De Fran a Samantha: la reivindicación travesti a golpe de pelucón, brillantina y taconazo
Las fiestas del Orgullo llenan la agenda de drags como Samantha Ballantines que acumulan cientos de horas de viajes por toda España y caracterización para subir su activismo a escena
La invocación surte efecto en algún momento entre la sombra que eleva el ojo hasta la hipérbole y esas tupidas pestañas postizas negro azabache. Fran Sánchez, ese gaditano de 38 años que cinco horas antes empujaba veloz su maletón en la estación de Santa Justa de Sevilla en su escala Madrid-Cádiz, se ha esfumado. Frente al espejo, “el humano casero, divertido y cariñoso”, como él se describe, ha dado paso a “la travesti petarda, amiga de fiesta, pero capaz de soltarte un speech reivindicativo”. Diva cual Madonna, curvilínea como Jessica Rabbit, obsesionada por su imagen al estilo Sara Montiel, poderosa cual Bruja Malvada; Samantha Ballentines impone en las distancias cortas. La drag que comenzó a 20 euros el bolo en pubs perdidos de Cádiz y ahora se pasea por el estrellato del travestismo español, lo mismo lanza besos al espejo que pone firme al cámara como se le ocurra sacarla con mala luz. En definitiva, “una tía chulísima, ¡y punch!”, exclama recurriendo a una de esas coletillas que la han hecho reconocible.
Fran y Samantha pueden compartir cuerpo y espacio, pero nunca tiempo. Y eso, en plenas celebraciones del Orgullo LGTBIQ+ con actuaciones, pregones y bolos a lo largo y ancho de España, es justo lo que les falta. “Cuando ella me deja vivo, yo aprovecho para descansar y dormir”, explica Sánchez divertido. La travesti, que saltó al estrellato nacional en la segunda edición de Drag Race que Atresplayer emitió en 2022, cuenta en su agenda del móvil las 77 actuaciones que ya lleva en lo que va de año: “Eso son más de dos meses con la cara maquillada”. Pero nada comparado con el ritmo infartado de junio y julio. Viaja en un coche que la lleva hasta Cádiz para protagonizar el pregón de las reivindicaciones de la capital y que la tienen emocionada por sentirse, al fin, “profeta” en su tierra. Es viernes 28 de junio, día internacional de la conmemoración del Orgullo, y Ballentines encadena una semana rodajes y bolos mañana y tarde que seguirán más allá de la marcha estatal prevista para este próximo sábado en Madrid.
Pero la artista retuerce la agenda para abrir un hueco a EL PAÍS y mostrar cómo es el largo proceso de caracterización en el que Fran se reviste de Samantha, lo que en el argot drag se conoce como “montarse”. Ballentines muestra cada paso de las más de cuatro horas de transformación impulsada por la misma reivindicación LGTBI y artística, de la que hace gala cargada de humor cada vez que se sube a un escenario: “Yo hago activismo cada vez que salgo de casa preparada (…). Me siento más travesti que drag, porque viene del antiguo cabaret, ese al que tenías que llamar a la puerta para entrar. Además, fue una palabra que se ha usado mucho como insulto, así que hay que apropiársela”.
La bata negra con la que todavía Fran se envuelve empieza a llenarse de motas de maquillaje claro, mientras se mira en un espejo de Look Art Studio, la academia de caracterización en la que Sánchez aprendió hace más de una década a materializar el salto de “humano” a travesti —como él suele bromear— y a la que ha vuelto por el pregón. Se pega las cejas con pegamento de barra escolar para elevar sus párpados al límite de lo imaginable y comienza a aplicar los colores que crean un juego de luces y sombras conocido como contouring o visagismo. “Tú piensa que entre que soy calvo y ahora me quitas la ceja así como un huevo, tengo que darle forma a todo esto”, explica entre risas.
