El pueblo malagueño Benamargosa resurge del fango que cubrió su iglesia, calles y negocios durante la dana
El municipio retoma el pulso gracias al voluntariado y al tesón de los vecinos, que han abierto ya la mayoría de bares y tiendas afectadas mientras claman por las ayudas prometidas
Emilio Bautista, de 40 años, subió el pasado 13 de noviembre a su furgoneta con la intención de ir a casa a refugiarse de la intensa lluvia. Se encontraba en Benamargosa (Málaga, 1.519 habitantes), a solo cinco kilómetros de La Molina, barriada donde reside. Cuando apenas llevaba un par de minutos tuvo que parar. El río pasaba por encima del asfalto con tanta violencia que le impedía continuar. Dio marcha atrás, hacia el pueblo. Le acogieron en la tienda donde trabaja, una distribuidora de maquinaria agrícola a pocos metros del mismo cauce. Ayudó a sus jefes a poner yeso bajo las puerta ante el peligro de inundación y subieron a la planta de arriba a esperar, no sabían qué. Lo supieron después: el agua subió, superó el puente junto al municipio y como una gran ola se expandió por las calles. “Parecía una película”, recuerda Bautista. Los videos que grabó junto a otros vecinos se hicieron virales con rapidez. Mostraban un tsunami de cañas y barro que arrasó viviendas, oficinas, la iglesia, la panadería, el supermercado, las instalaciones deportivas. Al día siguiente nadie sabía por dónde empezar a limpiar. Y mientras vuelve la normalidad, ahora nadie sabe de dónde saldrán las ayudas para recomponerse de las pérdidas.
Más de un mes después, este pequeño pueblo a pies del río Benamargosa intenta pasar página de una dana que dejó muchísimos daños en esta y otras zonas de Málaga, aunque el capítulo se cerró sin víctimas mortales. El foco mediático se apagó, pero las consecuencias de la tormenta son evidentes en una localidad que ha valorado los desperfectos en dos millones de euros, justo el presupuesto anual del ayuntamiento. Hoy las máquinas siguen quitando barro y cañas del campo de fútbol, completamente destrozado. Hay palés con objetos llenos de barro aquí y allá sobre las aceras y todo tiene una pequeña pátina color marrón, del fango que no acaba de irse. Hay vehículos desaparecidos, pozos cegados, tuberías destrozadas, pero la normalidad empieza a volver. Los cajeros de Unicaja y Cajamar ya funcionan, el supermercado Covirán abrió, como la mayoría de los bares. También la iglesia, donde el sacerdote, Samuel Córdoba, ya sabe que debe gastar 30.000 euros en reformas sin contar la electricidad mientras celebra que, al menos, los bancos y el confesionario se salvaron, según explican desde el Obispado de Málaga. Varias parroquias ya han hecho sus colectas para afrontar los arreglos más urgentes.
En otros 30.000 euros calcula sus pérdidas la jefa de Emilio, Manuela López, de 50 años, después de que numerosa maquinaria a la venta haya quedado inservible. “El agua con barro ha hecho imposible que las podamos recuperar”, destaca quien tardó ocho días abrir su negocio tras la riada y conoce bien los daños causados en el campo —según Asaja afectan a un millar de hectáreas— porque sus clientes, los agricultores, cada día le cuentan algo más sorprendente, como la desaparición de 17 de las 22 casetas de la comunidad de regantes de la zona.
Barcelonesa afincada en la zona desde hace tres décadas, López define aquella tarde como “el horror”. “Veíamos subir el agua y no sabíamos hasta dónde llegaría o cuándo iba a parar”, relata. Recuerda el estruendo, la impotencia, el miedo mientras el nivel del río subía hasta los 5,28 metros, su máximo nivel histórico. Ahora, mientras el cauce está ya completamente seco, la mujer también rememora la mañana siguiente, la del 14 de noviembre, cuando llena de fango se abrazaba con sus vecinos sin apenas mediar palabra para celebrar que, al menos, estaban vivos. Es lo que repetía aquella mañana el alcalde, Salvador Arcas (PSOE), aún con el susto en el cuerpo mientras fumaba un cigarrillo para calmar los nervios de una noche sin dormir en la que se temió lo peor: “Al menos no ha muerto nadie”. Luego el pleno solicitó la declaración de zona catastrófica para agilizar el posible apoyo económico, aún sin respuesta.
