Ventilar la neurona entre arrozales
El Delta de l'Ebre se convierte en uno de los destinos concurridos del verano pandémico, aunque los turistas se concentran en unos pocos enclaves
Cuando en una extensión de 320 kilómetros cuadrados tres cuartas partes son campos de arroz, aunque se pare el mundo, la vida sigue bastante igual. El coronavirus pasó de largo del Delta de l’Ebre en primavera (ahora Deltebre y Sant Jaume d’Enveja acumulan 32 casos, según los datos de Salud). En las semanas más duras no hubo contagios entre sus 15.600 habitantes, a quienes los cuerpos policiales controlaron los movimientos: se mostraban recelosos cuando los de Jaume querían cruzar el río para ir al Lidl de Deltebre, la meca de la zona en materia de supermercados.
Llegaron la desescalada y el puente de Sant Joan y con ellos el frenesí de urbanitas buscando vistas y ventilar la neurona tras meses encerrados en pisos de ciudad. Bares y restaurantes nos esperaban, pero no tanto, nos alertaban. Ha llegado el verano y dicen que el Delta ha sido, como el Pirineo, uno de los destinos más concurridos. El Diari de Tarragona hablaba hace unos días con datos de empresarios de una ocupación turística del 70%. Faltarían los de Airbnb, que también ha conquistado la zona.
Pero si se evitan la docena de puntos más emblemáticos o conocidos (los miradores, Los Vascos y el Far del Fangar, en un extremo; y las playas de Eucaliptus y el Trabucador, en el opuesto), el protagonismo de los campos es tan abrumador que el Delta es el de siempre. El cereal ya está alto. Huele a arroz. Las cuadrillas, con muchos empleados de origen paquistaní, siguen arrancando malas hierbas (birbar, es el verbo en catalán). En breve comenzará la cosecha que mudará la planicie del verde del arroz al marrón del barro.
El agua corre por el complejo sistema de canales de riego y desagüe. Las avionetas sobrevuelan los campos y fumigan o sueltan un aceite que evita que el grano se humedezca. El trajín de tractores es constante. Los cangrejos americanos corren por el fango. La lucha contra el caracol manzana no da tregua. El frenesí de aves acuáticas picoteando y volando entre humedales es constante. Los mosquitos pican, puntuales, cuando sale y se pone el sol.
Y mientras, la amenaza de la regresión y del cambio climático, con temporales cada vez más frecuentes y violentos, sigue allí. El Gloria, en enero, provocó la entrada de mar en campos de cultivo, daños en las infraestructuras hidráulicas y la rotura de la frágil lengua de arena del Trabucador.
Aquí siempre suele haber gente: turistas y visitantes de la misma provincia, que montan campamentos considerables. Los locales van a la playa a pasar el día y el desembarco de pérgolas, mesas, sillas, neveras (tienen el paladar fino y no son de bocata) es admirable. Pero este agosto la cantidad de coches es para llevarse las manos a la cabeza. Decenas, centenares, me atrevería a decir que miles de coches, furgonetas y autocaravanas. Sus ocupantes, con el móvil y el Instagram abiertos. La playa zona donde se concentran los kitesurfers mira al oeste y se vende como la única de Cataluña donde se ve ponerse el sol.
A mi tío, que buenamente nos acoge en su casa varias veces al año, le sacan de quicio estos mogollones y los apiñados cazadores de una instantánea que puede obtenerse desde todo el Delta. A un palmo sobre el nivel del mar, se disfruta del horizonte las 24 horas. Aunque mientras se concentren aquí o en el Fangar, no descubrirán el resto, se consuela.
La pandemia ha impactado también en las fiestas mayores y en sus protagonistas: los bous. Fiestas con toros y vaquillas en la calle o en plazas construidas con carretas caseras que desafían la gravedad y al abecé de la construcción. Las tardes de bous, pagadas entre los Ayuntamientos y las peñas taurinas, son un evento festivo, social, intergeneracional y gastronómico en el Delta.
La ausencia de este año coincide con la irrupción de la primera entidad creada en el territorio que rechaza los bous: Som Poble. Por primera vez no la integran animalistas de fuera del Delta. Hasta ahora intocables (el Parlament los blindó en 2010) Som Poble defiende que “la tradición no justifica el maltrato animal” y pide que no se destine dinero público a los bous. Han comenzado a recabar datos sobre lo que cuestan a los ayuntamientos. Y han emprendido una campaña insólita en la que caras conocidas se significan y cuestionan la fiesta. Si el año que viene estamos libres de covid, de mascarillas y vuelven las fiestas, habrá que estar atentos al impacto de estas campañas. Como habrá que ver cuántos de los que han descubierto el Delta repiten.
Pedalear a primera o última hora
Población: 15.600 (sumando Deltebre, Sant Jaume d’Enveja, Els Muntells y Poblenou del Delta).
Actividades económicas: El Delta de l’Ebre concentra el 98% de la producción de arroz de Cataluña.
Lugares para visitar: Más que un lugar concreto, lo mejor es coger la bici y pedalear. Kit básico: agua, sombrero y prismáticos.
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