El estrés postraumático de la dana: “¡Veo muertos! ¡Muchos muertos! ¿Me estoy volviendo loca?”
Psicólogos voluntarios asisten a cientos de personas en la zona arrasada. Los ansiolíticos y las pastillas para dormir están entre los medicamentos más demandados
Elisa (nombre ficticio) dice que cuando intenta dormir ve muertos —“¡muchos muertos!”—, gente que le pide ayuda porque se ahoga en el lodo, pero no puede sacarlos. Llora desconsolada: “¡Son muchos, son muchos!”, repite en su llanto, fundida en un abrazo con el psicólogo. “¿Por qué, Señor, tanto dolor, tanta tragedia?”, se pregunta en voz alta, ante la mirada desconcertada de sus hijos y de su marido, sentados en plena calle entre los pocos muebles que han salvado de la riada que anegó parte de su casa en la localidad valenciana de Sedaví (10.600 habitantes). “Yo siempre he estado muy cuerda”, dice Elisa, “tengo 60 años, leía los periódicos a diario. ¿Acaso estoy perdiendo la cabeza, me estoy volviendo loca ahora?”, inquiere desesperada, con los ojos bañados en lágrimas sobre su mascarilla y con los guantes llenos de barro.
Elisa salvó a varios de sus vecinos de ser engullidos por el lodo a través de su patio: “Me decían que iban a mancharme la casa, ¡pobrecitos!”, recuerda, sin dejar de abrazar al psicólogo. Pero a otros se los tragó la marea lodosa ante sus ojos. Son esos los que se multiplican ahora en su cerebro, “que no puede asimilar tanta muerte”, dice. “Me gritan: ‘¡Socorro! ¡Me ahogo!”. La torturan cada noche, cuando baja la adrenalina de la frenética actividad diaria en la que viven ella y el pueblo entero, desatada el pasado 29 de octubre, cuando buena parte de la vida en la ribera del río Magro y a orillas del barranco del Poyo quedó sepultada bajo toneladas de cieno.
Elisa no se está volviendo loca. Está desarrollando —explican los psicólogos— la sintomatología más común del llamado trastorno de estrés postraumático tras la experiencia de una gran catástrofe: “Imágenes recurrentes, pensamientos distorsionados y negativos, recuerdos en bucle, ansiedad, dificultad para dormir, cansancio, sentimiento de culpa y de vergüenza, ira, ataques de pánico...”. Unos síntomas que se manifiestan por doquier ya en la zona afectada y que mantienen a los equipos de psicólogos (del Ayuntamiento, voluntarios, del colegio profesional de Valencia o de hospitales) muy atareados y atentos al seguimiento de los casos que van saliendo y que ya se cuentan por cientos en este pueblo.
“Desde el primer minuto activamos al Colegio Oficial de Psicólogos de Valencia”, dice Amparo Gascó Blanch, la psicóloga del Ayuntamiento de Sedaví y asesora de esa institución valenciana. Hoy son 40 profesionales trabajando en red a través de un grupo de WhatsApp en el municipio. Realizan fundamentalmente trabajo de campo, identificando casos “en las colas de recogida de alimentos, acudiendo a los domicilios, en el centro de salud y otros puntos estratégicos”, explica. “La geolocalización de los móviles ha sido clave para poder llegar a muchos de ellos, porque los que vienen no conocen las calles ni a la gente”.
Gran parte de su labor consiste en hacer entender a los pacientes lo que les está pasando para que rebajen su ansiedad, explicarles que lo que sienten es normal tras el enorme shock de lo vivido, que no están solos. “Muchos se están conteniendo, pero estallarán más tarde”, advierte Fran Mendoza, de 47 años, que llegó a Sedaví como voluntario siguiendo a su mujer, Seraya Lorenzo, de 46, también psicóloga. Ambos viven y tienen su consulta en Benaguacil (a 34 kilómetros). Seraya, además, es de la isla canaria de La Palma y fue víctima de la erupción del volcán en 2021: “Después de la ayuda que recibimos, ¿cómo no iba a estar yo aquí?”, dice. “Pero la perdida de vidas humanas multiplica exponencialmente el shock y el trauma”.
Ambos han atendido decenas de casos: “Un efectivo de Protección Civil que permaneció horas junto al cadáver de una mujer, a la espera de que fuera recogido, y llegó la hija: ‘¿Es mi madre?’, le preguntó. Y le hizo destaparla y moverle la cara... Desde entonces, no duerme”; “una chica que no es capaz de asomarse a la ventana porque había tres cuerpos cuando lo hizo la última vez”; “un hombre llenó de dolor e indignación porque vio a gente robar con mochilas mientras los muertos seguían en la calle”; “personas que no se pueden quitar imágenes de la cabeza”...
“Es primordial que la atención psicológica se empiece a recibir en el menor plazo de tiempo posible para atenuar los efectos postraumáticos”, apunta Mariano Navarro Serer, psicólogo clínico y experto en emergencias, de la Unidad de Salud Mental del Hospital General Universitario de Valencia y miembro de la Junta Directiva de Sepadem (Sociedad Española de Psicología Aplicada de Desastres, Urgencias y Emergencias). “Es necesario hacerles entender que toda la sintomatología que puedan experimentar, si previamente no existía diagnóstico alguno, serán reacciones normales ante un hecho excepcional”.
