Trump, Milei y Ayuso: por qué la mentira y la hipérbole triunfan en la comunicación política
El jefe de gabinete de la presidenta madrileña importa la eficaz estrategia que comenzó a ensayarse en EE UU con el Tea Party: relativizar la verdad apoyándose en la alta polarización
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“En Springfield, los que han entrado se están comiendo a los perros, a los gatos. Esto es lo que está pasando en nuestro país”, declaró Donald Trump en el debate previo a las elecciones a la Casa Blanca. ¿Creen sus más de 74 millones de votantes que los emigrantes haitianos desayunaban mascotas? Probablemente no, pero aún así, depositaron la papeleta del republicano en la urna.
“ETA está viva, está en el poder, vive de nuestro dinero, mina nuestras instituciones, quiere destruir España, privar a millones de españoles de sus derechos constitucionales, y provocar una confrontación”, declaró la presidenta madrileña, Isabel Díaz Ayuso, en su última campaña electoral, cinco años después de la disolución de la banda terrorista y unos días antes de conseguir una aplastante mayoría absoluta en las últimas elecciones autonómicas. “Nos han colado una dictadura por la puerta de atrás”; “Pedro Sánchez ha enloquecido. Como su Gobierno está en sus últimas horas, ha decidido quemar las calles y provocar violencia con grupos muy minoritarios”, afirmó recientemente. Redactores “encapuchados” han intentado “entrar por la fuerza” en la casa de Ayuso, aseguró su jefe de gabinete, Miguel Ángel Rodríguez, conocido como MÁR, quien también acusó a periodistas de este diario de “acosar” a menores en el edificio.
Ni Trump, ni Ayuso ni Miguel Ángel Rodríguez han inventado la mentira, que ha acompañado siempre la política de las promesas incumplidas. Pero la alta polarización, también la llamada “afectiva” (el rechazo a quien tiene una ideología distinta), y la revolución del ecosistema de comunicación a través de las redes sociales —“Los medios tradicionales son pura propaganda. Ustedes son los medios ahora”, dice a los usuarios de X el dueño de la plataforma, Elon Musk— han rebajado el caché de la verdad. “Si supiéramos cómo responder a esto”, opina Giovanni Capoccia, profesor de política comparada en la Universidad de Oxford y experto en extremismo, “solucionaríamos el gran problema de las democracias hoy”, pero hay varios factores, añade, que sirven para explicar por qué no penaliza electoralmente la mentira o por qué persistir en ella, a menudo, tiene premio. “Por un lado, cada vez es más difícil distinguir entre la información veraz y la que no lo es. En los setenta ya hubo mucha polarización y populismo, pero nada remotamente similar al panorama actual de las redes sociales, donde se prefiere la comunicación muy corta, emocional y posiblemente falsa porque su propia estructura no es apropiada para el razonamiento. La rabia es mucho más rentable y cuanta más gente enfadada, más clicks. Los medios tradicionales, los que, en cierto modo daban forma a la comunicación política, perdieron el monopolio de la información y unos pocos, como Musk, disponen ahora de un poder desproporcionado para manejar los algoritmos y penetrar en la sociedad que, a su vez, carece de herramientas para distinguir. Por otro lado, se estimula la polarización, el odio al rival, por eso cuando Trump dice algo muy loco, aunque quien lo oye no lo crea del todo, lo relativiza porque piensa que lo que hay al otro lado es peor”.
