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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Suspiros de bilateralidad

Hace meses, y con mayor ahínco desde su ausencia en la conferencia de presidentes, que Quim Torra clama por una reunión bilateral con Pedro Sánchez pero no tiene forma de concretarla

Joan Esculies
Jordi Pujol, el pasado mes de febrero en la presentación del libro de Artur Mar, 'Cap fred cor calent'.
Jordi Pujol, el pasado mes de febrero en la presentación del libro de Artur Mar, 'Cap fred cor calent'.Carles Ribas

Clinc-clinc, clinc-clinc. Noche del domingo 4 de febrero de 1980, Palacio de la Generalitat. Josep Tarradellas preside la cena de recibimiento a Jesús Sancho Rof. El ministro de Obras Públicas y Urbanismo visita Cataluña por primera vez tras diez meses en el cargo. El presidente está molesto por la demora, por las migradas inversiones y por la ausencia de política respecto al trasvase de agua del Ebro al campo de Tarragona. La visita, ha expresado, promete ser “interesante a la par que preocupante”.

En la cena les acompañan el consejero del ramo, Lluís Armet, y media docena de altos cargos de ambas administraciones. Clinc-clinc, clinc-clinc. Puesto que el anfitrión no media palabra, los comensales permanecen mudos. Concierto de tenedores y cuchillos con la porcelana. Primer plato. Clinc-clinc. Segundo plato. Clinc-clinc. Acabado el postre, Tarradellas se levanta. Su figura, metro ochenta largo, se proyecta sobre su invitado. “Bienvenido a Cataluña, señor ministro” y, teatral, se va.

Pujol trató siempre de situar a Cataluña como una suerte de ‘primus inter pares’ respecto a los demás territorios

Armet, 40 años después, todavía se ve recibiendo en el aeropuerto del Prat —como era preceptivo en el Gobierno Tarradellas— al ministro, anticipándole el enojo del presidente. Durante la cena, recuerda, “la violencia del silencio era brutal”. El episodio, que no mera anécdota, formaba parte de la modulación de la relación bilateral que el entonces mandatario catalán se esforzaba en mantener con el Gobierno de España. El momento era complejo. Adolfo Suárez se hacía el remolón con el traspaso de competencias preestatutarias a las puertas de las primeras elecciones al Parlamento de Cataluña.

Entre 1977 y 1980, no sin dificultades, los gobiernos catalán y español mantuvieron una relación bilateral, de tú a tú, bajo la concepción tarradellista de que la Generalitat era Estado, el Estado en Cataluña, y que, aunque no tuviese las competencias transferidas, debía ser informada, consultada y escuchada, y que bajo ninguna premisa su presidente y Gobierno debían quedar al margen de la toma de decisiones de todo aquello que estuviese bajo su manto.

Con el triunfo de Jordi Pujol y durante sus más de dos décadas liderando Cataluña, esa idea cambió. La Generalitat dejó de concebirse como parte del Estado para situarse a menudo frente a él. La arquitectura de España también se cerraba. Cataluña dejaba de verse como la promotora del autonomismo para ser una autonomía más.

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Sin embargo, Pujol trató siempre —por derroteros completamente diferentes a los de Tarradellas— de situar a Cataluña como una suerte de primus inter pares respecto a los demás territorios. En ocasiones con cierto éxito en cuanto a obtención de competencias e inversiones, en otras tantas como mera representación para proyectar y mantener el denominado “fet diferencial”.

La bilateralidad del primer modelo funcionó gracias a la auctoritas del anciano presidente, la del segundo en gran medida debido al hábil grupo parlamentario de Convergència i Unió —y a la necesidad de él— en Cortes. Sin lo uno o lo otro, mantener una relación de tú a tú en el marco autonómico estatal no es posible.

Cuando la propuesta se reitera en demasía, la imagen se invierte y la voz demandante no se hace escuchar

En esta situación se encuentra hoy precisamente el Gobierno de la Generalitat. Hace meses, y con mayor ahínco desde su ausencia en la conferencia de presidentes de San Millán de la Cogolla, que el presidente Quim Torra clama por una reunión bilateral con Pedro Sánchez pero no tiene forma de concretarla. Cuando el lehendakari consigue ciertas prerrogativas para Euskadi lo hace porque parte del factor diferenciador del concierto vasco, sí, pero también porque tiene un equipo de cocineros que le preparan los platos —por ejemplo, Pedro Azpiazu, diputado en Cortes 2000-2016, ahora consejero de Hacienda y Economía y negociador de la senda de déficit que abrió la puerta del monasterio de Yuso a Íñigo Urkullu—.

Por bilaterales que sean las relaciones intergubernamentales, incluso cuando son en clave federal, el ejecutivo central suele tener más herramientas para implementar sus designios. Precisamente por ello en estas circunstancias hay que saber dónde pisar. Las dos primeras ocasiones en que uno pide una reunión de tú a tú y no se la conceden puede conseguir cierta empatía (¡cómo son los de Madrid!). Sin embargo, cuando la propuesta se reitera en demasía, la imagen se invierte y aquello que se evidencia es que la voz demandante no se hace escuchar, que no hay grupo, ni auctoritas. Y entonces a la ciudadanía, incluso la de las propias filas, le embarga una enorme sensación de desamparo. Clinc-clinc. Suspiros (de Cataluña).

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