Los tres días de fuego e insomnio del alcalde bombero de Ávila
Los vecinos y el regidor de Pedro Bernardo critican la falta de medios de extinción en las primeras horas del incendio
Un verano de incendios en Castilla y León ha dejado un reguero de 100.000 hectáreas ardidas, más de un tercio del total nacional, y un lamento que se repite en cada provincia afectada por las llamas: escasos medios, nula prevención, montes descuidados y el eterno mantra de que “los fuegos se apagan en invierno”. David Segovia, alcalde de Pedro Bernardo (Ávila), lo expresa desde su visión de político local y la de bombero voluntario que ha pasado tres días sin dormir: “No tengo más palabras que ‘impotencia’ y ‘rabia”. El descanso solo llega tras frenar el avance de esos frentes aparentemente provocados por, como él los llama, “cretinos”. El alcalde Segovia ha visto cerca la devastación. Al agotamiento físico se suma el haber sufrido dos incendios en tres años de mandato que han cambiado el paisaje del que presumían sus vecinos.
El regidor (Por Ávila) utiliza sus últimas fuerzas para sintetizar, con las manos aún manchadas de ceniza y el traje puesto, cómo las características de la zona han dificultado la operativa. Las fuertes pendientes que se ven desde los márgenes de las carreteras, ahora cortadas por la Guardia Civil, son una muestra: a poco que ruede algo de material ardiente puede propagar las chispas ladera abajo. Los 800 residentes del lugar vivieron con ansiedad la proximidad del incendio a los domicilios, aunque los cortafuegos impidieron que la amenaza se confirmara. Segovia detalla las horas de angustia desde que el viernes por la tarde prendió un fuego que solo ha empezado a dominarse este lunes.
Las nubes de humo que se perciben desde muchos kilómetros de distancia de la sierra de Gredos (Ávila) siguen haciendo llover ceniza sobre la localidad. Las ráfagas de viento complican la tarea del alcalde y sus compañeros.
Todo comenzó en Santa Cruz del Valle hasta que el frente saltó a las proximidades de Pedro Bernardo. Hubo que evacuar el complejo El Picadero, que desde la distancia se ve a salvo pero con árboles arrasados no demasiado lejos. El mirador La Asomadilla se ha convertido en postal de terrenos negros, nubes blancas y quejas. El lugareño Alejandro Rodríguez, de 56 años, relata que desde 1986 han sufrido cuatro incendios y que antaño, cuando unas 60 familias vivían del bosque y de la resina, no ocurrían estas desgracias porque las arboledas estaban atendidas: “Ya no se trabaja el monte y está abandonado, también dan muchos problemas para el ganado, que limpia el suelo. Con esta orografía y tanta masa forestal con maleza como combustible es imposible apagarlo, es vergonzoso y faltan medios de extinción”, lamenta el abulense.
El desalojo sigue en la retina de Arturo Morera, de 55 años, que dejó su hogar en la urbanización al ver cómo se aproximaba el fuego. “Psicológicamente, estoy hecho polvo, desde allí vemos que no hay prevención ni limpieza”, explica el hombre, que añade que en las primeras 24 horas apenas había brigadas, ni medios aéreos actuando.
Fueron los bomberos voluntarios los que se fajaron con el incendio en las primeras horas. El alcalde y sus compañeros sintieron el peligro a apenas unos metros en la noche del domingo: una rueda se pinchó y el vehículo quedó atrapado a pocos metros del fuego. Solo la ayuda rápida de otros brigadistas permitió que repararan la rueda y regresaran sanos. Segovia cree que los incendios de Zamora, Ávila o Salamanca, que han quemado miles de hectáreas, tienen el denominador común del “abandono rural”, con una despoblación que acaba generando desatención sobre esos entornos naturales sensibles a temperaturas extremas como las de estos meses. Uno de los bomberos, que comparte coche de bombero con su alcalde, reivindica ya molido: “Si no es por nosotros, no se apaga”.
La asociación local Siempreverde ha difundido una carta para el presidente de Castilla y León, Alfonso Fernández Mañueco (PP), y para su consejero de Medio Ambiente, Juan Carlos Suárez-Quiñones, reclamando más recursos. En el texto rechaza las acusaciones de que el “ecologismo radical” causa fuegos: “Nos maravilla el poder que tienen esos ecologistas para presionar para que no se gestione la superficie forestal adecuadamente”, dice.
La evolución tres días después del comienzo de las llamas depende de las reactivaciones, pues del monte brotan focos repentinos y el viento azuza, pero la perspectiva es optimista. Los hidroaviones han podido controlar el escenario, pero no el miedo. Milagros Sánchez, de 86 años, está tan preocupada que ha hecho el mayor sacrificio que puede hacer una abuela: renunciar a sus nietos. Los pequeños iban a visitar el pueblo, pero ella, temerosa, los ha disuadido. Tras la mujer, un denso humo blanco sigue nublando esos montes de los que tanto presume: “Aquí nací y aquí me enterrarán, si Dios quiere”. El presente le inquieta, pero el futuro de sus descendientes le aterra: “¿Qué mundo les vamos a dejar, si solo hay un planeta?”. Su mundo, ese que desde hace dos años apenas pisa por la pandemia, ahora es más negro que verde. Su alcalde, mientras, duerme. No le coge el teléfono ni a la ministra de Defensa, Margarita Robles, que está intentando comunicarse con él. Ahora toca descansar.
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