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El año en que la Feria de Abril cruzó a la otra orilla del río y se democratizó

Sevilla conmemora el 50º aniversario del traslado de esta celebración desde el centro de la ciudad a su ubicación actual, una mudanza que acabó con su elitismo y multiplicó su atractivo turístico

Feria de Abril
Vista aérea del Real de la Feria de Sevilla, este viernes 21 de abril.Alejandro Ruesga
Amalia Bulnes

La Feria de Sevilla es una celebración extraña si no se conocen a fondo sus claves culturales”. Lo afirma Isidoro Moreno, catedrático emérito de Antropología de la Universidad Hispalense. “Una fiesta sin programa”, añade, donde cada cual llega hasta donde sea capaz. Quizás ese trampantojo de la realidad que es la ciudad efímera que se construye cada año en una superficie de 450.000 metros cuadrados del barrio de Los Remedios tiene en esas particularidades su principal atractivo.

Este 2023, la Feria de Sevilla, que se celebra entre el 23 y el 30 de abril, conmemora los 50 años del traslado desde su primitiva ubicación en el Prado de San Sebastián, hoy un nudo gordiano en el centro de la ciudad, hasta Los Remedios, un barrio al otro lado del Guadalquivir con pedigrí alto burgués que recibió a la feria en abril de 1973. Un cambio que fue crucial y que transformó tanto la fisonomía de la celebración como el concepto de la fiesta, sus claves culturales y los códigos de participación de la ciudadanía. La convirtió en un evento lúdico que actualmente tiene un impacto en la ciudad de 900 millones de euros, consolidado como un atractivo turístico de primer nivel.

“La feria cambia radicalmente en 1973 y se convierte en lo que es hoy gracias a la definición de la caseta, que es lo que marca a esta fiesta”, apunta Rafael Carretero, responsable durante 36 años del montaje del Real de Los Remedios (desde 1980 hasta 2016) como jefe de servicio de Fiestas Mayores en el Ayuntamiento de Sevilla. “En El Prado, hasta la década de los años sesenta, todo estaba muy indefinido, cada caseta cambiaba cada año de forma, no había ninguna unificación estética”, rememora Carretero. “La gente andaba con dificultad, los coches de caballos convivían con los automóviles, que cruzaban por en medio de la feria, hasta que se fueron definiendo unas calzadas y unos pasos peatonales y se consiguió llegar a una feria de 480 casetas en los primeros años setenta″, explica.

No sin controversia en una ciudad abonada a las polémicas, se decide celebrar la Feria de Sevilla al otro lado del río a partir de 1973, con el reclamo ese año de la visita de la entonces princesa Sofía vestida de flamenca. Se construyó un Real —nombre con el que se conoce el recinto— que multiplicaba por tres las dimensiones del anterior y que ha determinado para siempre su nueva estética. “Al llegar allí nos encontramos con un polígono regular magníficamente bien planteado, el eje de simetría de las calles permite que desde todos los ángulos se esté viendo la entrada principal de cada caseta”, desgrana Carretero, con el pórtico triangular de entrada que en Sevilla se llama pañoleta y unas cortinas que responden exclusivamente a dos colores, el rojo y el verde, coincidiendo con la equipación de los equipos de fútbol de la ciudad: el Sevilla FC y el Real Betis Balompié.

A derecha, la caseta El Machacante, de 1927, la más antigua de la Feria de Sevilla, que ya existía en cuando se ubicaba en el Prado de San Sebastián.
A derecha, la caseta El Machacante, de 1927, la más antigua de la Feria de Sevilla, que ya existía en cuando se ubicaba en el Prado de San Sebastián.Alejandro Ruesga

Junto a la transformación urbanística —se introdujeron las calles con nombres de toreros y se definió el paseo de caballos―, fue definitorio el cambio de concepto que llevó a la feria a la modernidad. “El traslado era imprescindible, la especulación había quitado mucho suelo al antiguo Prado de San Sebastián, que desde el siglo XIX acogía el mercado de ganado que es origen de la feria hasta la fiesta lúdica que se comió lo anterior”, explica Isidoro Moreno. Al multiplicar por tres la superficie, añade el catedrático de Antropología, llegó una “cierta democratización” de la fiesta, “hasta entonces bastante elitista, con casetas unifamiliares, disponibles solo para familias con posibilidades económicas y sociales, que trasladaban durante una semana su casa a estas construcciones efímeras para invitar a sus amistades, hacer negocios, etcétera”. “Los niños pobres en aquella época éramos una mayoría que íbamos allí a mirar cómo se divertía una minoría”, apunta Moreno.

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De esas casetas pertenecientes a una sola familia se pasó a casetas “gestionadas por asociaciones formalizadas de 20 a 30 socios que pagan una cuota anual”, explica Moreno. Los sectores medios, que hasta entonces no tenían mucha posibilidad de disfrutar de la feria, ocupan desde entonces la fiesta. “Incluso los partidos políticos que aún no estaban legalizados, también sindicatos, normalizaron su presencia con las casetas a nombre del partido que aún existen hoy, fue muy democratizador”, recuerda el catedrático, que durante la década de los setenta fue secretario general del Partido del Trabajo de Andalucía.

Igualmente, con la Feria de Los Remedios desaparecieron hábitos ahora tan impensables como “ponerle horario” a la fiesta. “Había una feria de mañana y una de tarde, una separación que estaba determinada por la hora de los toros”, recuerda Moreno, pero también por la cercanía del Prado al centro de la ciudad, lo que permitía ir y venir con facilidad: “En el esquema actual, la feria empieza a directamente a mediodía”.

La estimación para 2023 es que pasen por las 1.050 casetas del Real de Los Remedios en torno a cuatro millones de personas durante los ocho días que dura la feria, con un impacto económico de 930 millones de euros en las arcas municipales. Es ya la fiesta principal de la ciudad, doblando los ingresos que reporta la Semana Santa, y supone el 3% de su Producto Interior Bruto. “No hay ninguna ciudad de España o Europa capaz de organizar una Semana Santa con el volumen que tiene la de Sevilla y dos semanas después, la feria. Y eso se debe al gran despliegue de recursos de todos los servicios municipales y un modelo de coordinación entre todas las administraciones a través del Cecop [el Centro de Coordinación Operativa de Sevilla], que se instala en las inmediaciones”, destaca el alcalde, el socialista Antonio Muñoz.

El proyecto de una nueva ampliación hacia otros terrenos —también en la misma orilla del río―, que se aparcó en 2020 con la llegada de la pandemia y la consiguiente suspensión de la feria, no se ha vuelto a abrir: “El traslado ahora mismo no está encima de la mesa”, zanja el alcalde ante la petición de ciertos sectores de la sociedad sevillana que, a pesar de esa primera democratización, siguen sin poder contar con una caseta, imprescindible para el disfrute de una feria donde la entrada no es libre más que en los módulos llamados “de distrito”, que son de titularidad municipal.

“Esta feria no se ha quedado pequeña”, recalca igualmente Rafael Carretero, que como profundo conocedor del montaje del Real, ofrece unas claves convincentes: “No podemos crecer más, estamos en el límite. Crearíamos más residuos, necesitaríamos más avituallamiento, es decir, la entrada de más camiones con horario de carga y descarga, y todo eso es muy complejo. Va en detrimento del horario del paseo de caballos y, por tanto, de la belleza intrínseca de la feria”. De este modo, se mantiene además la idiosincrasia de esta fiesta “extraña”, donde “tener un amigo es la llave”, reconoce Carretero: “La feria de Sevilla es así, esto no es multitudinario”.

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