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Las incógnitas de la muerte esposado de Koussai en un centro de menores: supuestas cardiopatías por comprobar y una contención desmedida

La jueza que instruye el caso cita como investigados a los dos guardias que retuvieron al joven y los tres cuidadores que lo presenciaron

Centro de menores Zambrana Valladolid
Internos en el Centro Regional de Menores Zambrana de la Junta de Castilla y León.Ricardo Suárez (EFE)
Juan Navarro

La última vez que Moez Dhouaifi vio a Koussai vivo fue en 2017, en su Túnez natal. Después, el chaval se coló en un barco hacia Italia e inició una odisea vital, que relataba a sus padres por videollamada y que ha terminado a sus 17 años en un arcón congelador del instituto de medicina legal de Valladolid. La cámara se abre y el progenitor, tras visionar los rasgos helados del chico y los ojos cerrados con escarcha en los párpados, esconde el rostro entre las manos, llora sin consuelo y abandona abatido la sala. El cuerpo permanecerá allí mientras se resuelve un caso que comenzó en marzo en el centro de menores Zambrana, donde vivía Koussai hasta que, tras un episodio violento, fue reducido por los guardias de seguridad. Estos lo sometieron boca abajo, una posición no recomendada por riesgo de asfixia, y lo esposaron. Entonces perdió el sentido y su corazón se paró. La jueza los ha citado como investigados, junto a los tres monitores que presenciaron los hechos, para aclarar lo acontecido. La Junta de Castilla y León, que gestiona el centro, apuntó al principio a una cardiopatía que explicaría el fallo mortal, pero la autopsia no revela ninguna dolencia previa. El padre, que ha solicitado un visado para reencontrarse con su hijo, pide saber qué causó la muerte mientras su madre espera, desolada, en Túnez.

El hombre, de 45 años, ha viajado a España ayudado por el consulado. Han pasado casi tres meses desde aquel 3 de marzo en el que Koussai, que llevaba en España desde noviembre y que ingresó en enero en el Zambrana, se alteró —algo muy frecuente— y los educadores llamaron a los empleados de seguridad. El informe de la autopsia remitido al juzgado, y al que ha tenido acceso EL PAÍS, recoge que aplicaron a las 21.13 una “contención física” y a las 21.32 una “contención mecánica” que supone esposar al usuario. Pero tal y como admiten fuentes del centro, lo hicieron con él boca abajo, una práctica que entraña riesgo de asfixia y que los organismos internacionales reprueban. Tras 14 minutos de retención, el personal aprecia “que deja de ejercer resistencia y no responde”; a las 22.01 avisaron a los médicos, que llegaron 11 minutos después. Estos intentaron reanimarlo y se encontraron al intubarlo con “moco y sangre en vías aéreas”. Las maniobras finalizaron a las 22.50: Koussai había muerto. Comenzaba un proceso investigado por una jueza de instrucción de Valladolid y el Defensor del Pueblo.

La Consejería de Familia reitera que la contención fue “correcta”, algo que deberá acreditarse en sede judicial y que desmienten fuentes conocedoras de aquella intervención. Los detalles que aportan informadores del Zambrana, la autopsia y los análisis sanitarios difieren de lo argumentado inicialmente por la consejería, que apuntó a una cardiopatía y que ahora se ciñe a la autopsia. Esa supuesta patología consistía en que el corazón de Koussai era muy grande, factor que puede propiciar fallos cardíacos. La autopsia trata al chico como si tuviera 14 años, la edad que dijo tener en el centro, pero en su documentación tunecina consta que iba a cumplir 18, algo que la Fiscalía de menores también conocía. El informe del Instituto Nacional de Toxicología y Ciencias Forenses constata que el corazón pesaba 342 gramos y que el “peso máximo normal” para alguien de su estatura (1,6 metros) y peso (55 kilos) serían 386 gramos, lo cual niega ese supuesto tamaño cardíaco excesivo. El análisis destaca que ese corazón no tenía “alteraciones significativas” y que “no se han encontrado hallazgos patológicos que expliquen la muerte sin que pueda descartarse la existencia de alguna canalopatía que cursan con corazón estructuralmente normal y producir muerte súbita”. Un complejo estudio de enfermedades genéticas, aún por resolver, plasmará si hay causas congénitas en el fallecimiento o si en el Zambrana se propasaron con él, que había sido contenido físicamente más veces por su supuesta rebeldía.

Moez Dhouaifi, vehemente, se señala el pecho y se ofrece para cualquier muestra que revele posibles cardiopatías hereditarias. Un compatriota suyo en Valladolid traduce su árabe al francés para poder entender el relato de un clan roto por perder al primogénito. Tras Koussai hay otros cuatro hermanos, de entre dos y 15 años. Ya han recibido la foto que su padre, tras coger aire y sin parar de rezar, le hizo a ese cuerpo rígido para que sus parientes cierren esa parte del duelo.

El tunecino narra cómo el chaval estaba un día, con 12 años, “jugando al fútbol junto al puerto” y “para cumplir el sueño europeo”, se coló en un barco que lo dejó en Italia, donde fue atendido y comenzó a moverse por Europa buscando fortuna. Pasó por Alemania y fue operado en Suiza de apendicitis antes de trasladarse a España, donde un amigo le recomendó ir porque “estaría mejor y era más rápido conseguir los papeles”. El padre defiende al muchacho, pero cree que las malas compañías perjudicaron al menor, que en el Zambrana y en centros previos donde fue alojado protagonizó altercados. El informe forense recoge que fumaba mucho, bebía bastante alcohol y abusaba de diversas drogas. Fuentes de la fiscalía de menores destacan que el joven consumía tóxicos regularmente y la Consejería de Familia sostiene que el día de los hechos había tomado drogas, aunque el análisis químico-toxicológico que ha revisado EL PAÍS expone que en el cuerpo no dieron con ningún tóxico compatible con ese supuesto consumo reciente más allá de amiodarona, una sustancia empleada en los intentos de reanimación. Los pulmones, según la autopsia, acusaban tabaquismo, pero los demás órganos estudiados no revelan nada más.

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Moez asume los tiempos de la justicia y ha viajado hasta Francia buscando ayuda en comunidades tunecinas tras unos días en Valladolid exprimiendo sus ahorros, pues lleva sin trabajar como transportista desde que empezó la pandemia. El hombre vendió unos terrenos en Túnez para costearse el vuelo y unos días de estancia y lamenta que su “destrozada” esposa, Hayet, que no ha obtenido visado, no pueda ver a su hijo, que llevaba el nombre materno tatuado en el brazo. Ambos “lloraron día y noche” al recibir la noticia. Ahora aspiran a enterrar a Koussai en su patria, pero aceptan que quizá deban darle sepultura por el rito musulmán en suelo castellano.

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Sobre la firma

Juan Navarro
Colaborador de EL PAÍS en Castilla y León, Asturias y Cantabria desde 2019. Aprendió en esRadio, La Moncloa, en comunicación corporativa, buscándose la vida y pisando calle. Graduado en Periodismo en la Universidad de Valladolid, máster en Periodismo Multimedia de la Universidad Complutense de Madrid y Máster de Periodismo EL PAÍS.

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