Agradecimiento al voluntariado
Cuando salió el sol a la mañana siguiente, tras 32 horas seguidas de aviso rojo que tuvieron en vilo a toda la provincia malagueña, tanto el presidente andaluz, Juan Manuel Moreno Bonilla, como el de la Diputación Provincial de Málaga, Francisco Salado, visitaron el pueblo. “Los políticos vinieron, se hicieron la foto, prometieron y se fueron”, se queja López casi como portavoz del resto de vecinos, que echan igualmente en falta la ayuda institucional del Gobierno central. Sí que destacan que el alcalde esté ayudando con las gestiones y la burocracia para solicitar compensaciones por los daños. Él mismo perdió un coche y su casa se inundó. “Estamos preparando expedientes con valoraciones, fotos y todo tipo de justificaciones. Lo que no sabemos es de dónde saldrán las ayudas”, explica el regidor. “Estamos llorando por todos lados”, señala gráficamente.
Quien sí puso de su parte con rapidez fueron las localidades cercanas y otras más lejanas. Dos días después un ejército de voluntarios procedentes de la comarca o lugares como Osuna, Granada o Marbella llegaron en autobuses y coches particulares para ayudar. “La respuesta de la gente ha sido increíble”, señalaba la rusa Tatiana Kakorina, de 50 años, que abrió el pasado 1 de julio una panadería en un pequeño local frente a la iglesia. “Estaba todo destrozado y lleno de barro. Solo pude salvar la nevera, pero he tenido que comprar un horno nuevo, estanterías, muebles”, explica mientras muestra “un pan de calidad” y dice que a todos les está costando arrancar sus negocios y mira a las calle, ya vacías de voluntariado.
Ahora cada cual se las arregla por su cuenta, como hace Ángel Ruiz, de 56 años y propietario del bar Anais. Lo inauguró hace 22 años y ahora, dice, tiene que empezar de cero otra vez. “He perdido todo”, señala mientras a su alrededor unos operarios colocan placas de pladur y otros arreglan la puerta, que los bomberos tuvieron que romper para poder acceder al negocio Muebles, lavavajillas, cocina, frigoríficos, todo a la basura. También todo lo que había en el almacén, ubicado en un pequeño sótano que se inundó hasta el techo. A su vecino Modesto Gómez, de 62 años, le pasó igual y ha tenido que cambiar toda la instalación eléctrica y las tuberías. “El agua llenó completamente el bajo y luego subió a mi casa, en la planta de arriba, donde cubrió unos 30 centímetros”, destaca. Las autobombas trabajaron dos días seguidos. El barro hubo que sacarlo después con palas y cubos. Ahora planea dibujar en las paredes una ola azul en recuerdo de la altura que alcanzó el agua. “Hay que quedarse con lo bueno, que lo podemos recordar y que aquí estamos todos”, concluye Gómez que, eso sí, lamenta que este año no tendrán pub para tomar algo tras las campanadas de Nochevieja.
El dispar apoyo de las administraciones
En la Diputación Provincial de Málaga confirman que han recibido un informe municipal que incluye las infraestructuras dañadas en Benamargosa y están a la espera de una valoración económica para hacer efectivas unas ayudas “que podrían ser en forma de subvenciones” o parte de “algunos de los programas de apoyo a municipios”. También recuerdan las numerosas inversiones en arreglo de carreteras en la zona y la existencia de distintas ayudas para los afectados por las dos danas que han causado daños en Málaga este otoño: una línea directa a familias dotada de un millón de euros y ya aprobada por la institución, así como otro millón para pymes y autónomos, aunque en este caso las bases todavía no están publicadas. Fuentes de la Junta de Andalucía explican que sus ayudas, dirigidas a este y otros ayuntamientos, ya se están tramitando, con la intención de pagarlas antes del 31 de diciembre. Las que van dirigidas al campo serán más lentas y los agricultores tendrán que esperar. El Gobierno subraya que su apoyo está regulado en el Real Decreto 307/2005 que regula las subvenciones derivadas de situaciones de emergencia, aunque no aclara plazos ni cantidades.
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