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El Dueso, la cárcel cántabra donde se reinsertan presos con perros maltratados: “Los internos desarrollan emociones”

El centro penitenciario logra mejorar el comportamiento de los reclusos mediante una terapia de cuidado de canes: “Se sienten útiles porque cumplen con una función social positiva”

El Dueso cárcel
Tres internos de la prisión de El Dueso (Santoña, Cantabria) pasean a los perros por el recinto penitenciario.Javier Hernández
Mikel Ormazabal

Rodolfo y Pipo se han encariñado en la cárcel cántabra de El Dueso, en Santoña (Cantabria). Han compartido muchas horas e intimado intramuros. Rodolfo es un preso de 61 años de edad que ha cuidado durante cuatro meses de Pipo, un galgo que fue maltratado y abandonado por sus dueños hasta que fue acogido en el penal hace un año. Este pasado jueves se despidieron: “Pipo, dame un abrazo”, le dice al oído Rodolfo, emocionado y con los ojos vidriosos. El perro acerca su hocico puntiagudo y le corresponde agitando con fuerza la cola. Ante esta escena entrañable, José Antonio Álvarez, coordinador de trabajo social de El Dueso, comenta lo siguiente: “En una prisión también pasan cosas bonitas y positivas”. Internos de este centro penitenciario participan desde 2007 en un programa de terapia con animales, destinado a la mejora de la salud mental en la prisión que está consiguiendo, dice este trabajador social, “mejorar su comportamiento, estimular la autoestima, gestionar bien el sentimiento de culpa y trabajar la empatía”. Pipo ha sido adoptado por Nagore Lluvia y vivirá en O Rosal, un pueblecito de Pontevedra fronterizo con Portugal. Rodolfo entonces da la bienvenida a Alma, una galga que se incorpora en ese momento a la familia canina de El Dueso, y vuelve como todos los días a su celda del módulo mixto.

Pipo es el décimo perro que sale rehabilitado de esta cárcel. Su marcha entristece a los reclusos que estos últimos meses han convivido con él. Ignacio, Ángel, Juan Carlos y Camilo se acercan al puente del centro (al lado del edificio que estos conocen como La Moncloa) para decirle adiós y conocer a Alma, la nueva compañera de Tatoo, otro galgo, y de Kora, una labradora. Son del equipo de cinco cuidadores, a los que durante los paseos suelen unirse otros 12 o 13 reclusos “con necesidades emocionales especiales” que participan en el programa Terapia Asistida con Animales (TACA). Mientras otros reclusos acuden a la escuela o a los programas específicos de tratamiento, ellos tienen asignada la responsabilidad de ocuparse durante unas cinco horas al día de la alimentación, higiene, ejercicio y de pasear a los tres perros.

Esta actividad, apunta Álvarez, “genera efectos muy positivos y cambios en la vida de los internos”. “Frente al modelo de voluntarios que acuden a las prisiones para ayudar los internos, en este caso son los internos quienes ayudan a terceros. Se sienten útiles porque cumplen con una función social positiva”, añade el trabajador social. El cuidado de los perros lo hacen desinteresadamente, sin esperar nada a cambio. No existe ningún tipo de contraprestación económica, ni se obtiene beneficio penitenciario alguno.

Nagore Lluvia abraza a 'Pipo', el galgo que ha decidido adoptar tras permanecer durante un año en acogida en la prisión de El Dueso (Santoña, Cantabria).
Nagore Lluvia abraza a 'Pipo', el galgo que ha decidido adoptar tras permanecer durante un año en acogida en la prisión de El Dueso (Santoña, Cantabria).Javier Hernández

Ignacio, cántabro de 49 años, llevaba una mala vida antes de quedar recluido: “Estar con los perros me ayuda a olvidarme de los problemas, son mejores que muchas personas. A mí me ha servido para mejorar como persona, ya no me drogo”. Rodolfo también está encantado de bajar todos los días al cercado donde le esperan los animales porque “los recibimientos que me hacen todas las mañanas no los he tenido nunca antes de las personas”. Y comenta que la experiencia le ayuda a “vivir más tranquilo y ser más afectuoso”. “El sistema se retroalimenta, porque nosotros cuidamos a los perros y ellos también nos aportan mucho”, apostilla.

En diciembre de 2022, el programa TACA se estaba realizando en 17 centros penitenciarios y participaban 282 personas privadas de libertad, según los datos más actualizados de Instituciones Penitenciarias. Lo que hace especial al centro penitenciario de Santoña es “el buen clima que hay entre funcionarios e internos, por un lado, y su magnífico enclave, por otro”. El Dueso ocupa una extensión de 33 hectáreas, ofrece vistas al monte Buciero, a las marismas de Santoña y a la playa de Berria. La prisión cumplirá 116 años este mes de mayo y dicen que es la más bonita de España. Es como un pequeño pueblo, con calles, una plaza y hasta una carretera. Para pasear con los perros cuenta con un circuito de tres kilómetros que recorre el perímetro y otro recorrido más corto alrededor de unos huertos “solidarios” donde los internos cultivan tomates, pimientos, calabacín, pepino, berenjenas, cebollas y también carico-montañés (una variedad autóctona de alubias pintas). El año pasado se cosecharon 1.400 kilos que se entregaron al comedor social Cocina Económica Santander.

