El racismo de todos los días
El desgraciado caso Floyd ha puesto el foco en la discriminación de la policía, pero ello no debe hacer que perdamos de vista el racismo ‘inter privatos’, que se da tanto en Estados Unidos como en Cataluña
El pasado 4 de junio, en el contexto del revuelo mundial por la muerte de George Floyd a manos de un agente de policía de Minneapolis, el Parlamento de Cataluña se apresuró a aprobar una Declaración de solidaridad con las protestas contra el racismo y la discriminación. En esa declaración, el Parlamento condena el asesinato de Floyd y de todas las víctimas del racismo, “en Estados Unidos y en todo el mundo”, y reafirma su compromiso con una sociedad libre de desigualdades y de discriminaciones, al tiempo que también reivindica el derecho de la ciudadanía a la protesta y aboga por una solución dialogada a los problemas estructurales del racismo y la discriminación. Todo muy correcto: el único elemento que le falta a la Declaración es un reconocimiento explícito de que los “problemas estructurales del racismo y la discriminación” también afectan a la sociedad catalana.
El confinamiento por la pandemia de la covid-19 ha tenido el efecto de silenciar noticias relevantes que no tenían relación directa con el coronavirus. Un ejemplo es la publicación del informe de 2019 de SOS Racisme sobre el estado del racismo en Cataluña. Durante 2019, esta ONG atendió a 519 personas e identificó situaciones constitutivas de racismo en 188 de ellas, 128 de las cuales dieron lugar a sendas denuncias. Contra lo que pueda parecer, no es en los cuerpos policiales donde se concentra la mayor parte de las situaciones de racismo. Por segundo año consecutivo, el ámbito que se lleva la palma son las “relaciones entre particulares”. Y por segundo año consecutivo la mayoría de esas situaciones se dan “entre vecinos y vecinas”.
El desgraciado caso Floyd ha tenido el mérito de poner el foco en el racismo sistémico de las fuerzas policiales, pero existe el riesgo de que la insistencia en la violencia policial nos haga perder de vista el racismo inter privatos, que se da tanto en Estados Unidos como en Cataluña.
Otro hito silenciado durante el estado de alarma es la entrevista a Alaaddine Azzouzi publicada en un medio digital catalán. Alaaddine Azzouzi es un joven de 20 años nacido en Mataró que estudia en la Universidad Autónoma de Barcelona. Hasta aquí todo bien: el problema de Alaaddine Azzouzi consiste en ser hijo de inmigrantes marroquíes, una circunstancia que le ha llevado a vivir el racismo en su propia piel. En la entrevista, Alaaddine cuenta sus “puntos de inflexión”, ninguno de los cuales tiene que ver con los cuerpos policiales. A los 10 años, un día jugaba en la calle con un chico y de pronto el padre del chico le dijo que volviese a casa de inmediato, “que te he dicho que no juegues con moros”. A los 17 se fue con sus amigos a una discoteca: les dejaron entrar a todos menos a él. Y en noviembre del año pasado, cuando se dirigía a arbitrar un partido de fútbol en una localidad del Maresme, un grupo de personas apostadas en un bar (podrían haber sido perfectamente padres de futbolistas) le increpó con lindezas como “puto mena ven aquí”, “os reventaremos a todos” y “si os cogemos por el pueblo os matamos, moro de mierda”. A la pregunta de en qué ámbitos de la sociedad catalana observa un racismo más enraizado, Alaaddine Azzouzi responde sin paliativos: “Absolutamente en todos los ámbitos. En todos”.
Las sensaciones de Alaaddine Azzouzi respecto a lo que él llama “racismo cotidiano” no son esencialmente diferentes de las que otros descendientes de inmigrantes magrebíes han contado antes. Hace solo dos años, por poner un solo ejemplo, le preguntaban a Míriam Hatibi, autora del libro Mira'm als ulls. No és tan difícil entendre'ns, si hay racismo en la sociedad catalana. Respuesta: “Hay prejuicios negativos y discriminación. Evidentemente, existe un racismo violento, pero ahora no hablo de este, sino del racismo sutil, que a veces es fruto de la ignorancia, pero se acaba traduciendo en discriminaciones”.
He aquí la Cataluña real que el Parlamento de Cataluña soslayó en su Declaración del 4 de junio. En la gestión de la pandemia, el presidente Quim Torra ha intentado labrarse un perfil de estadista. El 4 de junio Torra perdió una ocasión de oro en su noble empeño. Habría podido pedir la palabra y, emulando al primer ministro holandés Mark Rutte, lo habría podido decir: “El racismo es un problema en Cataluña”. Su silencio es tan decepcionante como consecuente: en las 138 páginas del Plan de Gobierno de la XII Legislatura la palabra “racismo” aparece un total de cero veces.
Albert Branchadell es profesor de la Facultad de Traducción e Interpretación de la UAB.
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