Feijóo, en la encrucijada tras una sucesión de vaivenes
El líder del PP enfila su investidura después de un camino de bandazos estratégicos que en el partido atribuyen a la difícil digestión del resultado del 23-J
Quiso llegar al trono del PP por aclamación. Declinó la primera vez, en 2018, porque no veía claro que el partido se alineara en bloque tras él, y solo aceptó abandonar su reinado gallego cuando barones y dirigentes le suplicaron prácticamente al unísono que se hiciera cargo del PP tras la defenestración de Pablo Casado. En abril de 2022, Alberto Núñez Feijóo fue aupado líder de los populares en un congreso con el 98% de los votos. Tenía mucho camino andado para llegar a La Moncloa: un partido como un ejército y una coalición de Gobierno progresista desgastada por cuatro años de disputas internas y acuerdos con los independentistas catalanes. Las encuestas, y sobre todo las de su asesor Narciso Michavila, presidente de GAD3, le decían que tenía asegurada la mayoría absoluta con Vox el 23-J. El sociólogo aún vaticinaba la mágica cifra de 150 escaños para el PP cuando ya habían cerrado los colegios electorales. Todo iba bien para Feijóo, pero algo falló. Y el monarca gallego acostumbrado a la mayoría absoluta se dio de bruces con otra realidad: había ganado las elecciones, sí; pero no tenía mayoría para gobernar.
Desde esa caída del pedestal del 23-J, Feijóo parece haber perdido la baraka. El líder del PP enfila su intento de investidura de finales de mes, para la que no tiene votos, envuelto en una marejada interna fruto de sus propios vaivenes estratégicos. Un camino de tropiezos que comienza paradójicamente, según el análisis de distintas fuentes del partido, tras las elecciones autonómicas y municipales del 28 de mayo, a pesar de que el PP arrolló en las urnas. Desde los caóticos acuerdos con Vox en varias comunidades a la fatídica última semana de campaña de las generales, que lastró el resultado; seguidos de la derrota en la votación de la Mesa del Congreso y los bandazos en su apuesta por negociar con Junts per Catalunya, un partido al que, hasta ahora, acusaba prácticamente de golpista. “Hay una serie de errores de estrategia basados en la precipitación y el nerviosismo”, juzga un dirigente veterano. “Nadie cuestiona el liderazgo de Feijóo, pero sí su estrategia. Parece sobrepasado por las circunstancias”.
El último giro ha ocurrido esta semana, con el PP enredado al intentar dar forma a su ofensiva contra la ley de amnistía al procés que reclaman los independentistas catalanes a Pedro Sánchez. A pesar de que la discusión pública sobre esa hipotética amnistía da en principio una ventaja al PP sobre Sánchez, por lo delicado de esa operación política, los populares han tropezado incluso aquí con su propia estrategia. Primero anunciaron una movilización en la calle, e inmediatamente recularon: al final, lo que el partido de Feijóo celebrará el 24 de septiembre en Madrid —dos días antes de su debate de investidura— será un mitin clásico, al aire libre, pero ni será una manifestación ni interpartidista, sino del PP. El líder ha querido evitar que la protesta se le descontrole y quedar atrapado en una nueva foto de Colón junto a Vox.
El viraje, en una semana de muchos nervios en Génova, tiene que ver también con las presiones que el político gallego ha recibido por parte de las dos almas del PP. De un lado, José María Aznar, Isabel Díaz Ayuso y Cayetana Álvarez de Toledo. Los tres referentes del sector más duro del partido, conectados entre sí y con potentes altavoces mediáticos, tratan de marcarle el paso. El expresidente del Gobierno utilizó el martes unas jornadas organizadas por su fundación, FAES, para lanzar su llamamiento a Feijóo: urgió a una movilización cívica como la que encarnó el movimiento ¡Basta Ya! contra el terrorismo de ETA, y dijo que la ley de amnistía implicaría una “autodestrucción constitucional” y la “disolución de la nación” española. Sus palabras resonaron en Génova, y no cayeron bien, según fuentes de la dirección. “Su opinión es libre, pero no me interesa mucho y no creo que tenga mucho impacto en la sociedad civil”, se quejaba un miembro del núcleo más cercano a Feijóo después de escucharlo.
