Feijóo, el hombre que siempre se echa atrás
La carrera política del líder del PP está jalonada de pactos rotos en el último momento, como ahora con el Poder Judicial
Alberto Núñez Feijóo presume, como Mariano Rajoy, de ser un político previsible, y la abrupta ruptura de las negociaciones para renovar el Consejo General del Poder Judicial (CGPJ) parece confirmarlo. Por mucha sorpresa que haya causado su decisión de bajarse en el último momento de un acuerdo ya casi cerrado, esa forma de actuar ha sido una constante en la carrera política del líder del PP. Sus años en Galicia están jalonados de episodios semejantes. Feijóo era el hombre que siempre se decía dispuesto al pacto, que no rehuía sentarse a negociar “asuntos de país”, y que a la hora de la verdad siempre encontraba un motivo para echarse atrás, a menudo empujado por los sectores más derechistas.
El que luego sería presidente de la Xunta alcanzó el liderazgo del PP gallego en 2006 con la promesa de aire fresco tras los años de Manuel Fraga. Como parte de esa imagen, el flamante líder se esforzó en ofrecer diálogo al Gobierno autónomo de coalición entre socialistas y nacionalistas. En la oposición, Feijóo proponía pactos para todo: las grandes infraestructuras, la financiación autonómica, los medios de comunicación públicos… El líder del PP estaba dispuesto a pactar hasta la retirada de la ría de Pontevedra de una controvertida planta de celulosas (allí sigue y hoy Feijóo defiende lo contrario). Ninguno llegó a fructificar.
En aquellos años de oposición en Galicia, el dirigente popular protagonizó varias actuaciones similares a lo sucedido estos días con el CGPJ. El que recuerdan más vivamente sus adversarios políticos de entonces es el de la frustrada reforma del Estatuto de Autonomía. En la época, el PP había apoyado iniciativas similares en comunidades como Andalucía, donde había aceptado incluir el término “realidad nacional” referido a ese territorio. Pero al mismo tiempo, los populares, comandados por Rajoy, habían sacado toda la artillería contra el nuevo Estatuto catalán bajo la consigna de “se rompe España”.
Entre esos dos fuegos, el PP se sentó a negociar con PSOE y BNG en el Parlamento gallego. Después de semanas de trabajo, salió un texto, aunque persistían dos obstáculos. Los populares se oponían a establecer la obligatoriedad de conocer el idioma gallego y a utilizar el término nación referido a Galicia, dos condiciones del BNG. El entonces presidente, el socialista Emilio Pérez Touriño, convenció a su número dos, el nacionalista Anxo Quintana, para que rebajase sus demandas. Sobre la mesa estaba la oportunidad de alcanzar un consenso que no se había logrado ni en la Transición, cuando una parte considerable del nacionalismo rechazó la solución autonómica.
Feijóo seguía dispuesto a hablar y acudió a una reunión entre los tres líderes convocada por Touriño, en febrero de 2007. Este le ofreció varias alternativas. En el preámbulo se incluiría una simple mención a que el poema que pone letra al himno oficial de Galicia se refiere a esta de forma metafórica como “nación de Breogán”, un mítico caudillo celta. Y la obligatoriedad de conocer el gallego tendría solo un carácter “genérico y no individual”, con una mención al derecho a expresarse en cualquiera de las dos lenguas oficiales. Después de seis horas de reunión, Feijóo, que en los días previos había alimentado las expectativas de acuerdo, dijo “no”. Touriño cuenta en sus memorias (O futuro é posible, Galaxia, 2012) la justificación que le dio: “¿Pero qué pretendíais, que no saliese vivo políticamente de aquí? Presidente, ¿no querrías quedar como un campeón y que yo me suicidase?”.
Pese a todo, solo unos días después, Feijóo se avino a un pacto sobre el idioma de gran calado político. El acuerdo desarrollaba un plan aprobado por unanimidad en el Parlamento autónomo aún con Fraga en la Xunta y establecía que el gallego debería tener en la enseñanza una cuota mínima del 50% de las asignaturas. Portavoces de las tres fuerzas políticas comparecieron juntos para anunciarlo. La representante del PP, Manuela López Besteiro, comentó que la nueva normativa consagraba “el equilibrio entre las dos lenguas oficiales” y “el respeto al idioma materno, sea gallego o castellano”.
Un grupo de padres, muy minoritario aunque con gran eco en la prensa conservadora de Madrid, empezó a agitar una campaña contra el acuerdo y en defensa de su derecho a elegir la lengua escolar “sin imposiciones”. Dentro del PP también se abrió un debate entre un sector que se definía como galleguista y otro hostil al pacto. Feijóo cazó la oportunidad cuando el Consello Consultivo de Galicia emitió un informe en el que, sin cuestionar el fondo de la norma, planteaba algunas objeciones formales. Fue el pretexto esgrimido para desvincularse de lo pactado. En los meses siguientes, creció el ruido en la derecha mediática y el dirigente popular protagonizó un viraje total: se sumó a la protesta contra “la imposición del gallego”, cada vez con más fuerza según se acercaban las elecciones que en 2009 lo catapultarían a la presidencia de la Xunta.
Cuando tomó posesión del cargo, en abril de ese año, Feijóo reiteró con insistencia las palabras “diálogo, pacto y acuerdo”. “Galicia no es el PP”, proclamó para justificar su ofrecimiento “sin fecha de caducidad” a socialistas y nacionalistas. Nunca más se supo.
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