Sánchez, hoy con 38 años, era tan solo “el único maricón del instituto” de su Alcalá de los Gazules natal cuando supo qué era eso del travestismo, tras una visita a Torremolinos, meca andaluza LGTBI desde hace décadas. “Vi mi primer show y flipé. Dije: ‘yo quiero ser eso’. Pocos años después lo consiguió subiéndose por primera vez a un escenario. Una de sus primeras veces fue en Cádiz, en El Poniente, un local de ambiente ya desaparecido: “Fue un cuadro, pero para mí resultó ser como una droga, ya quería más”. Samantha Ballentines se abrió paso en la escena gaditana a golpe de mucho viaje de allá para acá y de bolos en los que tan solo le llegaron a pagar apenas 20 euros por actuación y una invitación a unas copas. “Como artista, es un mundo precario”, se queja la drag.
El boca a boca hizo efecto y la agenda de Ballentines comenzó a llenarse, a golpe de actuaciones por toda Andalucía en las que, caracterizada como diva pop, tiraba de picardía. “El humor es serio porque puedes reírte de algo serio”, justifica Ballantines, que lo mismo aprovecha sus espectáculos para reírse de anécdotas sexuales que para cargar contra las políticas que recortan derechos a las personas LGTBI. Es justo el ingenio que se hizo conocido más allá de su comunidad, gracias a los directos que comenzó a hacer durante la pandemia. “Eso fue el despegue y luego llegó Drag Race [además de la segunda edición, participó en la edición 2024 All Stars en la que quedó segunda]. He llegado a salas y a teatros donde nunca creí que iba a estar. El vértigo ha sido grande porque era mucha responsabilidad”, explica la artista.
Con los párpados bien de brilli brilli, la ceja alta y dos enormes pestañas negras que le agrandan los ojos, Fran comienza a desvanecerse: “Ahora soy Framantha”. Ballentines entra en escena poderosa con esa personalidad basada en un batiburrillo de mujeres reales y creadas fuertes. Madonna, Jessica Rabbit, Lina Morgan, Cristina Aguilera, Sara Montiel y la Bruja Malvada cohabitan en esa Samantha Ballentines “loca, irónica, niñata de 18 años que es tu mejor amiga de fiesta”. Aunque a Ballentines le encanta improvisar sus diálogos —tan solo se prepara las canciones de sus lip syncs o playbacks—, reconoce que, en más de 15 años de carrera, ha habido mucho aprendizaje: “El personaje ha ido creciendo, ha aprendido a deconstruirse”.
Después de años de precariedad en los que llegaba a mentir a su madre para poder gastarse dinero en ropa para su show, Ballentines siente que “por fin” está bien pagada. “Después de toda la mierda que me he comido, aprovecho mi situación de ahora para reivindicar mejores condiciones para mis compañeras. Sigo sintiéndome como una travesti local”, explica la drag. Por eso, aunque ahora viva en Madrid, no pierde ojo de la escena local andaluza: “Está más viva y fuerte que nunca. Se está recuperando la reivindicación de lo folclórico, a la vez que se rompe el género con actuaciones más reivindicativas y en la que se están llegando a espacios a los que antes no llegábamos”.
Samantha se calza un impresionante pelucón blanco cardado que estrenó en Drag Race, taconazo de infarto transparente, vestido plateado y dos argollas del mismo tono que se pega con pegamento instantáneo a los lóbulos. Sale a la calle como un huracán, a la caza de un taxi que la llevará hasta la puerta del Ayuntamiento de Cádiz, donde la esperan para su pregón. Han pasado más de cuatro horas de caracterización y dos más hasta que se sube a un escenario en el barrio del Pópulo, barrio de ambiente de la capital. “Somos los que empezamos a vivir con 25 años, ¡no hemos tenido adolescencia!”, exclama combativa entre aplausos. La madrugada avanza entre canciones pop, humor y reencuentros con antiguos amigos. A la mañana siguiente, tocará volver a cargar el enorme trolley en el que vive Samantha de bolo en bolo. Pero eso ya será trabajo de Fran, que para eso ella es la eterna niñata a la que nadie podrá robar la juventud.
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