“¿Qué tienen en común Trump, Milei y Miguel Ángel Rodríguez? La relativización de la verdad”, insiste José María Lassalle, profesor de Filosofía del Derecho, consultor, exdiputado del PP y secretario de Estado en los gobiernos de Mariano Rajoy. “Todo esto viene de una práctica periodística que se desarrolla en EE UU en el entorno de Fox TV en la época del Tea party, las noticias falsas contra [Barack] Obama, aquello de que era un extranjero que quería propiciar una dictadura islámica... Es un fenómeno de propaganda masiva que el neoliberalismo diseñó como un modelo de negocio que favorecía al mismo tiempo intereses económicos y electorales y esa praxis de la derecha alternativa en Estados Unidos ha saltado al resto de los modelos de comunicación que han nutrido con éxito la política de la derecha populista en Europa y América Latina. Lo que determina que un contenido sea valioso o no ya no es que sea verdad o mentira, sino su viralización. Miguel Ángel Rodríguez es plenamente consciente de eso y ni se plantea que algo que dice sea falso. Repite, en la práctica, lo que Steve Bannon [primer estratega de Trump] ha hecho en EE UU con Breitbart [portal ultra]. Es prácticamente el mismo diseño de comunicación. Y demuestra un claro conocimiento de las dinámicas algorítimicas que visibilizan los contenidos alrededor del ruido. Domina el marco y en frente la respuesta es poco eficaz”.
Santiago Martínez-Vares, que ha trabajado como asesor para el PP y acaba de publicar Lo que dice el político y lo que la gente entiende. Comunicación política en tiempos convulsos (La esfera de los libros), coincide con Lassalle: “Miguel Ángel Rodríguez ha sabido entender el ecosistema digital mejor que nadie. Simplifica muy bien lo que a otros les cuesta mucho más. El PP como marca no funciona en redes ni la mitad de bien que Díaz Ayuso”. “Miguel Ángel”, añade, “ha demostrado una gran capacidad para atraer el foco hacia él en momentos críticos para la presidenta madrileña, haciendo de pararrayos. El error que cometió con el programa de Évole sobre las residencias de ancianos durante la pandemia [aseguró que una de las mujeres que daba su testimonio no era hija de una fallecida pese a que sí lo era] demuestra que hasta el mejor maestro echa un borrón, porque hoy seguimos hablando del programa y han preguntado a la presidenta por ello, pero en ningún caso va a hacer que dimita. Ha pedido disculpas, a su manera, pero sigue sin mostrar empatía con las víctimas [tampoco lo ha hecho Ayuso, quien critica a las asociaciones que agrupan a los familiares de los fallecidos en las residencias y el jueves, en la Asamblea, espetó a la oposición: “Siempre con las mismas mierdas”]. Para Martínez-Vares, “el único punto débil de Rodríguez es la sobreexposición, porque si estás mucho tiempo debajo del foco, te puedes quemar”. En todo caso, añade, “Ayuso no funcionaría sin Sánchez. Se retroalimentan, y fue el presidente quien le dio esa posibilidad el día que, por hacer pequeño a Pablo Casado, decidió reunirse con ella en la famosa foto de las banderas o mencionarla en una rueda de prensa en el extranjero. Todo es comunicación política. La estrategia por encima de todo”.
Bien: ya tengo comprobado que la primera señora que sale en #lodesimon no tenia a su madre en ninguna residencia de la Comunidad de Madrid. Van,os a ver el resto
— MÁR (@marodriguezb) February 16, 2025
¿Hay una doble vara de medir? Si en lugar de Rodríguez hubiera sido el jefe de gabinete de un socialista quien hubiera despreciado a las víctimas del covid que fallecieron en las residencias de ancianos o quien hubiera lanzado bulos sobre la Fiscalía y la labor de los periodistas, ¿habría tenido que dejar el cargo? El politólogo Pablo Simón recuerda cómo en 2002, Antonio Miguel Carmona, entonces diputado del PSOE en la Asamblea de Madrid, dimitió después de que trascendiera que, en una conversación tras una reunión con comerciantes, ante las acusaciones de uno de los asistentes que le había recriminado que los políticos solo se ocupaban de ellos para recabar su voto, replicó que el PSOE “iba sobrado de votos, y que, si no, hundían otro barco”, en alusión al Prestige. A continuación añadió, según el audio, difundido por la Cadena SER, “es broma, es broma”, pero aquello le costó el puesto. “Los socialistas, cuando cometemos un error, dimitimos”, dijo entonces. “Carmona”, relata Simón, “dimitió porque aquel era un tema sensible para la izquierda y porque entonces ese tipo de barbaridades no se toleraban. Ha habido un cambio en los términos de aceptación de ese tipo de astracanadas y es un cambio global”.
