Los vecinos de Alfafar buscan agua y alimento: “Solo nos quedaba para el desayuno de mañana”
La mayoría de barrios del municipio valenciano sigue sin suministro de luz, agua e internet y las ayudas llegan a cuentagotas
Ana Palmero espera el jueves por comida con walkie-talkie en mano. Esta mujer de 43 años es vecina de la localidad valenciana de Alfafar, donde el primer lote de alimentos proveniente de la capital de la provincia llegó a las seis y media de la tarde, 48 horas después de la catástrofe. Ella, sin embargo, lleva esperando cerca de tres horas a que el reparto de víveres empiece. “Lo último que han comido mis hijas, de 13 y 7 años, han sido dos hamburguesas con un par de galletas, pero solo tenemos alimentos para un día más”, lamenta mientras echa un ojo a la entrada del recinto, de donde parte una fila de 200 personas. “La más pequeña se toma esto como un juego, pero a la mayor la hemos llevado a la casa de los abuelos que lo han perdido todo, para que entienda la gravedad de la situación”, comenta Palmero, quien envía mensajes esporádicos a su esposo, al otro lado del walkie-talkie. “Tiene cobertura para tres o cuatro manzanas”, explica con una sonrisa. “En realidad, es un juguete de nuestras hijas, pero es lo único que tenemos para comunicarnos”.
Las calles de todo el pueblo se han convertido en una pasarela de vecinos que, con garrafas y bolsas en mano, suben y bajan las avenidas lodosas donde aún permanecen las montañas de coches y escombros. El suministro de agua se ha restablecido en una parte del pueblo, pero muchos sostienen que no es potable y que por los grifos solo corre un hilo. Las conexiones de luz y de cobertura móvil siguen interrumpidas y si llegan, duran apenas un par de minutos. “Lo justo para que enviemos un mensaje a nuestros seres queridos”, cuenta una joven del pueblo. Sin embargo, la provisión de alimentos es prácticamente inexistente. Los saqueos de la primera noche han dejado vacías las estanterías de los supermercados locales. Carmen Picazo, de 66 años, aguarda en la cola a las afueras del centro de acopio, a la espera de conseguir cualquier tipo de alimento. Relata que han tenido que racionar la comida en su casa y que las porciones son menores de lo habitual. “Aunque de todas formas hemos perdido el apetito ante la tragedia”, confiesa.
“No vamos a tener para todos, lamentablemente”, advierte Marián Pérez, una coordinadora del Ayuntamiento que, al igual que el resto de vecinos, espera a que los camiones aparquen frente al recinto municipal. Ni ella está muy segura de cuándo va a suceder y cuánta comida va a llegar al pueblo. Sin internet y sin luz, esta localidad, que se encuentra a apenas 10 kilómetros de Valencia, ha quedado prácticamente aislada. “El Ayuntamiento está organizando todo porque no hay comunicación desde otras entidades, todo es un completo caos organizativo”. Desconoce si la cantidad de alimentos va a ser suficiente para proveer a la fila de vecinos que ya se extiende por varias manzanas, aunque agradece que por la mañana llegasen voluntarios a pie con las primeras entregas de comida.
A la fila ha llegado María Martínez, de 58 años, quien espera con su hijo, Adrián Gascó, de 29, la comida prometida. Esta familia, igual que el resto del pueblo, recibe las noticias del exterior a cuentagotas. “Lo último que sabíamos es que había cerca de 60 muertos por la dana”, indica Gascó. Sin embargo, a esas horas de la tarde la cifra ya ascendía a 150 (202 ya la mañana de este viernes). “Sin internet no podemos saber ni lo que pasa en el pueblo. Sabe más una prima que tenemos en Noruega que nosotros en este momento”, se queja el hijo, quien explica que lo último que se ha llevado a la boca era un trozo de pechuga y un poco de caldo que habían preparado la noche antes de la tragedia.
Javier Francesc, el párroco de la ciudad, es el encargado de gestionar la llegada de víveres de otras parroquias cercanas hasta Alfafar. Recorre las calles del centro del pueblo con un móvil y una batería portátil. Cuando por fin consigue algo de cobertura, las llamadas le llegan sin pausa. Se ha convertido en una fuente de autoridad en medio del desastre. Cuenta que la iglesia local de Alfafar perdió todo lo acumulado por Cáritas después de que el agua inundase un bajo que hacía de almacén, pero revela que tiene varios palés con alimentos listos para que lleguen a Alfafar, solo que, ante el temor de que se produzcan saqueos, necesita encontrar un lugar seguro para traer los suministros.
Mientras tanto, la fila por conseguir alimentos sigue alargándose. Elizabeth Vera atraviesa la zona con una garrafa en mano. Esta mujer, proveniente de Costa Rica, asegura que en la plaza del Ayuntamiento han habilitado la fuente para que los vecinos puedan rellenar garrafas, pero que el agua no es potable. Su hijo, que camina a su lado, explica que “como buen latinoamericano” en su dieta nunca falta el arroz, pero que de momento se deben conformar con bocadillos de jamón y aceitunas. Entiende que la situación es crítica, y que en su caso, con una familia de siete personas y un bebé de un año, deban racionar y esperar a recibir ayuda.
Aunque no todos los que deambulan por las calles están buscando comida. Al pueblo llegan poco a poco escuadrones de personas desde otras localidades con la intención de ayudar a familiares o a desconocidos. “Necesitamos gente para limpiar las calles, pero principalmente para recorrer el pueblo puerta por puerta y ver si hay personas mayores atrapadas”, comenta con indignación María Chimet, quien ha llegado a ayudar a una amiga cercana. “Lo más crítico ahora es socorrer a las personas mayores o discapacitadas, entregarles comida y ayudarlas a salir si se han quedado atrapadas”, resume.
A las siete de la tarde, estacionan los camiones con agua, alimentos no precederos y comida para bebés. Franklin Velásquez abandona el centro de acopio con un carrito de la compra semilleno. Se ha hecho de pan, galletas y agua. “Si no nos entregaban esta tarde, teníamos que salir a buscar en pueblos cercanos. Tenemos un bebé en casa y él no puede esperar. Solo nos quedaba para el desayuno de mañana”. Quienes no tenían suministros desde el inicio, en cambio, han empezado a caminar hacia las localidades vecinas o incluso hasta Valencia. Para llegar a la capital de provincia desde Alfafar, muchos emprenden el camino por las vías del tren, que han sido destrozadas por el desbordamiento. Una caminata de 40 minutos separa el caos y un aparente orden.
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