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Sánchez intenta resistir la ola militarista europea

España se encuentra con una política europea girada hacia la derecha, pero la batalla aún está abierta

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, y el Secretario General de la OTAN, Mark Rutte en el Palacio de la Moncloa el pasado enero.Foto: Pablo Monge
Carlos E. Cué

En La Moncloa no salían de su asombro. Mark Rutte, secretario general de la OTAN, se tiró de lleno el miércoles a una piscina donde no parece haber agua: “España quiere llegar al 2% [del gasto en defensa] este verano”. Toda la maquinaria del Gobierno se puso en marcha para desautorizarlo y exigirle una marcha atrás. Según fuentes del Ejecutivo, Pedro Sánchez incluso le escribió un mensaje directamente al ex primer ministro de Países Bajos, con el que tiene una larga y buena relación, pese a algunos desencuentros fuertes, especialmente cuando se negociaban los fondos europeos en 2020 y el liberal era de los más duros.

La presión de Sánchez logró que el equipo de Rutte matizara sus palabras. Cuando ambos se vieron en La Moncloa, y como admitió la propia OTAN, Sánchez nunca se comprometió a llegar al 2% este verano, algo que parece inviable, sino a acercarse lo máximo posible antes de la decisiva cumbre en La Haya en junio, donde es muy posible que haya nuevos compromisos hasta del 3%, dada la presión de muchos de los aliados. Rutte es el que más presiona, en nombre de EEUU, que domina la OTAN, pero no es el único. En sus visitas a España, Portugal e Italia, el holandés trató de jugar al dilema del prisionero diciéndoles a los demás que los otros socios estaban dispuestos a ir más lejos, para generar competencia entre ellos. Pero Sánchez, que sigue batallando con la OTAN para que le contabilicen otros gastos en seguridad para aumentar la cifra de 2024, aún no cerrada, no le dio ninguna fecha a Rutte, insisten en La Moncloa. Sobre todo porque aún no la tiene.

La Moncloa da por resuelto el episodio, que se agravó con un error del ministro de Industria, Jordi Hereu, quien dijo el viernes que se alcanzaría el 2% “este año” y luego rectificó rápidamente cuando se lo pidieron desde el entorno de Sánchez. Distintas fuentes del Gobierno coinciden en que este tipo de escaramuzas, que serán cada vez más frecuentes porque la discusión entre aliados está en su apogeo, son un síntoma de que Sánchez está teniendo una presión enorme para subir el gasto en defensa. La posición española coincide bastante con la italiana y la portuguesa, aunque no haya coordinación con Giorgia Meloni por la enorme distancia política entre los dos líderes; pero está en minoría dentro de una Unión Europea cada vez más girada hacia la derecha y más militarista, especialmente por el temor de los países bálticos, nórdicos y del Este a la amenaza rusa, que ven como algo mucho más real de lo que lo es para españoles o italianos.

En el pasado, sobre todo en pandemia, Sánchez hizo bloque con primeros ministros italianos como Giuseppe Conte para enfrentarse a posiciones de los llamados países frugales. Pero la desconfianza de La Moncloa con Meloni es muy grande, porque a la vez que trata de resistir la presión para aumentar el gasto militar —Italia tiene bastante más deuda que España y unos números económicos mucho peores— también se acerca constantemente a Donald Trump y Elon Musk, y está lanzando mensajes confusos sobre los aranceles de EEUU, por ejemplo, que aumentan los recelos europeos sobre ella.

El primer ministro español está dando la batalla para frenar el impulso militarista de muchos aliados, incluir el concepto de seguridad, además de defensa, y plantear un tipo de inversiones diferentes, mucho más tecnológicas, no solo armamento convencional, que puedan servir también para hacer una auténtica revolución en una Europa que no tiene ninguno de los gigantes tecnológicos mundiales, concentrados en EEUU. De momento, ha logrado pasos simbólicos, como el abandono de la palabra “rearme” por parte de la Comisión Europea, que tampoco gustaba en Italia. Pero Europa está girando a la derecha y las opiniones públicas del norte y el este pesan mucho, como se vio en el anuncio de la Comisión Europea del kit de supervivencia, que tampoco sentó muy bien en el Gobierno español, que pidió calma y evitar alarmar a la población.