Solo unas horas antes, la presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, se había apresurado a confirmar su presencia en la manifestación que ha convocado la entidad Sociedad Civil Catalana en Barcelona el 8 de octubre contra la amnistía. Una protesta a la que la diputada Álvarez de Toledo instó a participar a Feijóo. “Esto se está disolviendo delante de nosotros, y hace falta una movilización, dejando cualquier tipo de diferencia, cualquier remilgo, de costado”, exhortó Álvarez de Toledo. El líder, receloso de compartir fotografía con Vox, aún no ha aclarado si irá.
Pero la otra alma del PP también se movió. Bajo cuerda, sin que trascendiera a la luz pública, los blandos presionaron a la dirección para que no se enredara en la agitación de la calle, según fuentes de este sector. El expresidente Mariano Rajoy, principal representante del ala moderada, aconsejó estos días a quien lo quisiera escuchar:
―Las manifestaciones las carga el diablo.
Feijóo optó al final por un punto medio para tratar de contentar a todos: un mitin al aire libre, al que asistirán Aznar y Rajoy. Y que llegará después de una ronda de reuniones con patronal y sindicatos a partir de este lunes. Pero la realidad es que toda la estrategia hacia la investidura del líder del PP ha saltado por los aires por el debate público sobre la amnistía. Lo reconocen en la dirección popular: este no era el plan. “Queríamos la máxima concentración en la investidura, pero la llegada de este tsunami nos ha cambiado la estrategia, como al PSOE”, admite un dirigente. “La dinámica es tan fuerte que se ha comido la otra”. Los populares se han visto arrastrados a entregarse a la pura oposición, obviando que Feijóo tiene el encargo del Rey para intentar ser elegido presidente, no líder de la oposición. Y él ha aparcado su discurso templado en Cataluña para unirse a quienes alertan de que la democracia, la Constitución y la unidad de España están en riesgo si se aprueba esta medida de gracia para los encausados del procés.
“Estamos en una situación maquiavélica”, analiza un presidente autonómico del PP. “¿Nos dedicamos solo a hacer oposición a la amnistía, o presentamos un proyecto de cambio para España?”, se pregunta. “El problema de dejarlo pasar era que nuestra gente nos lo reprochara”, apunta, resignado. Porque el tono del discurso de Aznar define un listón para Feijóo. El expresidente del Gobierno no escatimó en dramatismo: “Son tiempos dramáticos porque existe un riesgo cierto existencial para la continuidad de España como nación, como comunidad política de ciudadanos libres e iguales y como Estado bajo el imperio de la ley aplicada por jueces y tribunales independientes”, afirmó Aznar.
Solo una semana antes de esas palabras, Feijóo estaba hablando, en cambio, de buscar “un nuevo encaje territorial para Cataluña”. Esa expresión enlazaba con el intento de la cúpula del PP de tantear un diálogo con Junts. Pero duró poco. Otro viraje: en cuestión de horas, y después de que en el PP catalán le reprochara haber asumido el lenguaje del independentismo, el partido tuvo que enviar un comunicado matizando que Feijóo en ningún caso estaba sugiriendo un trato diferenciado a Cataluña frente al resto de las comunidades autónomas.
El PP catalán ha actuado como otro factor de presión para Feijóo, cuestionando desde el principio que el PP pudiera entablar contactos con el partido del prófugo Carles Puidegmont. Al final, Feijóo también rectificó esta decisión: aprovechó la pista que le dejó el discurso, lleno de exigencias, del expresident desde Bruselas y anunció que renunciaba a reunirse con Junts (a pesar de que algunos contactos se habían producido ya, como los del portavoz popular en el Ayuntamiento de Barcelona, Daniel Sirera, con ediles de Junts).
