“Como mi madre limpio riadas, pero ahora hay más”
Radiografía de la crecida que anegó municipios de Navarra y Aragón
Ana González vive desde hace seis meses en un bajo de la calle Ribera de San Adrián (Navarra) junto con su hija de 15 años. “Tengo un cáncer y me han concedido una invalidez con una paga pequeña. Vendí mi piso y nos vinimos aquí para sobrevivir. El domingo me quedé sin nada. Entró un metro de agua en casa. No tengo ropa, no tengo muebles, no tengo electrodomésticos, no me queda nada”, lamentaba el pasado miércoles González. El domingo por la noche el agua se filtraba a chorros por las paredes y el suelo de su bajo. Intentó poner a salvo electrodomésticos subiéndolos a mesas y sillas. De nada sirvió, a las cuatro de la mañana se dio por vencida y cayó agotada en la cama. Dos horas después, el Ebro había entrado en su casa. “Los últimos siete años de mi vida son una pesadilla. Un cáncer con metástasis, una separación traumática, el cierre de un negocio, malvender un piso y ahora esto. Llevo tres días durmiendo en casas de amigos. No me queda nada”, lloraba González.
La borrasca Barra castigó el fin de semana pasado Navarra y Aragón y despertó a un Ebro que protagonizó una gran crecida que arrasó de arriba abajo el mapa anegando casas, sótanos, negocios, explotaciones agrícolas, carreteras y puentes. El viernes el Consejo de Ministros declaró zona catastrófica los municipios afectados. La peor parte de la riada se la llevó Navarra, justo en ese punto donde el Ebro divide de forma artificial esta comunidad y La Rioja. Varios municipios quedaron inundados: en San Adrián medio pueblo quedó anegado, en Tudela (Navarra) el Ebro brincó hacia el casco viejo. En ambos municipios el caudal tomó unas dimensiones superiores a las de 2015, allí la de este diciembre sí que fue una riada histórica, y aguas abajo el caudal siguió dirección Aragón donde en pueblos de la comarca de la Ribera Alta como Novillas, Pradilla de Ebro o Gallur la crecida anegó miles de hectáreas de campos de cultivo y el agua, a punto estuvo de entrar en las viviendas. El martes la crecida llegaba a Zaragoza donde desde el fin de semana ya se habían activado todas las alarmas. La expectación era máxima y fue necesario el desalojo del colegio Jerónimo Zurita y de los barrios rurales de la Alfocea y de Monzalbarba. En la capital aragonesa el Ebro no llegó a las cotas temidas y la crecida quedó muy por debajo de la de 2015. Entonces, en todo Aragón fueron desalojadas 1.500 personas de sus viviendas mientras que en la crecida de este diciembre han desalojado 23 viviendas en Novillas y 200 de diferentes núcleos rurales de la capital aragonesa. Zaragoza se salvó de la virulencia de la crecida y los municipios de la Ribera Baja notaron el daño solo en los campos. El pantano de Mequinenza sirvió de freno de la crecida incontrolable y el paso del Ebro por Cataluña no tuvo consecuencias.
EL PAÍS ha visitado los puntos más críticos de esta crecida del Ebro. Desde San Adrián a Zaragoza. Este es el recorrido por los puntos donde el río mostró su lado más salvaje.
San Adrián es un pequeño municipio navarro de 6.000 habitantes. En el pueblo confluye el río Ega con el Ebro. El pasado domingo a las cuatro de la mañana ambos ríos corrían saturados de agua. El Ebro llevaba tanto caudal que el Ega no podía desembocar y saltó hacia el casco urbano inundando, sobre todo, calles cuyo nombre hacía presagiar el desastre: Ribera, Eras Bajas, la Isla, Río…
Celia Sola limpiaba el miércoles, junto a varios amigos, su bar: El Cachena. Se llama así, porque así apodaban a uno de sus abuelos. Solo se reconoce la barra del negocio, el resto es un amasijo de barro y agua junto con montones de productos que entre todos trasladan a los contenedores. “Monté este bar hace seis años. Me iba bien. Es un bar al que vienen muchos abuelos a echar la partida y justo en estas fechas es cuando más caja hago. Con el covid estuve a punto de cerrar pero decidí tirar adelante gastando todos mis ahorros e incluso compré algún electrodoméstico nuevo. El domingo me quedé sin nada”, lamenta Sola. Ese día los bomberos rescataron a la abuela de Sola, de 88 años, que vive justo encima del bar.