Los consultados para este reportaje coinciden en que la izquierda no está acertando en la respuesta a la estrategia de Ayuso y su jefe de gabinete, que han logrado, con exabruptos, mentiras e hipérboles, que apenas se hable de lo que tradicionalmente servía para premiar o censurar a un dirigente político: su gestión. ¿Necesita la izquierda su propio Miguel Ángel Rodríguez? ¿Funcionaría ese perfil y discurso en su electorado? Para la politóloga Pilar Mera, profesora del departamento de Historia Social y del Pensamiento Político de la UNED, una figura como la del jefe de gabinete de Ayuso no tendría cabida sin el crispado clima actual. “Él alimenta y se alimenta de la polarización. Lo más parecido en la izquierda sería un perfil como el de Óscar Puente, que no juega tanto con bulos, pero sí va al choque, y en el electorado socialista hay quien lo agradece, pero también hay a quien le desagrada ese tono. No creo que pudiera haber un MÁR en la izquierda. En el electorado conservador no todos estarán a gusto con ese tipo de comportamiento, pero la tolerancia es mayor. La solución no pasa por fabricar su propio MÁR, igual que para el PP, la solución a su competición con Vox no puede ser convertirse en Vox. La respuesta debe ser tranquila, el dato mata relato, pero sabiendo dar el dato. A una frase corta y contundente no puedes contraponer una enciclopedia”.
En esa tolerancia a las mentiras y el estilo de Rodríguez, más allá de las redes sociales, la reacción mediática también es crucial, apunta Mera. “Hay un arco de opinadores e incluso de medios que consideramos serios que de manera sistemática publican y sostienen lo que dice el jefe de gabinete de Ayuso con el mismo objetivo: desestabilizar”. Tras el desprecio de MÁR a los familiares de los fallecidos en las residencias, el diario digital El debate tituló: “La izquierda protagoniza el enésimo intento de explotar las muertes en residencias para hacer oposición a Ayuso”. En la cadena de Esradio, el periodista Federico Jiménez Losantos aseguró que Ayuso se convirtió en una “figura mundial” durante la pandemia porque “plantó cara” y añadió, sobre Évole: “Es casi el ébola, como el virus. Me da asco”. Esdiario, uno de los medios que difundieron el bulo de los periodistas encapuchados y acosadores de menores en las inmediaciones de la vivienda de la presidenta madrileña, enfocaba así la noticia: “Ayuso se harta de ‘las mismas mierdas’ de la izquierda: ‘siempre retorciendo el dolor”.
“Parar esto”, abunda Lassalle, “es muy complicado, porque la opinión pública en Madrid, como ha pasado en Cataluña, está fuertemente sentimentalizada, lo que hace que no sea reacia a ese tipo de prácticas. Ayuso está blindada por un electorado absolutamente fiel al que sabe alimentar con lo que espera, emocionalmente, oír por su boca. En Cataluña ese suflé emocional terminó desinflándose porque se estrelló contra el muro de la realidad. Pero no es casual que manejaran registros parecidos porque Junts también se alimentó de la derecha alternativa norteamericana. Intelectuales y gente del mundo universitario vinculado al partido vivieron en Estados Unidos durante los años del Tea Party y bebieron de todas sus estrategias de comunicación”.
Para mejorar el debate público y la calidad democrática, concluye Capoccia, “los demócratas deben regular el entorno de la comunicación política, como está intentando hacer Europa, quitándole a gente como Musk y Trump su principal arma para influir en la opinión pública europea: el control del algoritmo. Y a la vez, han de adaptarse a ese discurso de las emociones de forma que sirva para apoyar los valores democráticos y restar credibilidad a las conspiraciones”.
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