalona y Barcelona. La segunda es que tenía un gran bagaje de lecturas de los clásicos del pensamiento político. Por eso era fácil ver en él a un maestro. No solo lo parecía: lo era. Las lecturas que recomendaba eran de las que dejan poso, como ocurría con sus charlas. Porque si se le planteaba un problema, además de aportar una solución, hacía consideraciones que impulsaban a ir más allá. Enseñaba el valor de las preguntas y la importancia de formularlas con lucidez, como la vía para llegar a respuestas.

Se dedicó en cuerpo y alma a su trabajo universitario, como docente e investigador. También consideró que su tarea era mejorar las condiciones de trabajo, estudio e investigación de la Facultad, de la que fue decano entre 2001 y 2008. Porque su carácter tenía una dimensión solidaria que empezaba por su entorno cotidiano, y que en los años del franquismo se manifestó en su militancia política. No fueron cosas desconectadas, sino la expresión de un profundo sentido de la justicia.

Kirchmann, un jurista alemán del siglo XIX, afirmaba que bastan unas palabras del legislador para convertir bibliotecas enteras en pasta de papel. Esa afirmación provocativa tiene una parte de verdad, pues muchas monografías pierden interés al desaparecer las leyes que analizaban. Pero eso no vale para la influencia de los maestros como Miguel Ángel Aparicio.

Fue pionero en la investigación del Poder Judicial en España. Estudió los derechos sociales y el autogobierno de Cataluña desde sus primeros pasos en 1979 y publicó trabajos de teoría constitucional. Todos siguen siendo valiosos por el rigor desplegado en el análisis. Y ese legado no es solo para la comunidad de los estudiosos del derecho constitucional, porque alcanza hasta donde haga falta comprender el significado de la Constitución. Como nos enseñó Miguel Ángel Aparicio, en ella hay reglas para la vida política, un proyecto de sociedad y algunas promesas de justicia. No es un instrumento para la lucha partidista. Tampoco un elemento inocuo en las tensiones sociales, ni se confunde con sus caricaturas interesadas. El profesor Aparicio supo verlo y explicarlo, y queda su obra y su ejemplo. Es mucho, pero, aun así, echaremos de menos su generosa amistad.

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Xavier Arbós es catedrático de Derecho Constitucional de la UB.

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