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La muerte sin asesino de David en una noche de confinamiento en Laguna de Duero

La jueza archiva el crimen de un joven tras casi cuatro años sin indicios, mientras la madre recurre la decisión y pide que se analice el ADN de un cuchillo hallado en la zona

Lorena Álvarez
Lorena Sánchez sostiene una foto de su hijo David, en una imagen de 2022.Javier Álvarez
Juan Navarro

Parece una historia de fantasmas, pero es un crimen sin resolver. Ocurrió la madrugada del 16 de abril de 2020. Coronavirus. Confinamiento estricto. Prohibido salir a la calle. David, de 18 años, se va de casa con un chándal encima del pijama. Está nervioso. Esa misma medianoche había felicitado a su hermana, que cumplía 16, un hito para cualquier adolescente. No hay nadie por Laguna de Duero, una ciudad-dormitorio de Valladolid de 24.000 habitantes. Pasan las horas y no regresa. Su madre se inquieta. Nerviosa, baja a comprar una tarta para su hija sobre las nueve de la mañana. Esta le manda una foto que circula por la localidad. Es el cuerpo de David sobre una acera de Laguna. La autopsia reveló que tenía varias puñaladas y golpes. La investigación judicial poco ha aclarado. La jueza ha archivado provisionalmente el caso, bajo secreto de sumario, mientras la madre reclama que se siga investigando: ha recurrido la decisión y pide que se analice el ADN de un cuchillo hallado en la zona.

Lorena Sánchez, de 42 años, vive un sinvivir desde aquella noche infausta. La reconstrucción de los hechos da ciertas pistas sobre lo que pudo haber sucedido aquel día, pero no las evidencias necesarias como para armar judicialmente el caso: el chaval podría haber recibido un aviso, quizá por un tema de drogas y, al citarse con esas personas, le propinaron el golpe en la cabeza y las puñaladas que acabaron con su vida.

La madre tiene constancia de que existe un sospechoso sobre quien apenas se manejan indicios incriminatorios, menos aún como para señalarlo e iniciar un proceso judicial. Ella no tiene ni idea de quién se trata, aunque tantos meses de elucubraciones y dudas le hacen pensar que podría tratarse de alguien del entorno de David. De hecho, plantea que fuesen varios los atacantes porque el chico, alto y delgado, pero fuerte, podría haberse resistido ante un hipotético único agresor. Pero son todo teorías e hipótesis.

El archivo del caso en los tribunales, casi cuatro años después del deceso, no implica que la Guardia Civil deje de trabajar para averiguar lo ocurrido, pero igualmente su abogado ha recurrido y ha solicitado que se hagan pruebas de ADN a un cuchillo hallado en las proximidades del lago cerca del cual fue localizado el joven. “¿En serio va a quedar impune un crimen así? Pedimos que se haga justicia”, reclama la mujer, quien, al inicio de las investigaciones, se mostró crítica con las actuaciones de la Guardia Civil, pero que con el tiempo ha ido apreciando las labores policiales.

Para ella, la muerte de su hijo presenta un factor fundamental que dificulta su resolución: el confinamiento. Aquellas semanas de miedo a pisar la calle, con el coronavirus circulando, reducen la posibilidad de encontrar potenciales testigos, que arrojarían detalles fundamentales a la hora de solucionar el caso. “Al principio las condiciones no eran buenas, tardaron un poco en analizar los móviles o el lago, en pleno confinamiento, aunque quizá esto no era de gran importancia”, reconoce, y lamenta cómo “se ha juntado todo, quizá en otro momento hubiera sido muy diferente, sin la pandemia”.

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La voz de la mujer se rompe cuando relata cómo le atormenta no tener noticias sobre la causa de la muerte de su hijo. Los dos hermanos menores del muchacho ya tienen 15 y 19 años, edad suficiente como para calibrar la envergadura de todo lo que pasó cuando tenían 11 y 15. La última novedad le ha costado un esfuerzo de pedagogía y paciencia para explicarlo en casa: “Ya son mayores para entenderlo todo, imagínate leer que han cerrado el caso de su hermano”.

Ella insiste en que todavía queda mucho recorrido, pero tampoco le resulta fácil contener “la rabia muy grande” que les despiertan esas tristes novedades. Lorena Sánchez ha tratado siempre de mantener el tipo en sus comparecencias ante las autoridades, los medios de comunicación o en las concentraciones con el objetivo de dar seguridad a sus otros dos hijos, pero las emociones cambian cuando se encuentra mirando al techo en la soledad de su habitación. “No me queda otra que ser fuerte, intento estar fuerte, pero se me nota en la cara y en el cuerpo”, admite la madre de la víctima.

“Ojalá podamos dar una buena noticia y que se acabe esto, es como no avanzar nunca”, sostiene la mujer. Ella sigue trabajando para sacar adelante el hogar y como válvula de escape para que el suceso no inunde su mente las 24 horas, incluso cuando logra dormir. La vida sigue, guste o no y, tras muchos meses de asistencia psicológica, ha pedido a su terapeuta interrumpir sus sesiones. “Ahora me hace daño contar todo el rato lo mismo, es casi mejor seguir con la vida”, cuenta.

Esa ayuda, fundamental al principio, se la reserva para momentos críticos, bajones emocionales cuando la embargan los recuerdos o el dolor de un hijo perdido todavía sin respuesta. Tanto ella como sus amigos de Laguna de Duero celebran cada 16 de abril una concentración con carteles y consignas para demostrar que nadie olvida a David y que nadie ha perdido la esperanza de hacerle justicia. De momento, dependen de los potenciales estudios de ADN de un cuchillo encontrado en el lago. Después, ya habrá tiempo de calibrar cómo reaccionar y el devenir de los hechos. Ojalá, reitera la madre, pueda evolucionar de una vez y cerrar el círculo que la privó de los abrazos de su hijo.

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Sobre la firma

Juan Navarro
Colaborador de EL PAÍS en Castilla y León, Asturias y Cantabria desde 2019. Aprendió en esRadio, La Moncloa, en comunicación corporativa, buscándose la vida y pisando calle. Graduado en Periodismo en la Universidad de Valladolid, máster en Periodismo Multimedia de la Universidad Complutense de Madrid y Máster de Periodismo EL PAÍS.

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