Muere el histórico humorista gráfico Fer a los 71 años
Fue uno de los referentes de ‘El Jueves’ y un fijo en el diario ‘El Punt Avui’
Eran todos muy bajitos, cabezudos, con una narizota descomunal, normalmente se movían en tropel y acostumbraban o bien a defender y atacar un castillo o a protagonizar historias de un pueblo que tenía como epicentro un puticlub. Así florecían, según temáticas, soldados medievales de valentía dubitativa, payeses directos, curas libidinosos, falangistas de borla y hasta los temibles policías grises de los años 70, con su porra, casco con visera protectora y escudo… Estos eran mayormente los grandes personajes del dibujante José Antonio Fernández, Fer para el oficio, un histórico desde la década de los 70 del humor gráfico catalán y un fijo en el diario El Punt Avui, que ha fallecido hoy a los 71 años.
El nombre artístico de Fer se lo puso otro grande del gremio, Perich, cuando supo que aquel profesor de Historia de instituto --nacido en un pueblo de León (Mansillas de las Mulas, 1949), pero que llegó a Mollet del Vallès con sus padres cuando tenía cuatro años-- que dibujaba aquellos muñequitos, duplicaba apellido: José Antonio Fernández Fernández. Era a principios de los años 70 y estaba aún lejos de ser el gran humorista que sería y que sus orígenes prometían: un estudiante universitario con tendencia a hacer chistes gráficos de corte sociopolítico que acababa malvendiendo. “Nunca me lo tomé en serio; lo hacía para poder pagarme los libros”, recordaba él mismo años después. Así, siendo alumno de la Facultad de Filosofía, se inició en revistas como la renacida Patufet, Oriflama y en Mata Ratos, saltando posteriormente a la tira de prensa diaria en cabeceras como La Prensa, El Correo Catalán o el deportivo 4-2-4.
Otro nombre ilustre del sector, Jordi Ginés, Gin, le reclutó para la aún notable, a mediados de los años 70, El Papus, donde consolidó su primera serie iconográfica: El castillo. Quizá el eco que tuvo con sus historietas (en parte nutridas con sus conocimientos de Historia) le llevó a la dirección de la publicación durante varios años, pero eran malos tiempos ya para El Papus: “No supo adaptarse; a finales de los 70 la teta ya estaba en la calle y el palacio de invierno político que machaconamente había insistido en tomar había quedado desfasado”, reflexionaría tiempo después. Ahí ya comprobó, sin embargo, algo que defendió siempre, que “el humor es un arma de combate”: tuvo diversas denuncias y hasta alguna amenaza de la extrema derecha. Con los años, ni el hoy rey emérito Juan Carlos I (“si no son dibujos muy torpes, no hay problema, tiene sentido del humor; le incomoda más que se metan con sus hijos”), ni la Iglesia se libraron de sus invectivas.
Aquella precariedad y aquellos tiempos inciertos de cambio en España le hicieron entrar y salir del oficio, refugiándose al final en la seguridad del profesor de instituto. Pero el rumbo de su vida empezó a cambiar en 1981, cuando saltó como colaborador fijo a El Jueves, del que se convertiría en un referente clásico al triunfar con dos series que le hicieron enormemente popular: Historias fermosas (para los expertos, quizá su mejor trabajo) y Puti-club (1982), que acabaría convirtiéndose en una especie de crónicas de un pueblo a partir de un sospechoso bar de carretera, con peripecias entresacadas tanto de la vida real como de historias inventadas, pero siempre con un deje simpático y emotivo, de cuando esos lugares “los regentaban señoras con cierto cariño”, lo definió. En el pueblo pasaba, en el fondo, lo que pasaba en el pueblo mayor, la compleja España de los 80.
Los domingos por la tarde, escuchando por la radio los partidos del Barça (llegó, con los años, a hacer alguna intervención en La transmissió d’en Puyal), o, entre semana, hasta bien entrada la noche, tras la corrección de trabajos y exámenes, Fer construía sus historietas, compaginando como podía las labores de docente y dibujante, proliferando como setas las colaboraciones (Barrabás, Don Balón…). Admitía que las ideas de los guiones le venían “sobre la marcha; si es antes, las apunto en un papel y voy haciendo”, un método que se reflejaba en la espontaneidad de sus tiras, una producción que, dadas las circunstancias de doble profesión, le agobiaba. La situación cambió en 1987, cuando entró a colaborar en el diario Avui, en el que ha seguido, vía Punt Avui, cada día hasta hoy mismo, en que ha aparecido su última viñeta.
Admirador del gran historietista francés Jean-Marc Reiser y, en España, de colegas como Ivà y el dúo Gallego-Rey, recibió en 2005 el premio El Gat Perich que él mismo, en 1996, creó en noble recuerdo de quien le había bautizado artísticamente. Un año después, en 1997, la Universidad de Alcalá de Henares le declaró Catedrático de Humor. Hacía un tiempo ya que había asaltado el castillo del humorismo gráfico. Una heroica proeza para quien, en sus inicios, sólo dibujaba para pagarse los libros de estudiante.
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