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El metro de Málaga llega al centro de la ciudad con 13 años de retraso

El último tramo del suburbano está pendiente de las pruebas de seguridad y sin fecha de apertura

Un convoy del metro en Málaga, el lunes.
Un convoy del metro en Málaga, el lunes.García-Santos
Nacho Sánchez

El 11 del 11 del 11 era la fecha redonda para la inauguración del metro de Málaga. Suponía dos años de retraso respecto a la fecha original, 2009, pero también fue fallida. La mayor infraestructura de la capital de la Costa del Sol fue acumulando demoras desde entonces hasta que entró en funcionamiento en 2014. Lo hizo de forma parcial y sin pasar por su parada más importante: el centro de la ciudad. Ahora ese tramo, de apenas un kilómetro, está listo. Solo queda pendiente de las pruebas de seguridad que ejecuta la compañía Alstom y que no da plazos para la apertura. Un pequeño paso de gran importancia para un medio de transporte que ha mantenido a Málaga abierta en canal durante años. “Llegar al centro hará al metro ganar credibilidad y supondrá una explosión de viajeros”, asegura el concejal de Movilidad, José del Río. Según las previsiones, los siete millones de pasajeros actuales pasarán a 14 millones cuando comience a circular.

No ha sido precisamente un camino de rosas el que ha permitido que el metro esté a punto de llegar al corazón histórico malagueño. La obra arrancó en 2006 con un presupuesto de 400 millones de euros y un plazo de tres años. Los problemas arrancaron pronto por la mala relación que mantuvieron durante años la Junta de Andalucía —presidida en aquel año por el socialista Manuel Chaves y, más tarde, por José Antonio Griñán y Susana Díaz— con el Ayuntamiento de Málaga, siempre con Francisco de la Torre (PP), en el cargo. El alcalde denunció muchas veces que la administración municipal era ninguneada porque el Gobierno andaluz no le presentaba los proyectos, ni negociaba los cambios de presupuesto, ni consultaba trazados o la ubicación de las estaciones. La administración autonómica, a cambio, apuntaba zancadillas municipales en cada paso de los trabajos.

La consecuencia fue una obra eterna. La capital estuvo patas arriba más de una década entre idas y venidas políticas. Y lo pagó la ciudadanía. Solo en el barrio de El Perchel, el 25% del comercio local desapareció, según cálculos municipales. Los tajos obligaban también a cambios en el tráfico y la circulación sufrió atascos permanentes en el entorno de El Corte Inglés y la Alameda Principal. Mientras, la obra engordaba su presupuesto. Ahora ronda los 800 millones de euros, el doble de la previsión inicial. Un coste que ha sido abordado prácticamente en solitario por la Junta de Andalucía, con una aportación del Estado de alrededor del 20% y otra del Ayuntamiento de manera puntual.

“Las últimas elecciones supusieron un cambio en el ritmo de las obras”, aseguró De la Torre la pasada primavera. Fue en diciembre de 2018, cuando el PP consiguió desplazar al PSOE en las autonómicas. La relación institucional dio un vuelco. El nuevo presidente, Juan Manuel Moreno Bonilla, dijo entonces que daría un impulso al metro malagueño y que aceleraría los plazos para permitir que las calles volvieran a la normalidad. Lo hizo, aunque a punto estuvo de llevarse por delante a la Málaga taifa encontrada en un yacimiento arqueológico. “Está siendo destruido”, denunciaban en verano de 2019 fuentes próximas al tajo del suburbano. La presión hizo a la Junta de Andalucía cambiar de planes y rescatar una parte del arrabal del siglo XI, que será mostrado en un espacio abierto al público. La ciudad ha recobrado el pulso, pero el metro ha acumulado años de retraso.

Entrada a la estación de metro de la Alameda Principal cerrada.
Entrada a la estación de metro de la Alameda Principal cerrada.García-Santos

Este año, en plena precampaña electoral, el presidente andaluz, acompañado de Elías Bendodo —entonces consejero de Presidencia de la Junta andaluza y hoy coordinador general del PP— y la consejera de Fomento, Marifrán Carazo, entre otros cargos populares, realizaron el primer trayecto en pruebas hasta la estación Atarazanas, en el centro de Málaga. Fue en marzo. Un mes después, los mismos protagonistas, junto al alcalde, inauguraron la estación Guadalmedina, la mayor de un metro en Andalucía, con 2.800 metros cuadrados de vestíbulo (donde se podrán ver los restos arqueológicos), y que permitirá el transbordo de línea sin bajar de nivel. Moreno Bonilla afirmó entonces que los malagueños podrían usar el suburbano para llegar hasta la Feria de agosto. “Eso es lo que nosotros queremos y por lo que hemos apostado, presionado y corrido”, afirmó. No fue así.

El discurso de su gobierno ha cambiado desde entonces. Ya nadie se atreve a poner fecha, aunque esperan que sea el próximo mes de noviembre. “No depende de nosotros. Será lo antes posible, pero siempre que esté acreditada la seguridad”, explicó Carazo la semana pasada, cuando añadió que había pedido a Alstom un calendario de trabajo, pero que no lo había recibido. Ayuntamiento y Junta esperan que los primeros trenes circulen en noviembre. Otras fuentes creen que habrá que esperar hasta 2023. “Confiamos en que sea a la mayor brevedad posible”, insiste Julio Caballero, director gerente de la Agencia de Obra Pública de la Junta de Andalucía.

La empresa ferroviaria lleva con secretismo las pruebas de seguridad. Es una labor compleja que solo puede realizar en horario nocturno para no interrumpir el funcionamiento de los dos trazados que funcionan desde 2014. Es decir, el que une el Distrito de Carretera de Cádiz en la zona oeste, con el barrio de El Perchel, cerca del centro; y la que llega hasta ahí desde el área residencial universitaria de Teatinos, al norte de la ciudad. Son 11,3 kilómetros a los que se unirán estos últimos 1.000 metros que, según los estudios de la administración autonómica, duplicarán el número de viajeros, hasta los 14 millones. No será el último paso, porque el próximo año comenzarán las obras para la línea que llegará hasta el hospital civil que se espera que estén listas en 2027. Málaga cruza los dedos mientras espera con tanta ilusión, como resignación, que el metro llegue al centro histórico.

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