Los Franco renuncian a cinco objetos que no pueden arrancar en la disputa por los muebles de Meirás
La familia reclama pilas bautismales, labras medievales, tapices, lámparas y tallas, pero también el sarcófago de Emilia Pardo Bazán y el lavabo del dictador
El pulso de los nietos de Francisco Franco contra el Estado, la Xunta, la Diputación y los Ayuntamientos de Sada y A Coruña por medio centenar de objetos que quieren llevarse del pazo de Meirás ha convertido la sala del viejo edificio de la Audiencia de A Coruña en una aula de albañilería sobre morteros, pernos, grapas de hierro y otros recios tipos de anclajes. En la vista programada para determinar qué bienes se quedan en la mansión histórica recuperada por el Estado y cuáles puede cargar la familia (en aquellas decenas de camiones de la mudanza que en su día se anunciaron), se comprobó que para los Franco la cuestión del agarre es clave. El perito judicial que contrataron defendió que hoy existen técnicas para mover cualquier cosa, aunque desaconsejó arrancar y transportar algunos objetos porque probablemente se destrozarían en el intento.
Así, de los 55 elementos decorativos en discusión por parte de los herederos del caudillo, al empezar el juicio sus letrados anunciaron que renuncian a cinco. Se trata de tres blasones encastrados en muros del jardín y en la fachada principal del inmueble que representan los títulos nobiliarios otorgados por Juan Carlos I a la familia tras la muerte del general golpista en 1975. Los Martínez-Bordiú Franco también descartan llevarse un monolito de piedra, instalado en un cruce de caminos de la finca, que conmemora la visita de Alfonso XIII y Victoria Eugenia a Meirás en 1923, dos años después de morir su primera propietaria, la escritora Emilia Pardo Bazán. Por último, el informe pericial encargado por los nietos del dictador al arquitecto Ramón Tojo Ferreiro propone renunciar al traslado del cordobán pintado situado en la capilla, un adorno de cuero del siglo XVIII que probablemente se perdería al moverse porque está ya muy deteriorado.
De los 697 objetos que aparecían recogidos en el inventario realizado a finales de 2020, cuando se recuperó el edificio que ocuparon los Franco durante 82 años, la Abogacía del Estado reclama la conservación en Meirás de 133 elementos que considera fundamentales para preservar la esencia del conjunto histórico. De esos, en este juicio que fue aplazado anteriormente tres veces, se discuten medio centenar sobre los que existe controversia. Entre ellos hay abundantes adornos pétreos de los jardines: mesas, relojes de sol, labras heráldicas medievales procedentes de otros pazos, esculturas, murales en bajorrelieve, pilas bautismales del siglo XII. Pero también cuadros de Zuloaga, un lavabo con flores de marca Roca que usaba Franco, una alfombra pasillera, apliques, lámparas y un tapiz del despacho del generalísimo. O elementos, muchos e importantes, que decoran la capilla desde que la estrenó la condesa de Pardo Bazán, como un Cristo de pelo natural de finales del siglo XVII o el propio sarcófago de piedra que ella diseñó con el propósito, nunca cumplido, de ser allí sepultada.
Por encargo del Ayuntamiento coruñés de Sada, donde se yergue la mansión, el historiador Manuel Pérez Lorenzo llevó a cabo un meticuloso trabajo de rastreo de fotos en sepia y películas en blanco y negro tomadas en las Torres de Meirás desde que Pardo Bazán encargó las obras hasta que se declaró el incendio de 1978, tras la muerte del dictador. Sada aspira a que todos los objetos anteriores a 1975 sean declarados parte integral del pazo y que los Franco solo se puedan llevar aquellos posteriores de los que acrediten su propiedad. El investigador de Meirás estaba citado para declarar, pero no supo si lo haría como testigo o como perito hasta que el magistrado del juzgado de Primera Instancia Número 1 de A Coruña decidió a primera hora que no admitía su informe porque, a su juicio, se había presentado de manera “extemporánea”.
En consecuencia, Pérez Lorenzo entró en la sala como primer testigo, pero a preguntas de los letrados pudo detallar el origen demostrado de muchos objetos. Defendió que su valor “histórico” se perdería “si se descontextualizan” y destacó que son una “herramienta didáctica excepcional”. Después le siguió, a propuesta de los abogados de la familia, Carlos Vilca, el hombre que durante casi 20 años, desde 2003, sirvió de casero en Meirás, junto con su esposa, a las órdenes directas de Carmen Franco. El guardés relató que en la casa madrileña de la hija única del militar vio numerosas cajas “con destino A Coruña” que eran de objetos para el pazo.
