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El precio del “caos” del bus gratuito en la preelectoral Castilla y León: “La gente, contenta porque no paga, pero es ineficiente”

Usuarios y conductores critican el sistema autonómico Buscyl por la tardanza en repartir las tarjetas y por haber vehículos aún sin lectores

Juan Navarro

La escena se repite en las estaciones de autobús de Castilla y León: en los buses parados, colas para entrar; en los que arriban, galopes para llegar a tiempo a clase o al curro. La mayor parte de los usuarios no ha pagado el billete gracias a la medida autonómica Buscyl, que consiste en subvencionar completamente el transporte público rodado de la comunidad a los censados mediante 65 millones de euros anuales, con elecciones territoriales asomando para marzo. El plan preveía empezar el 1 de septiembre, vuelta al cole laboral, educativa y política, e irse extendiendo con el 30 de septiembre como límite. Las semanas pasan entre quejas de pasajeros, porque las tarjetas de transporte no aparecen en su buzón; y de los conductores, por la ausencia de lectores y el jaleo de maniobrar sin tecnología. El viajero sufre los efectos porque llega más tarde o hay más colas, y a veces se queda fuera: “La gente, contenta porque no paga, pero es ineficiente”.

Mañana laboral en el apeadero de Valladolid, con líneas a otras capitales de provincia o municipios. Muchos vehículos lucen vinilos con el lema “Junta de Castilla y León” (PP) y “Buscyl transporte público”. El chófer Rafael Muñoz, 24 de sus 52 años al volante, protesta porque el pregonado plan para las rutas coordinadas por la Junta aún no es real y muchos pasajeros no tienen la tarjeta que facilitaría todo. Tampoco el bus cuenta con los lectores tecnológicos que la validen. “La gente, contenta porque no paga, va a lo gratis, pero es ineficiente”, aprecia, pues parada a parada pierde tiempo y los usuarios, especialmente los madrugadores, salen en estampida porque el jefe o el profesor aprietan.

El piloto guía la ruta hacia La Flecha, una ciudad dormitorio pucelana con 43 paradas desde el centro, teniendo en cada una que atender al cliente de las siguientes maneras: o bien leyendo un código QR vía tablet o móvil, seleccionando el destino correcto, o cobrando como siempre en monedas o con las tarjetas del modelo antiguo. Hay mayores que llevan el QR impreso en papel arrugado, otras personas más modernas enseñan una pantalla con bajo brillo y hay que subirlo, aquel pregunta cuándo diablos llegará la tarjeta… “Es poco eficiente”, reitera Muñoz.

Francisco Martín, chófer de 55 años, coincide: “Es un caos porque no hay tarjetas y las máquinas [lectores] no funcionan, aunque los inicios siempre son difíciles. Pero es evidente que hay elecciones y tampoco estoy de acuerdo en que sea igual de gratis para un juez que para un obrero. Pero como el Estado paga el tren, ellos el bus [la Junta también subvenciona un 25% de los bonos de Alta Velocidad]”. Martín apostilla cómo la inexistencia de un modelo de reservas virtual aglomera a la gente, especialmente a horas punta, confiando en no perder el autobús. La taquillera Mercedes Muñoz, de 52, resume mientras una pasajera le pregunta cómo ir a Medina del Campo: “El que primero llega, se sube. Se dijo muy rápido lo de septiembre y las cosas no están preparadas”. Otro conductor, Maxi Casanova, de 30, sintetiza mientras recoge monedas de un viajero, lee el QR virtual de otro y responde dudas: “Es una mierda andar leyendo códigos con el móvil, hay tardes que llevo a 80 personas y se quedan algunas fuera”.

