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ARGELIA
Análisis
Exposición didáctica de ideas, conjeturas o hipótesis, a partir de unos hechos de actualidad comprobados —no necesariamente del día— que se reflejan en el propio texto. Excluye los juicios de valor y se aproxima más al género de opinión, pero se diferencia de él en que no juzga ni pronostica, sino que sólo formula hipótesis, ofrece explicaciones argumentadas y pone en relación datos dispersos

La diplomacia española pierde su tradicional equilibrio entre Marruecos y Argelia en el peor momento

Madrid ha tratado de mantener buenas relaciones con sus dos vecinos del sur pese a la rivalidad mutua

Miguel González
Argelia España
El entonces presidente argelino, Abdelaziz Buteflika, saludaba al presidente del Gobierno español, José Luis Rodríguez Zapatero, en una cumbre con países árabes en Argel en marzo de 2005.ZOHRA BENSEMRA (REUTERS)

Desde la Transición, la política exterior española ha practicado un difícil equilibrismo entre Marruecos y Argelia, sus dos vecinos más importantes al otro lado del Estrecho. Si Marruecos es un socio preferente, Argelia es prioritario. Si uno es necesario, el otro, indispensable. Cada vez que se ha dado un paso de acercamiento a uno se ha compensado con una aproximación al otro, para no suscitar suspicacias ni celos. En algunos momentos, el Gobierno español se ha alineado más con uno que con otro (Aznar se acercó a Argelia, despechado con Marruecos; y Zapatero lo hizo a Rabat, intentando recomponer relaciones), pero el péndulo siempre intentaba volver al punto de equilibrio.

Esta vez, sin embargo, la diplomacia funambulista se ha caído del alambre y no había red para evitar el batacazo. La decisión de Argelia de suspender los intercambios comerciales con España, congelando los pagos bancarios por la importación de bienes y servicios, supone pasar de las medidas de carácter simbólico y político —llamada a consultas del embajador o suspensión del acuerdo de amistad de 2002— a las represalias económicas.

El miércoles, en el Congreso, el presidente Pedro Sánchez hizo un “balance positivo” de los dos meses transcurridos desde que, el pasado 7 de abril, se reunió en Rabat con el rey Mohamed VI y se rubricó la hoja de ruta para la normalización de las relaciones: se han restablecido las conexiones aéreas y marítimas, se ha organizado la Operación Paso del Estrecho y se ha iniciado la reapertura de las fronteras de Ceuta y Melilla. El 17 de mayo se permitió el paso de españoles y extranjeros con visado Schengen; y el 31 del mismo mes, se reabrió la puerta a los trabajadores transfronterizos, aunque con cuentagotas, dada la exigencia de visado.

Además, se ha restablecido la cooperación en materia de inmigración (lo que incluye los vuelos para repatriar irregulares) y se ha reactivado la comisión bilateral que debate la delimitación de aguas en la fachada atlántica, frente a Canarias, que no se reunía desde hace 15 años.

Sin embargo, sigue sin abrirse la aduana de Melilla (que Marruecos cerró unilateralmente en el verano de 2018) y el máximo responsable aduanero marroquí cuestionó, aunque luego reculase, la viabilidad de una futura aduana en Ceuta. Sánchez dijo en el Congreso que ambos países están de acuerdo en que “las aduanas de Ceuta y Melilla funcionen en régimen de expedición comercial”, pero subsiste la sospecha de que Rabat y Madrid no se refieren a lo mismo cuando hablan de “control de personas y mercancías”. Uno parece aludir al control de los bienes que portan los viajeros y otro a la exportación de manufacturas. Marruecos no tiene interés en unas aduanas que competirán con los vecinos puertos de Tanger Med y Beni Ensar y recela de que pueda interpretarse como un reconocimiento implícito de la soberanía española sobre las dos plazas. Hasta que las aduanas abran, para lo que aún no hay fecha, subsistirá la duda. Lo conseguido hasta ahora nos retrotrae a la situación que existía en el otoño de 2018, cuando España aún mantenía su neutralidad sobre el conflicto del Sáhara.

Hay motivos de peso para llevarse bien con Marruecos: las exportaciones a dicho país sumaron 9.499 millones el año pasado, frente a solo 1.888 a Argelia, con un superávit comercial de más de 2.000 millones, mientras acumula un déficit de casi 3.000 con su vecino. En lo que va de año, 7.165 inmigrantes llegaron por vía marítima procedentes de Marruecos, mientras que 1.250 (menos de una quinta parte) partieron de Argelia. Pero también tiene motivos para no llevarse mal con Argelia: si Rabat es el primer cliente español en África, Argel es el segundo; si la marroquí es la primera nacionalidad de los llegados en patera, la argelina es la segunda (13.178 frente a 11.330 en 2021). Y Argelia ha sido tradicionalmente el primer suministrador de gas a España y el único a través de un tubo (lo que abarata su coste).

El equilibrio que el Gobierno español había logrado mantener entre sus vecinos del sur se ha roto. No toda la culpa es suya: Rabat y Argel viven al borde del enfrentamiento armado, con el gasoducto que atraviesa Marruecos cerrado bajo llave y el espacio aéreo argelino vetado para los vuelos marroquíes. Pero en esta nueva guerra fría en el desierto, España se ha alineado con uno de los bandos y empieza a pagar las consecuencias. Lo más difícil será rehacer con Argelia lo que Sánchez dice haber recuperado con Marruecos: la confianza.

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Sobre la firma

Miguel González
Responsable de la información sobre diplomacia y política de defensa, Casa del Rey y Vox en EL PAÍS. Licenciado en Periodismo por la Universidad Autónoma de Barcelona (UAB) en 1982. Trabajó también en El Noticiero Universal, La Vanguardia y El Periódico de Cataluña. Experto en aprender.

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