Acuerdo de pastores, los lobos muertos
La espiral de confrontación, el asedio al poder, la estratega destructora ‘ad personam’… quizá continúen, pero desde el pacto de este martes sobre el Poder Judicial carecerán de credibilidad moral y legitimidad
Ni el más optimista (y somos algunos) lo imaginó. La espiral de confrontación, el asedio al poder, la estratega destructora ad personam… quizá continúen. Pero desde el pacto de este martes sobre el Poder Judicial carecerán de credibilidad moral, de cualquier atisbo de legitimidad y de encaje en lo que marca tendencia. Es lo que tiene no ya una reunión juerguera de pastores, sino su acuerdo de futuro y de trabajo: la víctima no es la oveja desprotegida, como en el refrán, sino la loba y los lobos amenazantes, huelgan apellidos.
Quien pacta, gana, aunque no consiga todo lo deseado. Quien se excluye, pierde, porque se enfrenta a la esencia triple del estilo democrático (dialogar/negociar/acordar) y se desarraiga de la inmensa mayoría, contraria a guerrear sin dividendos. Gana Pedro Sánchez, por vía del arquitecto jurídico Félix Bolaños. Porque desmiente que solo crezca en el litigio y la ruina ajena; porque encauza un problema enquistado durante cinco años; y porque lo resuelve como dijo, inmediatamente completar los nombramientos quienes reemplazarán a los miembros marchitos del Consejo General del Poder Judicial (CGPJ); posteriormente acordar las reformas legislativas.
Gana también Feijóo, por vía de González-Pons, pues alimenta la ilusión que muchos sospechábamos había abandonado para siempre: la querencia por cierta moderación, o al menos ponderación. Pues simboliza —¡al fin!— que manda sobre la ultra de la moto-sierra madrileña. Pues disimula el radical revés para su propuesta corporativista de que los jueces y solo ellos eligiesen a sus cargos: La reforma de la provisión de cargos no se acuerda, se pospone en el calendario hasta que el nuevo CGPJ estudie, compare con los vecinos europeos, compre una fórmula y la venda al Parlamento. Por mayoría cualificada de tres quintos, ese incentivo para el consenso. Nadie sabe cuál será la alquimia definitiva.
Lo feo del acuerdo es lateral a su virtud esencial, pero infame: el anuncio de promocionar al Tribunal Constitucional al gran enredón del Consejo, José María Macías, ese abogado de Cuatrecasas (despacho especializado en el lindar de optimizaciones fiscales discutibles), ese aventajado de Federico Trillo en amenazas implícitas, venganzas frías, protección de colocables y favorcitos a devolver con intereses.
Claro que eso palidece ante la enorme ganancia de la sociedad, justiciables, togados, víctimas. La ganancia de la democracia española. Que en caso de eternizarse el bloqueo (aunque fuese por parte de la oposición) iba a sufrir un varapalo en el próximo Informe sobre el Estado de derecho de la Comisión Europea, auspiciado por otra gran enredona en el Parlamento de Estrasburgo. La propuesta firmada ayer brilla por evitar ese problema y sus efectos reputacionales y económicos. Y por las mejoras en incompatibilidades, cuarentenas, requisitos, y procedimientos que parecen, en rápida lectura diagonal, más que respetables.
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