Muchos de los críticos se concentran ante la consigna, donde suele hablarse de maletas y no de tarjetas, para desesperación del trabajador Santiago Muñoz, señalando un cartel con el teléfono de asistencia de la Consejería de Movilidad garabateado: “No tenemos información pero algunos viajeros enfadados nos faltan al respeto”. Una empleada del bono de transporte autonómico, ajeno a Buscyl, resopla porque cada día atiende preguntas que no le corresponden y pide anonimato: “Es gratuito pero ya sabemos de qué manera, hay elecciones…”. La mujer destaca las “trabas” tecnológicas de los ancianos, las empresas desorientadas e “información poco clara porque lo han querido hacer todo rápido”. Eduardo Fernández, delegado sindical de Comisiones Obreras y también usuario de Buscyl, entiende el ahorro económico para el público, pero ve “problemas de plazas, retrasos y que no llegan las tarjetas”. “Para los conductores es más tiempo y los horarios van más lentos, con crispación de los viajeros”, añade. Fernández es claro: “No cabe duda como usuario y trabajador que es precampaña”.

Los trabajadores protestan; la Junta de Castilla y León presume. El Ejecutivo autonómico destaca las “2.608 rutas bonificadas”, confía superar los “15 millones de viajes” y ronda las 350.000 solicitudes. El consejero de Movilidad y Transformación Digital, José Luis Sanz, ha celebrado que “la aceptación por la ciudadanía ha sido muy importante” y ha admitido que las solicitudes físicas van “más lentas” que las virtuales, animando a la vía web: “Conseguiremos acortar los plazos y que sea una herramienta universal, un vector de lucha contra la despoblación y propiciar el empadronamiento, hay que remarcar la satisfacción de los usuarios por este éxito”.

Buscyl ha propiciado el choque político entre la Junta y el Ministerio de Transportes del vallisoletano y socialista Óscar Puente. “Tenéis el peor transporte de España. Hacéis gratuita la nada más absoluta”, dijo Puente al conocerse el proyecto, además de tildar de “chapuza” tanta tardanza. El presidente popular Alfonso Fernández Mañueco ensalza su plan al frente del Ejecutivo autonómico y acusa a Transportes de recortes como la reducción de frecuencias ferroviarias en la zamorana Sanabria.

Ruido en los despachos, al volante y en el usuario. Marta Gayo, de 21 años, espera al bus ajena a la brecha tecnológica, pero no al mogollón y la imposibilidad de reservar plaza: “Debería ser online, te arriesgas a quedarte fuera”. Carlos Morán, de 72: “La Junta tiene la culpa, no ha informado bien y yo no puedo viajar a Soria a comer y echar el día en bus, porque la carretera es horrible y no me gusta conducir por ella. Igual me toca hacer noche porque no quedan plazas de vuelta”. María Prieto, de 23, viaja a la cercana Villanubla y resuelve incógnitas de una señora algo confusa: “¿Sabes cómo se solicita la tarjeta? He oído algo pero no sé qué hacer”. Ella responde y ejemplifica: “Voy con QR, pedí la tarjeta y no ha llegado”. Alberto Álvarez, de 50, apostilla con el “caos” de los viernes a mediodía: “Hay gente que se queda colgada, no puedes reservar buses. Tenían que haberlo dejado atado todo primero y permitir venta online”.

Otra conversación transcurre entre una señora mayor y un anciano en la cola de un bus. Ella aplaude tras haber sacado bien el billete de ida, pero se ríe porque, “por costumbre”, ha pagado uno ordinario de vuelta. Él escudriña la pantalla buscando afanosamente el boleto digital. Ubica la aplicación verde: WhatsApp. Abre el chat con su hijo y encuentra la captura del QR, en blanco y negro: “Me lo ha sacado mi hijo… Yo es que de ordenador, nada”.

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Sobre la firma

Juan Navarro
Colaborador de EL PAÍS en Castilla y León, Asturias y Cantabria desde 2019. Aprendió en esRadio, La Moncloa, buscándose la vida y pisando calle. Grado en Periodismo en la Universidad de Valladolid, máster en Periodismo Multimedia de la Universidad Complutense de Madrid y Máster de Periodismo EL PAÍS. Autor de 'Los rescoldos de la Culebra'.
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