Regresar a la realidad
La política, sin alma de los últimos años, era fundamentalmente publicidad. Ahora el virus le ha dado una nueva oportunidad y la realidad ha llamado a su puerta
Muchas son las personas que confiesan, [/CAP3]estos días, que sienten como si estuvieran viviendo una distopía. Distopía: “Representación ficticia de una sociedad futura de características negativas causantes de la alienación humana”, según el diccionario de la RAE. Es decir, ciudadanos que se encuentran fuera de lugar por partida doble: instalados en el futuro, en el que por definición no se puede estar, con una sensación de estar desposeídos de la propia condición.
Es cierto que si una capacidad caracteriza al hombre es la adaptación: encontrar motivos para hacer suya la situación más inesperada. Pero las ganas de vivir apremian. Ahora mismos la pulsión dominante es salir del agujero. A pesar de que hay dos vectores fuertes que operan como freno: el miedo al riesgo de volver a la calle (a la vida de siempre) y el temor a la responsabilidad de tener que asumir de nuevo los roles momentáneamente suspendidos en circunstancias distintas de las que nos habíamos acostumbrado a manejar.
De entre la abundante literatura distópica de finales del siglo pasado, siempre me ha parecido especialmente encarnada la de James G. Ballard. Ballard hizo algo poco habitual: escribir un prólogo a una de sus novelas, Crash. Y allí explicó su idea de la literatura: “Vivimos un mundo gobernado por ficciones de toda índole: la producción en masa, la publicidad, la política conducida como una rama de la publicidad, la traducción instantánea de la ciencia y la tecnología en imaginería popular, la confusión y confrontación de identidades en el dominio de los bienes de consumo; la anulación anticipada, en la pantalla de televisión, de toda reacción personal a alguna experiencia. Vivimos dentro de una enorme novela. Cada vez es menos necesario que el escritor invente un contenido de ficción. La ficción ya está ahí. La tarea del escritor es inventar la realidad”. Los roles se han invertido entre el mundo exterior y el mundo interior de la mente. ¿Estamos en condiciones de recuperar la realidad y devolver a la literatura y al arte la tarea de construir fabulación y sentido?
El confinamiento es un pulso tan potente a la angustiante ficción en que estábamos instalados que lo vivimos como una distopía. Y de hecho, es un mayúsculo golpe de realidad. Una advertencia de lo real que debería hacernos interrogar sobre cómo hemos llegado hasta aquí. ¿Seguiremos en el territorio de la ficción con apelaciones a la distancia social y a la nueva normalidad? ¿O recuperaremos el sentido del presente y el horizonte de futuro?
De pronto, la política ha dado un golpe de mano inesperado. Ha parado el mundo por decreto ley. Ante el miedo a la muerte ha demostrado tener el poder que parecía haber perdido a la hora de proteger las ganas de vivir. ¿Será simplemente un espejismo? La política tiene gran responsabilidad en la nube de ficción que nos ha invadido en los últimos años, en que parecía que todo era posible, el dinero se hacía virtual y los mercados campaban a sus anchas, convertidos en el horizonte ideológico de nuestro tiempo. El mejor diagnóstico político que he leído es el del expresidente uruguayo Pepe Múgica en estas mismas páginas: “No se debe navegar sin timón, pero en la globalización lo olvidamos. La condujo sólo la fuerza del mercado y de la tecnología y no estuvo la conciencia política en este proceso. El viejo liberalismo se hizo liberismo y abandonó el humanismo”.
La política, sin alma de los últimos años, era fundamentalmente publicidad. Ahora el virus le ha dado una nueva oportunidad. La realidad ha llamado a su puerta. Y se nota la diferencia entre los políticos formateados por el pasado reciente —incapaces de ir más allá de la confrontación espectáculo— y aquellos —raros— con visión para captar los signos que emite la realidad y ver sujetos portadores de sentido al otro lado de la pantalla. Mújica da con la pregunta: “¿Los humanos estamos llegando al límite biológico de nuestra capacidad política?” Si fuera así, la idea de comunidad que la revolución neoliberal pretendió liquidar habría decaído definitivamente, y el autoritarismo se apoderaría rápidamente del día después. Depende de que la ciudadanía sea capaz de desprenderse del nube de ficciones descrito por Ballard y recuperar la realidad. Y esto empieza por ser conscientes de que nada de lo que ocurre nos es ajeno, porque todos somos habitantes del mismo barrio, al cual llamamos Tierra.
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