¿Qué está pasando en el PP para que se dé esta sucesión de vaivenes? “No es fácil digerir que ganas y no gobiernas. Esa es la clave. Gestionar eso es muy difícil”, afirma un dirigente con mando también en etapas anteriores. “Feijóo había venido a ganar y a gobernar, no a estar en la oposición”. En el PP observan “improvisación” en las decisiones, y “falta de tranquilidad y sosiego”. “El PP es un transatlántico, pero no hay que perder los nervios o te come la vorágine del día a día. A Casado lo devoró”, apunta este dirigente.
En los territorios se señala también al equipo que rodea a Feijóo. Cuestionar al equipo es un clásico cuando aparecen los errores, pero el runrún sobre los problemas estructurales de la dirección lleva tiempo escuchándose en el PP. “La tricefalia no es operativa”, dice un presidente autonómico en referencia a la coexistencia de tres dirigentes con un gran mando en plaza: la secretaria general, Cuca Gamarra; el coordinador general, Elías Bendodo, y el vicesecretario Territorial, Miguel Tellado, que funcionan de forma bastante horizontal. “Hace falta un secretario general fuerte o un coordinador general único fuerte. Feijóo tiene que empoderar a una persona, porque no lo ha hecho y hay un punto de descoordinación. Falta una figura clara de interlocución con el partido”, opina esta fuente.
De momento, el ruido interno solo cuestiona al equipo, pero no al líder. Algunas fuentes creen que, cuando pase su investidura, Feijóo tendrá que hacer cambios de calado. “Cuando no consigues el poder, tienes que hacer cambios en el equipo para que no te cambien a ti”, advierte un dirigente. Nadie en el partido ve, sin embargo, que se esté gestando por ninguna parte una operación de derribo de Feijóo. Como mucho, una operación para marcarle el paso por parte de los halcones.
El líder del PP tiene argumentos de peso a su favor para conservar su puesto. Para empezar, que la situación es tan inestable que nadie sabe lo que va a ocurrir en España en los próximos meses, e incluso podría tener una segunda oportunidad si se repiten las elecciones. En el partido creen que Feijóo contaría con toda la legitimidad para volver a presentarse, y también para quedarse como líder de la oposición. Él mismo también se ha reivindicado esta semana: “Yo no perseguí esta silla, sino que vine a ocuparla porque me lo pidieron los presidentes ante la crisis de mi partido”, subrayó en una entrevista en Telecinco. “Yo respondo solo ante las urnas. Útil es un político que gana las elecciones. Yo me he presentado cinco veces: he sacado cuatro mayorías absolutas y una mayoría relativa”, defendió, después de negar que tema que alguien quiera disputarle el liderazgo.
Ninguno de los dos posibles sucesores, la presidenta de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, y el presidente de Andalucía, Juan Manuel Moreno Bonilla, han sugerido siquiera una crítica al liderazgo del político gallego. La madrileña solo le advirtió contra las apelaciones “bisoñas” a un pacto con el PSOE, pero avaló incluso su controvertida estrategia de sentarse con Junts. “Yo no veo ningún movimiento de nadie en contra de Feijóo”, enfatiza un barón de los más antiguos.
Pero en política, y sobre todo cuando no se tiene el poder, siempre hay que pelear el puesto. Algunas voces del PP apuntan que Feijóo se la juega en su debate de investidura, previsto para el 26 y el 27 de septiembre. La primera vez que el líder popular intervenga en el Congreso será presentando su candidatura a la presidencia del Gobierno (porque en la pasada legislatura no fue diputado, sino senador). Y el de investidura es un debate muy exigente, que enfrenta al aspirante con todos los grupos de la Cámara, con la ventaja de que él no tiene límite de tiempo. Todos saldrán a por él. “Cuidado, porque la tribuna es muy difícil. Hay que prepararla bien, otros han sucumbido antes”, alertan los veteranos del partido.
El 26 de septiembre, Feijóo tendrá que defender su candidatura a la presidencia como culminación de un camino lleno de tropiezos. La derrota aritmética se da por hecha, pero el riesgo para el PP es que la investidura se convierta también en un fracaso político, teniendo en cuenta que el oleaje azota el barco, advierten las voces con más experiencia del PP: “Todo va a depender de él. De lo que sea capaz de hacer”, dice un dirigente. “No se la juega en la calle, se la juega en el Parlamento”.
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