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El castellanismo lucha contra el olvido institucional y el desarraigo popular

El festivo de Castilla y León sufre las medidas adversas de Vox y la histórica falta de pertenencia autonómica de los habitantes de la comunidad

Comuneros en Villalar
Flores en el monumento a los Comuneros en Villalar, Valladolid.@Francisco J de las Heras
Juan Navarro

Entre los campos castellanos sobrevolados por cigüeñas tuvo lugar la considerada precursora de las revoluciones liberales. En Villalar de los Comuneros (Valladolid, 490 habitantes), alzó la cabeza el movimiento comunero en 1521 y la perdieron los líderes de la revuelta contra Carlos I: Juan de Padilla, Juan Bravo y Francisco Maldonado. El Estatuto de Castilla y León (1983) establece el 23 de abril, fecha de la insurrección, como festivo en “homenaje a ese movimiento”. Esa es la teoría y la historia. La práctica y la actualidad son algo diferentes, ya que el desarraigo social y el desinterés institucional hacen que esta celebrada fecha haya perdido su valor. La masiva cita que fue Villalar se ha desinflado, mientras la Junta de Castilla y León (PP-Vox) la denuesta al retirarla de su calendario.

“Estoy estresado, estamos organizándolo todo, la Junta quiere dejarlo morir de inanición”, suspira, bajo el simbólico monolito comunero, el alcalde de Villalar, Luis Alonso (Independientes por Villalar). Alonso, de 70 años, ha preparado actuaciones y actos con fondos municipales y apoyo de empresas y la Diputación. Desde que en 1976 comenzó el festejo, ha asistido a todas las ediciones, incluso cuando 200.000 personas desbordaban la campa. Este domingo se conforma con 30.000. El regidor reprocha que la Junta, al otorgar apenas 5.000 euros para adecentar caminos y negar el tradicional festivo, da “otra cornada” a un encuentro que José María Aznar, presidente autonómico entre 1987 y 1991, trató de desarraigar de Villalar intentándolo mover entre provincias. A pesar de ello, el municipio siguió llenándose y finalmente, como recoge el Estatuto, se confirmó como sede.

Los embates políticos se unen al desapego autonómico, según Celso Almuiña, catedrático en Historia Contemporánea de la Universidad de Valladolid. El territorio, sin capital oficial, vive bajo un “provincialismo” influido por la histórica independencia leonesa. “Existe antivallisoletanismo o competencia, especialmente desde León, antes cabeza del Reino y hoy provincia, y Burgos, antes caput castelae (Cabeza de Castilla), y Segovia gira por Madrid”, ejemplifica el historiador. “Es difícil vertebrar una región tan extensa con población vieja y en descenso”, asume.

Para el líder de la Unión del Pueblo Leonés, Luis Mariano Santos, “la configuración de la comunidad fue una imposición” y la fiesta comunera no les representa, aunque “es muy respetable de la izquierda castellana”. “Vox la quita del calendario laboral y evidencia que no tenemos identidad”, añade. Los ultras no acudirán al evento y lo han definido como “aquelarre de la izquierda”.

Los Comuneros Padilla, Bravo y Maldonado en el patíbulo (réplica).
Los Comuneros Padilla, Bravo y Maldonado en el patíbulo (réplica).MUSEO DEL PRADO

La Asociación de Sociología de Castilla y León (Socyl) reporta el desapego. Según varios sondeos, entre 2016 y 2021, el 43% de los encuestados se siente castellano y leonés; pero los de sentir castellano (29%) o leonés (9%) suman casi un 38%. El 19% restante no vive filiación alguna. Además, el 99% de quienes piensan que la Junta ofrece un trato distinto entre provincias acusan a Valladolid como beneficiada. Ángel Martín, sociólogo del Socyl, sostiene que el Gobierno autonómico, de derechas desde 1987, busca “diluir ese sentimiento y ningunear la festividad”. “La fiesta molesta. Villalar es repensar las instituciones desde abajo, los comuneros representan al pueblo contra el poder”, detalla. El 19% desalentado lo achaca a falta de “vínculo territorial”, más próximo a lo local y quizá influenciado por la percepción de desequilibrio entre provincias.

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Luis Alonso critica que poco queda de Villalar como “depositario de los símbolos de la comunidad”, como pregonaba la Fundación Villalar ahora denominada Fundación Castilla y León. Este ente, dependiente de las Cortes, “cubrirá servicios básicos como agua, electricidad, aparcamientos y atención a Protección Civil”, pero no se precisa el aporte. “Hay que regar el sentimiento castellanista, los comuneros representan justicia, igualdad y libertad, podría resurgir si se explica bien”, afirma Alonso. Para él, el tirón de grupos como la vallisoletana Celtas Cortos o la burgalesa La M.O.D.A. puede servir para expresar el patrimonio cultural autonómico y enganchar contra la desafección. “¡Eso es Castilla y León!”, exclama. “Nuestro folclore está en buen momento, con grupos petando las redes. Otras comunidades darían todas las facilidades”, reclama para fraguar afinidad regionalista.

La historia de los comuneros puede verse en Netflix mientras en su tierra originaria abunda el desinterés, como apreciaron Carmen Abril y Alejandra Estaillat, ambas de 26 años, al crear La perdiz roja, una “revista castellanista (en plan bien) y costumbrismo contemporáneo”. “Temíamos predicar en el desierto, pero no era tan yerma la tierra”, reconocen. Abril, socióloga y con máster en gestión cultural, y Estaillat, formada en Márketing, constatan la “falta de solidaridad e identidad entre provincias” e intentan “concienciar a la juventud del valor rural o medioambiental como fuente de riqueza”. Ambas aplauden el “pique pero hermanamiento” en los encuentros y lamentan una brecha generacional: la idea de que la gente mayor da miedo y pereza es un error, son y rebosan sabiduría. La cultura, anhelan, puede recuperar ese apego reivindicado en camisetas con el lema “Make Castilla cool again” (Hacer que Castilla mole de nuevo) o el prosaico “Castilla está de puta madre”.

El mono azul del villalarino Miguel Ángel Hernández, de 58 años, es eficaz pero no molón. El pastor vigila al rebaño y reflexiona sobre las cuitas acerca del festivo suprimido: “Yo no soy obrero, me dan todos los días igual, pero es una putada”. Hernández acudirá el domingo haciendo hueco en su exigente horario: “Antes había un ambiente cañero, de miedo, pero no lo vivimos como nuestro”, admite. Lucirá el mismo “traje de los domingos” con el que se mueve entre perros, ganado y sus pensamientos ante el relumbrón perdido: “Antes esto era Castilla y ahora ya no es nada”.

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Sobre la firma

Juan Navarro
Colaborador de EL PAÍS en Castilla y León, Asturias y Cantabria desde 2019. Aprendió en esRadio, La Moncloa, en comunicación corporativa, buscándose la vida y pisando calle. Graduado en Periodismo en la Universidad de Valladolid, máster en Periodismo Multimedia de la Universidad Complutense de Madrid y Máster de Periodismo EL PAÍS.

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