El arca de Noé de la flora andaluza está en la sierra más lluviosa de España
Andalucía traslada a la localidad gaditana de El Bosque su Laboratorio de Propagación Vegetal, una entidad autonómica única que vela por las 4.500 especies de la comunidad
Corría el año 2006 y hacía casi dos años que la única población en la península del helecho Christella dentata había desaparecido del gaditano Parque Natural de Los Alcornocales. Así que los técnicos del Laboratorio de Propagación Vegetal andaluz tuvieron una ingeniosa idea. “Cogimos una muestra de suelo del último lugar conocido en el que estuvo y lo pusimos a germinar. Salió de todo, incluido el helecho”, presume Laura Plaza, coordinadora del Laboratorio y de la Red Andaluza de Jardines Botánicos y Micológicos. Más de 17 años después, los deberes están más que hechos y difícilmente podría volver a ocurrir lo mismo: la planta —catalogada en peligro de extinción— está ya reintroducida en su hábitat, sus semillas están a buen recaudo, está presente también en los jardines y la receta completa de cómo volverla a germinar está bien documentada.
Andalucía tiene una suerte de arca de Noé que guarda con mimo el secreto de cómo proteger a especies como la Christella dentata de la extinción y de potenciales desastres naturales, cada vez más comunes. Está en Jardín Botánico de El Castillejo, inserto en la localidad gaditana de El Bosque y en pleno Parque Natural de la Sierra de Grazalema. Allí, a pocos kilómetros del lugar que más llueve de España (geoposicionado en la vecina localidad de Grazalema), trasladó hace un año la Consejería de Sostenibilidad, Medio Ambiente y Economía Azul el Laboratorio de Propagación Vegetal, creado en 2003. “Nuestro trabajo es propagar las especies amenazadas. No busques en España nada igual que vele por la flora y la biodiversidad”, presume Antonio Rivas, técnico del Jardín de El Castillejo.
La singularidad de la que saca pecho Rivas va más mucho más allá del laboratorio y engloba a un despliegue que se ha ido perfeccionando, desde la creación en 2001 de la Red Andaluza de Jardines Botánicos, 11 instalaciones dispersas por la comunidad, en función de criterios ecológicos para abarcar de la forma más eficiente posible cada sector biogeográfico. “Cada uno se adapta a su zona”, apunta Plaza. Desde esos centros, el equipo técnico se despliega por su entorno de influencia en constantes trabajos de campo en los que analizan el estado, geoposicionan y recogen semillas de los más de 4.000 taxones —grupos de organismos emparentados— que componen la flora silvestre andaluza, el 60% de la biodiversidad vegetal ibérica. Ese despliegue se completa con el Banco de Germoplasma, ubicado en Córdoba, en el que se atesoran por tiempo indefinido semillas, bulbos, polen, esporas, como respaldo de la actividad de estudio y propagación que realiza el laboratorio gaditano y que vuelca en una aplicación que recoge toda la información descubierta.
Fuera, es la mañana de un soleado lunes de noviembre a 18 grados, pero dentro de una de las cámaras de germinación del laboratorio está a punto de amanecer y hacen 20 grados. “Reproducimos condiciones de un día de 16 horas de luz, ocho de oscuridad y temperatura constante”, explica Plaza. El Castillejo recibe las semillas procedentes de los distintos jardines, y las limpia, tamiza y pesa, antes de germinarlas, justo en el paso en el que se encuentran diversos helechos y un nenúfar procedente de Doñana. “Tenemos hasta 2.000 accesiones”, explica Plaza, en referencia a un repositorio de especies con sus correspondientes códigos de localización.
Decenas de plantones de Pinsapo —Abies pinsapo, endémico de la sierra de Cádiz y Málaga y en peligro de extinción— asoman sus puntas verdes oscuro en el vivero anexo al laboratorio bajo carteles en los que reza “Sierra Bermeja” y “Grazalema”. Coexisten con helechos —junto a los pinsapos protagonizan dos de los cuatro planes de recuperación y conservación de la Consejería—, nenúfares y plantas costeras de Málaga que se perdieron de su hábitat tras un temporal. “El jardín es una experiencia en el que puedes saber los problemas que cada especie puede requerir, además no amenazas”, apunta Plaza. Y toda la información sobre las semillas, su germinación y los primeros pasos de los especímenes acaba formando parte de los protocolos de germinación, una suerte de “receta completa desde la planta hasta volverla a plantar otra vez”, como añade Plaza.
De ese manual tiran en el laboratorio cuando realizan trabajos de campo de restauración y propagación de especies o cuando un desastre natural asola esas localizaciones. Cuando en septiembre de 2021, el fuego devoró 10.000 hectáreas de Sierra Bermeja, Rivas casi sabía “a tiempo real” las especies que se estaban perdiendo, solo con saber la localización de las llamas. “Todas las teníamos aquí o en el banco de germoplasma. Tras un incendio comienza un largo trabajo con un equipo multidisciplinar”, añade el técnico. Las labores son arduas y exigen constantes readaptaciones a la nueva realidad resultante tras el desastre, que puede provocar el desplazamiento de las especies.
“El cambio climático y la falta de agua están haciendo estragos”, reconoce sin rodeos Plaza. Tanto es así que el propio laboratorio se acabó mudando hace un año desde el vivero sevillano de San Jerónimo a El Castillejo, donde las temperaturas y las lluvias son mucho más benignas para las especies. Pero aún queda margen para la esperanza. Fruto del trabajo de campo y de la colaboración con diversos investigadores, los hallazgos de nuevas especies en la región son tan periódicos que, desde que la red de jardines echó a andar, la biodiversidad conocida de la flora andaluza ya ha crecido a un catálogo de 4.500 taxones. “Y siguen describiéndose y localizándose”, asegura Plaza. “Hace un año fue la última y ya la tenemos en el jardín”, presume Rivas. El pequeño arbusto de la Euphorbia guadalhorcensis que, tras ser descubierto por científicos de la Universidad de Málaga, crece lustroso en una de las bandejas del vivero da buena cuenta de ello.
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