La extraña desaparición de obras de arte en Navarra: 12 piezas de la Universidad en paradero desconocido
Uno de los cuadros, que adornaba una pared del Rectorado, fue enviado a restaurar a una empresa y no consta su regreso. “¿Se puede hablar de desorden? Yo hablaría de cambios”, alega el rector
Una paloma dibujada a rotulador por el artista Rafael Alberti inauguró en 1990 la colección de arte contemporáneo de la Universidad Pública de Navarra (UPNA), que hoy en día está compuesta por un total de 232 obras, desde pinturas a esculturas, pasando por fotografías. Actualmente quizás sea más exacto decir que la integran 220 piezas, ya que la institución ha reconocido que 12 de ellas están en paradero desconocido. Algunas llevan perdidas más de una década y los autores, a quienes la UPNA ha pedido disculpas, acaban de enterarse.
El caso más llamativo es el del díptico titulado El río, la nube y el molino, obra del artista navarro Fernando Iriarte. Fue adquirido por la UPNA en 1993 por un precio cercano a las 700.000 pesetas y tiene unas dimensiones importantes: 2 metros de altura, por casi 3 metros de ancho. Estuvo hasta 2014 decorando una pared del Rectorado, pero la obra estaba dañada y se encargó su restauración a una empresa externa. Al año siguiente se constató su desaparición. Además, siguen sin localizarse otras siete láminas de Fernando Redón -cuatro grafitos y tres acuarelas-, dos de Antonio Eslava, un grabado de Amadeo Gabino y una fotografía de Ciurco Gutiérrez. De hecho, en el último inventario realizado por la UPNA en 2017 se constata que a diez de estas obras (las de Redón, Eslava y Gabino) se les perdió la pista hace ya quince años, sin que se haya interpuesto denuncia alguna.
Las alarmas saltaron este pasado mes de agosto. El pintor navarro Pedro Salaberri, Premio Príncipe de Viana de la Cultura 2022 y presidente del Ateneo Navarro, acudió a la UPNA con el fin de solicitar la cesión de la obra de Iriarte para la exposición Después de los Encuentros, en el marco de los Encuentros Internacionales 72-22 que se celebran en Pamplona desde este jueves. Al llegar, le comunicaron que no sabían dónde estaba el díptico. El revuelo generado por la noticia ha llevado a la Universidad a realizar una investigación interna que ha culminado con las comparecencias parlamentarias del rector, Ramón Gonzalo, y de la consejera de Cultura y Deporte, Rebeca Esnaola. Esta última ha reconocido que supo de la desaparición de estas obras de arte a través de los medios de comunicación y ha dejado claro que la UPNA es una institución “con personalidad jurídica y patrimonio propios, que actúa en régimen de autonomía”. De ahí que su departamento no tenga mucho margen de actuación, alega. Es más, ni Esnaola ni Gonzalo ocupaban sus actuales cargos cuando sucedieron los hechos, si bien Gonzalo era vicerrector de Investigación cuando se realizó el último inventario (2017) y se constató oficialmente la ausencia de la fotografía de Gutiérrez y del díptico de Iriarte.
Gonzalo ha detallado que, de acuerdo con la investigación, en 2007 se comprobó que faltaban las diez obras de Redón, Eslava y Gabino. Se cree que están todas juntas en una carpeta “azul eléctrico con lazos negros”, que en su día estuvo almacenada en la Oficina de Actividades Culturales. Este servicio cambió varias veces de ubicación a principios de los 2000, lo que, según Gonzalo, puede explicar por qué no se localiza: “¿Se puede hablar de desorden? Bueno, yo hablaría de cambios, se mueven muchas cosas: ubicaciones, cosas, control... Eso hace que la situación en aquel momento no sea la más idónea”. La principal hipótesis es que se encuentren en algún punto de la Universidad.
No obstante, en el caso del díptico, la explicación se complica. En 2014 se solicitó autorización a su autor, Fernando Iriarte, para restaurarlo. “A ese cuadro se le combó el bastidor y me llamaron para pedirme permiso y restaurarlo. Yo les dije que sí y me olvidé del tema”, señala el artista. La Universidad, confirma Gonzalo, encargó a una empresa externa el trabajo y un año después, los técnicos de la institución descubrieron que el díptico no estaba en el almacén. A Iriarte nadie le llamó en aquel momento. Así que su sorpresa fue mayúscula cuando este agosto le desvelaron que nadie sabía dónde estaba el díptico.
“Las otras obras son en papel, de unos 20/30 centímetros. Eso te lo puedes llevar detrás del brazo, pero este es un cuadro de tres metros, tienes que ir con un camión”, apunta. Lo que más le sorprende a Iriarte es que no exista ningún albarán o factura que justifique que aquel cuadro fue restaurado y depositado de nuevo en la Universidad: “En lo público, para comprar un rotulador tienes que ir con un albarán. Si te llevas un cuadro de tres metros a una empresa para que lo restauren, lo normal es que tengan un papel de entrada y otro de salida, que estamos hablando de hace seis años”. Más allá de que sea una obra suya, lo que más lamenta Iriarte es “que están tratando el patrimonio público como si les diera igual”, y que lo peor, es que “esto no es la primera vez que pasa”, en referencia a las 157 obras de arte propiedad de la Caja de Ahorros de Navarra que desaparecieron en 2014.
No está claro el valor exacto de las obras de arte extraviadas por la UPNA, al menos en términos monetarios. De acuerdo con el informe elaborado por la Universidad, cada una de las láminas de Redón, Eslava y Gabino tiene un precio de entre 200 y 400 euros, mientras que con el díptico de Iriarte hay un baile de números, puesto que “en las transacciones de 2007 se habla de unos 9.000 euros y en la de 2017, de 400 euros”. Lo cierto es que cuando la UPNA lo adquirió, pago por él cerca de 700.000 pesetas procedentes del erario público.
El rector confirma que interpondrán una denuncia ante la policía, aunque no ha concretado cuándo. Mientras tanto, prefiere dejar de lado las especulaciones sobre qué ha podido pasar con estas obras de arte, que durante años han estado expuestas o almacenadas sin ningún tipo de vigilancia. Gonzalo reconoce que no disponen de controles de seguridad específicos para este tipo de obras. De hecho, ha subrayado que el almacén del edificio conocido como El Sario, donde debía haber estado el cuadro de Iriarte, tiene un acceso abierto para los transportistas que vienen a montar y desmontar las continuas exposiciones que alberga la infraestructura. Es más, no fue hasta la desaparición del díptico que la Universidad instaló una jaula de hierro en ese almacén para custodiar el arte bajo llave. Esa medida de seguridad es ineficiente, puesto que la llave se cede habitualmente a quienes montan las exposiciones.
El rector promete que trabajarán para mejorar la protección de estas obras de arte, pero alega que la Universidad tiene límites. “Cuando uno entra a un museo sabe a dónde entra y lo que hay. Colocar cámaras de vigilancia en una Universidad es una cuestión bastante comprometida. Tampoco tenemos guardias de seguridad apostados en cada despacho donde hay obras de arte. Ni hay ni podemos tener; y además circula mucha gente. Una cosa no justifica a la otra, pero nunca vamos a ser un museo ni una catedral”, esgrime.
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