Las clases de restauración de Carmen Polo
Según este testigo, después de la rehabilitación de principios del siglo XXI “doña Carmen compró muebles” y él vio llegar “jarrones, sofás, cuadros, cómodas y camas envueltas”. El casero aseguró que, siempre por decisión de la señora de la casa, recolocó elementos y figuras de piedra que ya había en otros lugares del jardín y colgó personalmente los grandes cuadros de Zuloaga que representan a Francisco Franco, Carmen Polo y Carmen Franco. Sobre los elementos que engalanan la capilla no fue capaz de dar muchos detalles, pero contó un dato desconocido: el atril de madera decorada con motivos vegetales y pan de oro, uno de los objetos más llamativos del templo, lo había hecho la propia hija del dictador “en unas clases de restauración a las que iba en Madrid”.
El resto de la mañana lo ocuparon los peritos de la Xunta, de la empresa Tragsa (encargada en 2021 de las obras de acondicionamiento) y de los herederos del dictador, a los que las partes preguntaron, pieza a pieza, por el papel que esos ornamentos representan en el alma de Meirás. Se trataba, literalmente, de salvar los muebles, mientras la abogada de los Franco insistía en su tesis de que todo es reemplazable: para el Estado, según ella, “es factible buscar otras piezas similares” que llenen el vacío tras la mudanza de la familia. “No”, zanjó Manuel Chaín, arquitecto, funcionario y subdirector general de Conservación de Patrimonio en la Xunta: “En 2021 no podríamos hacer un acto creativo similar” al que hicieron Pardo Bazán y Franco con la propiedad, “ni hacer copias de los objetos, porque serían un falso elemento histórico. Además, algunos podrían tener la condición de Bienes de Interés Cultural”, defendió el experto.
Lo que está en juego, para las Administraciones personadas, no es aclarar si la figura pétrea de un santo está “tomada” con cemento o simplemente “hincada” sobre la tierra, un debate que ocupó buena parte de la jornada. Lo que está en juego, más allá, es un “relato histórico”, el valor de un conjunto de bienes que arribaron a las Torres de Meirás en los tiempos de Pardo Bazán y de Franco. Según los peritos de la Xunta, también pende de un hilo, o más bien de una vieja alcayata, un “ambiente”, una “atmósfera”, el “significado dado por los adornos” a una arquitectura que “sin ellos sería otra cosa”. Porque el pazo, declarado en 2008 Bien de Interés Cultural en calidad de sitio histórico, reúne una serie de “perspectivas, escenarios, fondos de vistas” preparados para “salir en el No-Do” y recibir a dignatarios mundiales y consejos de ministros. Antes de 1975, Meirás era una residencia oficial, la extensión veraniega del Palacio de El Pardo, con el que intercambiaba objetos a través de una valija. Y la decoración que lo fue enriqueciendo en aquellas cuatro décadas de dictadura tenía, según los letrados que representan a las cinco Administraciones públicas, “vocación de permanencia”.
El incidente planteado sobre los muebles de Meirás llega cuando todavía el Supremo no se ha pronunciado acerca del recurso que presentó la familia Franco por la propiedad del pazo, cuyas llaves, sin embargo, entregó en diciembre de 2020. Por la tarde, en el turno de conclusiones, el abogado del Estado reclamó la “entrega completa” del conjunto reclamado por el Gobierno, “con su capilla y su jardín íntegros”. La abogada de los Franco considera, sin embargo, “acreditado por el relato del guardés”, que una gran cantidad de objetos fueron llevados allí por Carmen Franco cuando la familia volvió a pasar sus vacaciones estivales en Meirás, más de dos décadas después del incendio que devastó parte del edificio. “Estamos ante elementos decorativos”, defendió la letrada, “que pueden ser perfectamente sustituidos” por otros semejantes. “Doña Carmen pasó aquí 90 veranos de su vida. Incluso el último año, ya con cáncer terminal, fue a pasarlo a lo que consideraba su hogar”, recalcó. “Y nunca dejó de comprar muebles y de recolocar cosas en Meirás... ¿Dónde está el carácter permanente?”, concluyó la abogada: “Si no pudiéramos poner cosas con valor histórico en otra ubicación, no habría museos”.
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