Sánchez tuvo, además, un cruce en la última cumbre con Kaja Kallas, la responsable de política exterior de la UE, porque el español planteó nombrar un enviado especial para Ucrania y ella reivindicó su papel. En alguna prensa europea, sobre todo británica, a Sánchez y a Meloni les reprochan incluso de forma burlona que traten de colocar como gastos en defensa cuestiones como el control de fronteras, la Guardia Civil, o la ciberseguridad. Pero la realidad, insisten en el Gobierno, es que en las cumbres europeas Sánchez encuentra mucha más comprensión de la que podría parecer externamente cuando explica la situación de la opinión pública española, que según el Eurobarómetro es la menos preocupada de la UE por cuestiones de defensa y seguridad.

En la última cumbre, Sánchez insistió en que ahora que EEUU está dejando un enorme espacio en el llamado soft power (poder blando), al cortar toda su ayuda al desarrollo, Europa debe multiplicarla para poder tener un papel de gran potencia, especialmente en África. El presidente, señalan en el Gobierno, ha garantizado que España cumplirá lo que se pacte entre todos, y en el pasado ha dado pruebas de fiabilidad en esas promesas, así que eso no es un problema grave.

Sánchez, insisten en La Moncloa, conserva la gran ventaja de ser uno de los líderes más veteranos de la UE, de haberse ganado el respeto en crisis anteriores, en las que siempre ha mostrado compromiso europeista, haber evitado los conflictos y haber optado por buscar alianzas incluso con primeros ministros muy alejados de sus posiciones, algo que en este momento es una baza negociadora importante.

“No estamos solos, estamos en el corazón de Europa”, insistía esta semana José Manuel Albares, ministro de Exteriores, que está adoptando un perfil muy alto en esta crisis frente a una Margarita Robles, ministra de Defensa, que ha quedado en segundo plano. Sánchez está en todas las reuniones decisivas, aparece en las citas junto al francés Emmanuel Macron y el británico Keir Starmer, y fue el único de los grandes que viajó a Kiev a apoyar a Zelenski. El presidente español no se ha quedado fuera de nada, pero escuchando su posición y la de los demás líderes, a excepción de Meloni, parece evidente que sus socios van mucho más fuerte con el discurso militarista. De hecho, el propio presidente no ha ocultado su discrepancia con Macron, que habla constantemente de enviar tropas de paz europeas a Ucrania cuando, según recuerda siempre Sánchez, la guerra aún no ha terminado y por tanto lo que hay que hacer es ayudar a Zelenski a resistir y ganarla.

En España, Sánchez tiene una compleja mayoría con una importante oposición al aumento del gasto militar. Pero eso no parece preocupar demasiado al presidente, según distintas fuentes del Ejecutivo, porque cree no necesitará someter a votación en el Congreso el goteo de aumento de gasto en seguridad y defensa en el que están trabajando varios ministerios. La tensión interna con Sumar se resolverá como en otras ocasiones: en las próximas semanas habrá partidas grandes para gasto en defensa —lo habitual es en forma de transferencias de crédito, algunas han superado los 2.000 millones de euros de una tacada— y Yolanda Díaz hará observaciones para mostrar la disconformidad de su grupo, pero saldrán adelante en el Consejo de Ministros, donde decide el presidente.

De hecho, las grandes discusiones en la coalición son económicas, y ahí sí hay tensión fuerte. Sánchez ha intervenido claramente a favor de Díaz en la discusión que tenía con María Jesús Montero para que el salario mínimo no pague IRPF, y al final Hacienda cedió —también Sumar— y se encontró una salida después de que la vicepresidenta primera dijera que no se movería. El presidente no parece, pues, tan preocupado por el frente interno —aunque sigue teniendo la enorme debilidad de no aprobar los Presupuestos— sino por la negociación dentro de la OTAN y de la UE sobre la manera de enfrentarse a lo que todos, también España, ven como un “cambio tectónico” en la geopolítica instalada desde el fin de la II Guerra Mundial. Quedan aún muchas incógnitas, y todo está abierto y en plena discusión entre los presidentes. Pero Sánchez parece dispuesto a mantener una posición más moderada y dar la batalla frente a la ola militarista que viene del norte y el Este de Europa.

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Sobre la firma

Carlos E. Cué
Es corresponsal político de EL PAÍS, encargado de la información del Gobierno y de los viajes del presidente. Antes fue corresponsal en Buenos Aires y está especializado en información política, siguiendo a distintos gobiernos y a varios partidos. Ex alumno del Liceo Italiano de Madrid, se licenció en Economía y cursó el máster de EL PAÍS.
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