“El cuidado de los perros es una herramienta que da buenos resultados”, cuenta el coordinador social, “porque los internos desarrollan emociones, reciben afecto y establecen vínculos de autoapoyo. Al tratar con animales que llegan muy tocados y suelen ser reacios a la presencia humana, comprueban los efectos que tiene la violencia, se vuelven más permeables, se sienten valorados y desarrollan comportamientos solidarios”.

Camilo tiene 28 años, los últimos cinco privados de libertad. Dentro de siete meses cumplirá condena. Lleva casi un año siguiendo la terapia con los canes: “Yo vengo muy cargado del patio; los animales ayudan a relajarme. El trabajo con los perros en muy bonito, echo algunas carreras con ellos. Fuera de aquí —dice señalando al recinto de los perros— estoy deprimido y esto me ayuda a estabilizarme mentalmente. Yo intento que los perros se sientan a gusto. Ellos notan cuando estamos disgustados o nerviosos. Son más puros con los sentimientos”.

Su caso es uno de los ejemplos que pone Álvarez de los beneficios que obtienen los reclusos que realizan tareas “prosociales positivas” en prisión: “Da sentido a su estancia aquí, les ayuda a gestionar la culpa, se convencen de estar haciendo algo bueno, aumenta la creatividad… Es una actividad inhibidora de la violencia y da defensas frente a las adicciones. Hacer algo por lo que se les reconoce, como es el caso, les hace sentirse bien consigo mismos y aumentan las hormonas del bienestar. Es una experiencia que proporciona a los internos sensaciones diferentes a las que han vivido fuera y dentro de la cárcel. Y además es contagioso, porque muchos piden participar en esta actividad”.

Para Rodolfo no hay mejor sitio en El Dueso que el recinto donde convive con los perros: “Estar en el prado, pasear por la hierba con los perros es muy diferente a la vida que hacemos en el módulo. Es más enriquecedor, a mí me aporta estabilidad emocional. Estoy más tranquilo, nada que ver con la ansiedad que genera el patio. La cabeza va de otra manera. Nosotros les cuidamos de mil amores, pero ellos también nos dan mucho a nosotros. Es la simbiosis perfecta. Yo noto que los compañeros mejoran, es gratificante”.

Manuel Martí, profesor de Psicología de la Universidad de Valencia, opina que “todos los profesionales que trabajan la prosocialidad en las cárceles son unos quijotes, tienen mucho mérito. Con las intervenciones que realizan y los talleres que organizan, consiguen algo que transforma a los internos y que estos crezcan como personas”.

La ONG Galgos de CaSa considera El Dueso como “una casa de acogida” de perros abandonados, dice la presidenta de la protectora de animales, Eva Ceballos: “Es una satisfacción que un animal que llega aquí sin presente ni futuro, porque ha sufrido maltrato y tiene heridas físicas y emocionales muy graves, consigue ser rehabilitado en la cárcel y pasa a manos de una familia de adopción”. Este programa lo conocen como “dos vidas y un día”, que arrancó en 2017. Rápid fue el primero de la lista. Ese galgo lo adoptó precisamente Nagore, en agosto de 2018. Cinco años después, esta gallega regresa al penal cántabro para llevarse a Pipo, el décimo que recupera la libertad tras un año entre la población reclusa: “Es una iniciativa muy interesante, porque se crean lazos afectivos que ayudan a la reinserción de los presos y de los animales”, afirma.

Dos internos de El Dueso (Santoña, Cantabria) sujetan a 'Alma' (en primer plano) y 'Tatoo', dos galgos a los que cuidan.
Dos internos de El Dueso (Santoña, Cantabria) sujetan a 'Alma' (en primer plano) y 'Tatoo', dos galgos a los que cuidan.Javier Hernández

Rodolfo conversa con Nagore y le detalla cómo es Pipo: “Aquí llegó esquelético y era muy desconfiado. Ahora es un peluche, ha cambiado mucho. Es cariñoso, le gusta el contacto, no discute, no pelea. Conserva su instinto cazador, tiene una carrera grácil y muy elegante, está en plena forma. Atiende a la llamada, le gusta comer las hojas de la higuera y no permite que le molesten cuando está comiendo”. Ceballos comenta que “ver las caras de felicidad de los internos y de la familia que se lleva al perro es la mejor demostración de que esta experiencia es un éxito en sí mismo”.

Todos los protagonistas de esta historia —el trabajador social, los internos, Nagore y los responsables de Galgos de CaSa— suben al módulo de respiro, donde hay una sala habilitada como estudio de radio. Habla Benito con acento andaluz: “Buenos días desde el interior de El Dueso. Bienvenidos a Radio Encadena2, comenzamos el programa Abre la muralla. Hoy vamos a hablar de nuestra experiencia con los perros…”, arranca la grabación del podcast, que se emitirá en Radio Santoña.

Al acabar el episodio radiofónico, Rodolfo se despide y toma dirección a su cuarto: “Me da mucha pena que se vaya Pipo. Se va un amigo, aunque ya sé que va a estar muy bien cuidado [por Nagore]. Literalmente, va a pasar a mejor vida”.

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Sobre la firma

Mikel Ormazabal
Corresponsal de EL PAÍS en el País Vasco, tarea que viene desempeñando durante los últimos 25 años. Se ocupa de la información sobre la actualidad política, económica y cultural vasca. Se licenció en Periodismo por la Universidad de Navarra en 1988. Comenzó su carrera profesional en Radiocadena Española y el diario Deia. Vive en San Sebastián.

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