El dramaturgo a lomos de camello
Recuerdo de un episodio con Benet i Jornet en Egipto
Papitu Benet i Jornet era una de esas personas de la que todo el mundo guarda un recuerdo cercano, con momentos entrañables. Yo lo conocí en 1977 cuando nos daba clases de teoría dramática en el Institut del Teatre. Después le entrevisté numerosas veces como autor y figura cada vez más fundamental de la escena catalana, y fuimos intimando. Siempre divertido y amable, cálido, tenía esa capacidad de hacerte sentir especialmente apreciado cuando hablabas con él. Las últimas veces que lo vi (y abracé) fue en los homenajes que se le hicieron a partir de diagnosticársele el alzheimer.
Curiosamente, para tratarse de un dramaturgo, el recuerdo más vívido que tengo de Papitu es montado en un camello.
Fue durante la inolvidable excursión a Egipto para dispersar las cenizas de Terenci Moix. Una noche él e Ines González cometieron la imprudencia de irse a dar una ilegal vuelta nocturna por la zona de las pirámides de Gizah de la mano de unos camelleros poco recomendables. Nos llamó con el móvil Inés diciendo alarmada que no les dejaban desmontar sin un pago astronómico. Corrimos a rescatarles desde el Mena House una tropa que incluía fuerzas vivas tan importantes como Maruja Torres, Núria Espert y Román Gubern. En un alarde de ingenio me hice pasar por el hijo de Papitu para tratar de despertar los sentimientos familiares —siempre importantes en Egipto— de los facinerosos. Recuerdo a Papitu sobre el dromedario y muy divertido ante la ocurrencia, recortado contra la luna y la Gran Pirámide, con un imposible aire de Lawrence de Arabia travieso. Luciendo esa sonrisa pícara, inteligente y algo desvalida, que nos quedará para siempre.
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