La adrenalina es hoy el gran muro de contención, lo que sostiene la vida que queda en toda la zona arrasada por la dana. Se nota en cada empujón al escobón que retira un poco de lodo de la calle, en las manos con guantes que construyen montañas de enseres embarrados frente a cada comercio, local, garaje, almacén, bar, peluquería…. Se siente en los ojos llorosos por encima de las mascarillas, en los abrazos espontáneos entre desconocidos, en la fuerza de las cadenas humanas que reparten incesantemente víveres y productos de primera necesidad en las escuelas, en los nuevos carteles pegados a los árboles que sustituyen a las señales de tráfico caídas y que contienen avisos como este: “Punto de asistencia psicológica, segunda planta del IES Sedaví”. La adrenalina emana también de los alcaldes, frenéticos, a los que no deja de sonarles el teléfono, o en las botas de agua de los miles de voluntarios que chapotean en el barro y entran y salen de las poblaciones anegadas.
Barrer lodo, limpiar, quitar, recoger, tirar, cargar, sacar, echar agua... Se han convertido en las actividades que dan sentido hoy a la vida de las más de 600.000 personas que pueblan la zona más afectada por la dana. “La gente está tratando de focalizarse en tareas para evitar pensar en el hecho traumático”, dice Mendoza. “Se está conteniendo todo ahí, en la actividad, por eso, cuando de pronto paras y les das un abrazo, estallan”, explica, desde el consultorio improvisado de un aula en el instituto público de Sedaví.
La normalidad hará aflorar el trauma
“Estamos convencidos de que esta tragedia va a generar en breve una saturación de los centros de salud mental”, asegura Navarro Serer. Según los psicólogos, a medida que vaya recuperándose cierta normalidad, el nivel de adrenalina irá bajando. Cuando ya no haya lodo que barrer habrá un vacío, y será entonces cuando afloren multitud de trastornos. “Son muchas las víctimas que todavía se encuentran en shock, que no han sido capaces de tomar conciencia de su realidad al haber pasado todos estos días en un estado de bloqueo e hiperactivación”, señala el experto.
Ocurre cada noche: al irse a la cama, asaltan los demonios, las imágenes horribles que no dejan dormir. No se descansa, se siente debilidad y aparece la crispación. La primera consecuencia de esos síntomas es que se ha multiplicado la demanda de lorazepán, orfidal y toda clase de ansiolíticos en la zona, según fuentes médicas. “Yo estoy recetando varios tipos, por si ya no queda de alguno en la farmacia, para que les puedan dar otro, porque no sé cómo andan de suministro”, dice Mateo Campillo, el psiquiatra que atiende ahora en la tercera planta del centro de salud de Sedaví, abierto desde el pasado jueves.
Mendoza y Lorenzo, voluntarios espontáneos, fueron los que atendieron a Ana y Ainhoa, madre e hija, que pasaron la noche de la dana en Sot de Chera sobre los escombros de su casa derruida por la riada y del cuerpo sin vida del hijo pequeño, Javi, de cuatro años, después de que la lengua de barro arrastrara al marido de Ana, Javier Sánchez Rocafull, que continúa desaparecido. “Llegaron hasta Sedaví de la mano de un familiar”, recuerda Mendoza. ”En una situación así, sólo puedes decirle la verdad: que ha tenido el coraje, la fuerza y la valentía de salvar a su hija de ocho años y de salvarse ella misma y que no pudo hacer más”.
“Todo ha fallado”
“Ante la necesidad de encontrar un sentido y también un culpable que pueda justificar lo sucedido, las víctimas generarán una rabia a veces muy intensa, que puede incluso interferir en su proceso de duelo, empezando por complicar la aceptación de sus pérdidas”, advierte Navarro Serer. “Si alguien se está ahogando, ¿vamos a esperar a que pida ayuda?, ¿no habrá que sacarle? ¡Si alguien se ahoga hay que darle ayuda inmediatamente, no esperar a que la pida!”, se lamentaba Elisa entre sollozos en la calle. “Lo último que dijo mi hijo fue: “mamá”, recordaba Ana, tras contar que había sido sepultado por una viga de su casa que se derribó con la fuerza del agua.
Según Navarro Serer, “a nivel de psicología de emergencias, todo ha fallado”, porque los recursos que deberían haber sido activados desde el inicio no se activaron. “Los equipos oficiales de psicólogos emergencistas de todo el país deberían haber sido movilizados para acudir a Valencia y coordinar de forma efectiva y profesional toda la avalancha de psicólogos voluntarios”, afirma. Según este doctor en Psicología, “cuando los gestores de la emergencia desconocen procedimientos y actúan desde la desorganización, las actuaciones tienden al caos”. Y concluye: “No es cuestión de paliar el daño, es cuestión de que los puestos de responsabilidad en la gestión de una emergencia estén ocupados por personas con formación y experiencia en todas las áreas. Solo así se cuidará a las víctimas con todo el respeto que merecen”.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.