La catástrofe en San Adrián se percibe por todas las calles. El Ayuntamiento y el centro de salud están totalmente inundados, hay garajes cubiertos en su totalidad por el agua… “Nadie había visto algo igual. Dicen que en 1957 hubo una crecida que anegó el asilo de la entrada del pueblo pero nada semejante a esto. Además, han pasado 40 horas y sigue subiendo el agua. Nos hemos quedado sin bombas para achicar”, advierte Juan José Guillermo mientras observa desde la rampa de su aparcamiento, en la calle del Río, como el agua supera el techo. “Por suerte, estamos acostumbrados y a la que vimos que empezaban las filtraciones sacamos los coches”, se consuela.
En San Adrián se van repitiendo las imágenes de solidaridad entre vecinos. En la calle la Isla, Rubén y Gabino Fernández intentan rescatar todo lo que pueden de un garaje mientras colocan motobombas. “Ya llevamos ocho motobombas y hemos ahogado ya tres. Esta vez ha sido muy bestia y mira que estamos acostumbrados. El lunes dejamos el Decathlon de Logroño sin botas ni pantalones de pescador para venir a achicar”. Otro vecino se acerca con una tortilla del tamaño de una rueda de bicicleta porque “la desgracia no va a impedir que nos comamos un pincho”. El pan lo repartió, como cada día, el panadero José Parra que el lunes con las calles anegadas utilizó una canoa para que a los vecinos no les faltara el alimento fundamental.
Bajando el Ebro, a 50 kilómetros de San Adrián, está Tudela: un municipio mucho más grande, 35.500 habitantes, y con el aumento de vecinos se nota la bajada en el termómetro de la solidaridad. El agua entró en las calles del casco viejo de la localidad y anegó gran parte de la zona rural de la Mejana. La plaza de toros sirvió para resguardar los caballos y otros animales que en otras ocasiones están en las huertas mientras la ciudad, el pasado miércoles, intentaba recuperar la normalidad. Los hermanos Iván y María Ángeles Lizar limpiaban, sin más compañía, los bajos de su casa en la calle Verja. “Esto es normal. Antes que nosotros, en cada riada limpiaba mi madre, ahora lo hacemos nosotros y dentro de algunos años lo harán nuestros hijos”, advierte María Ángeles sin dejar un segundo la fregona. El bajo -que llegó a ser un bar pero que tras varias inundaciones el inquilino desistió y abandonó el negocio- huele a gasoil porque la caldera flotó por encima del agua. Los desagües se desbordaron y a la desgracia de la inundación se añade la arcada de la presencia de decenas de heces pegadas en las paredes del bajo. “Cuando hay una crecida no me entra ni ansiedad. Miro la fuente de allí (señala a la Fuente del Obispo), si el agua llega al segundo escalón es que aquí se inundará al poco tiempo. Subo lo que creo que tiene valor en alto y nos vamos. Al día siguiente vengo a limpiar”, admite Iván que, como su familia, es un experto en las inundaciones del río.
Conforme el Ebro entró en Aragón, las diferentes intervenciones que se realizaron en el río consiguieron que el agua se contuviera, dañando campos e infraestructuras pero muy pocas casas. En Novillas —a 30 kilómetros de Tudela— un antiguo cartel en una de las orillas del río advierte de que es uno de los principales peligros para el municipio: “Río Ebro. Limpieza ya o ruina total”. El domingo fueron desalojadas 23 personas de Novillas. Angelines Irún fue una de ellas. A diferencia de en 2015 esta vez el río no ha entrado en su casa. “La nueva mota y la construcción de nuevos ojos en el puente se han notado y, gracias a dios, no ha entrado el agua. Yo nací en esta casa y siempre he vivido aquí y conforme pasa el tiempo las riadas son cada vez más frecuentes. Es cierto que en Nochevieja de 1961 tuvimos una riada impresionante, pero últimamente están siendo muy seguidas”, advierte Irún.
El camino desde Novillas a Zaragoza -unos 60 kilómetros- da la sensación, en muchas ocasiones, que la carretera discurre por encima de un pantano: los campos están totalmente anegados a un lado y otro de la vía. El pasado martes, el presidente del gobierno, Pedro Sánchez, visitó Pradilla de Ebro. En este municipio de 500 habitantes de la comarca de la Ribera Alta las motas y los diques consiguieron que el río no accediera, por pocos centímetros, a las viviendas. El martes el agua llegaba a los 8,15 metros y al día siguiente ya había bajado a la mitad. María Mares, una de las vecinas de Pradilla, el miércoles se mostraba pletórica. El agua no había entrado en las casas y, además, había venido un presidente del gobierno “a un pueblo tan pequeño”. Tres jóvenes temporeros senegaleses mostraban en el móvil como pudieron hacerse un selfie con Pedro Sánchez mientras éste paseaba por el municipio.
El agua siguió bajando hacia Zaragoza y cada vez los daños eran menores. La riada de 2021 no fue histórica, al menos en todos los puntos, pero los vecinos no olvidarán el día en que el Ebro se convirtió, de nuevo, en la principal de sus amenazas.
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