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La barba de Mas

El nuevo look facial ha convertido al ‘expresident’ en un rebelde inconformista. Ahora dice que el personal sanitario debería cobrar más, cuando él tras dos años de Gobierno ya les había recortado en un 12,2% los salarios

Mas apareció con barba en los informativos de TV3.
Mas apareció con barba en los informativos de TV3.
Francesc Valls

Hace unos días en TV3 comparecieron tres expresidentes de la Generalitat para explicar sus experiencias sobre coronavirus y confinamiento. José Montilla, Artur Mas y Carles Puigdemont aportaron telemáticamente sus visiones. Las declaraciones más llamativas correspondieron a Mas, que —fiel a su tradición marinera— con un timón de fondo y una barba menos recia pero más cuidada que la del capitán Archibald Haddock, aseguró que el sistema sanitario “aguanta por los salarios bajos del personal”. Llevado por el peso ideológico de su nuevo look agregó: “Si todo el mundo en salud cobrara el salario que le corresponde no habría dinero para pagar”.

A este Artur Mas marinero, travestido de viejo profesor, la barba le ha mostrado el camino hacia la luz de la rebelión. El expresident, al que la CUP envió a la papelera de la historia, ha resucitado en reflexivo inconformista. Ahora le acompaña el aura de nacionalista rebelde, como si nada de lo que hizo entre 2010 y 2014 fuera con él. El nuevo Mas actúa como si todo estuviera por escribir desde que Bakunin y Garibaldi se fundieran en fraternal abrazo en el congreso fundacional de la Liga por la Paz y la Libertad hace siglo y medio.

Pero la realidad es terca. En junio de 2013 su Gobierno ya había recortado en un 12,2% el sueldo medio de los sanitarios del Institut Català de la Salut. Eran tiempos en que el entonces president oficiaba —como hizo en las jornadas del Círculo de Economía en Sitges (2011)— de sumo sacerdote neoliberal: “La fórmula arriesgada es no subir impuestos y forzar la reducción del gasto”. Mas apostaba por “valores fuertes” frente “al exceso, la algarabía y la demagogia” de la izquierda que se manifestaba contra los recortes. “Minorías muy ruidosas tratan de impresionar e introducir dudas a las mayorías silenciosas”, sentenciaba Mas en un discurso que traía a la memoria aquellos “eternos descontentos” a los que franquismo achacaba tantos males.

Para imponerse al ruido, desembarcó cual marine de un helicóptero el 1 de junio de 2011. Había tanta indignación, ira y fuego en las calles que el paladín de la mayoría silenciosa tuvo que llegar por aire a la Cámara catalana. No era para menos, pues además de los recortes que consagraban sus presupuestos y que se aprobaban ese día, había puesto fin por “injusto y discriminatorio” al impuesto de sucesiones, hito histórico-fiscal con el que celebró sus primeros 100 jornadas de Gobierno.

Firme en sus convicciones, no aflojó. En julio de 2012, la ley catalana de estabilidad presupuestaria anticipó en dos años para Cataluña el objetivo de déficit fijado por el PP para España. Como el hispánico Cid en la jura de Santa Gadea, Mas entonó <CW0>el valiente: “Tu me destierras por uno, yo me destierro por cuatro”. Y su arrojo quedó demostrado: un ajuste de 2.860 millones, 1.300 de ellos en sanidad. Si el 2010 la inversión en salud por habitante era de 1.297,45 euros, en 2014 ya rondaba los 1.090 euros per cápita. Para equilibrar los recortes “expropió” 50 millones de euros de la partida de la renta mínima de inserción, la ayuda que percibían los más débiles. Su habilidad austericida era presentada como un trofeo ante los inversores internacionales: Cataluña era más europea que nadie y hacia los deberes, no como España que es una nación de “fiesta y toros”, tal como la calificó en 2012 en Massachusetts.

Ahora ya no haría nada de lo que hizo. Todo eso son páginas negras a olvidar. Pero a pesar de la barba el viejo mundo le persigue. La vetusta CDC que ya no existe debería restituir 6,6 millones de euros por el expolio del caso Palau, pero no puede. Eran las comisiones que Ferrovial pagaba al partido a través del Palau gracias a la adjudicación de obras faraónicas como la Ciudad de la Justicia o la Línea 9 del metro. Pero Convergència desapareció y se acabó el pecado original. Solo quedan tres trabajadores y el valor de las sedes embargadas asciende a 3,6 millones. Ahora el partido está comprometido con empresas no de obra pública sino de calado histórico. Con el caso del 3% pasará lo mismo. La corrupción convergente, como el Mas protohistórico, forma parte de un pasado que nada tiene que ver con el nuevo sujeto político.

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Decididamente, la pertenencia de Mas al club de los barbudos le ha brindado el conocimiento del weltgeist hegeliano: todo se escenifica dos veces; la primera como una gran tragedia y la segunda como una farsa abyecta, le recordaba Engels a Marx a propósito de la comparación entre Napoleón Bonaparte y su sobrino fake Luis Napoleón. El pasado (reciente) hay que hacer añicos.


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