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La vida en suspenso al otro lado de la valla de Ceuta y Melilla

Rabat impulsa nuevos contratos para compensar el cierre, pero miles de personas esperan con ansiedad la reapertura

Francisco Peregil
Vista general de una calle comercial de la ciudad marroquí de Fnideq (Castillejos).
Vista general de una calle comercial de la ciudad marroquí de Fnideq (Castillejos).Mohamed Siali (EFE)

Los marroquíes que viven al otro lado de Ceuta y Melilla siguen mirando a la frontera, que permanece cerrada desde marzo de 2020. Cada cierto tiempo corre el rumor de que se va a reabrir. Y a esa esperanza se agarran muchos afectados por el cierre.

Karima Said, empleada de hogar de 39 años, residente en Nador, comenzó a trabajar en Melilla a los 15 años. Ahora está en su casa, con su madre anciana y sus dos hermanos, ambos “enfermos de los nervios”. “Mi padre está muerto, soy yo la que trabajo en la casa. Si no trabajo yo no trabaja nadie”, explica. Dice que ya se van a cumplir casi dos años con la frontera cerrada y que no aguanta más. “Aquí en Marruecos puedes encontrar trabajo de camarera en una cafetería. Pero te pagan unos 40 euros al mes. Y sin seguro ni paro ni nada”, se lamenta.

Los llamados trabajadores transfronterizos, como Karima Said, se manifestaron varias veces en octubre de 2020. Incluso viajaron a Rabat para solicitar la reapertura de las fronteras. Chakib Marwan, jefe en Tetuán de la Unión Marroquí de Trabajadores Fronterizos, calcula que hay unos 6.000 empleados transfronterizos marroquíes repartidos entre Nador y Castillejos, en las zonas aledañas a Ceuta y Melilla, afectados por el cerrojazo.

Este ha afectado de lleno no solo a los que tenían contrato en las dos ciudades, sino a quienes vivían del contrabando, que en Ceuta se conoce como “comercio atípico”. Sobre el número de personas que depende directamente de ese negocio no hay ninguna cifra fiable. Pero tal vez sirva de referencia la eclosión demográfica en Castillejos, el pueblo marroquí más cercano a Ceuta, donde la población ha pasado de 6.000 a 77.000 habitantes en solo dos décadas.

El Gobierno marroquí se propuso acabar con el contrabando con Ceuta en octubre de 2019. Ese mes cerró el paso del Tarajal 2, por donde entraban los productos desde Ceuta. Decenas de comercios en Fnideq, antiguo nombre del pueblo de Castillejos, echaron el cierre. Y miles de porteadores y porteadoras se quedaron en paro. El Gobierno marroquí tomó esa decisión soberana sin previo aviso a las autoridades españolas. Alegó que pretendía combatir la evasión de impuestos. Al mismo tiempo, la economía de los “presidios ocupados de Ceuta y Melilla”, como las llama la prensa marroquí, se veía notablemente perjudicada. Pero la asfixia económica se hizo más palpable en el lado marroquí, casi diez veces más pobre por renta per cápita.

Cientos de personas en Fnideq se manifestaron en febrero de 2020 durante cuatro viernes consecutivos, reclamando alternativas al Gobierno. Las autoridades anunciaron la instalación de fábricas, promovieron contratos de trabajo para limpiar las calles y comenzaron a levantar una zona de actividad económica, en la entrada de Fnideq, donde se comerciará con productos procedentes de la aduana de Tanger-Med. Las manifestaciones cesaron.

El periodista de Fnideq Ahmed Bizuyan asegura que, desde que se cerró la frontera con Ceuta, las autoridades emplearon a 7.000 personas para limpiar las calles, instalaron tres fábricas de reciclaje de ropa usada, pusieron en marcha una fábrica de procesamiento de gambas donde se prevé que trabajen 700 personas el primer año y mil personas el segundo. Y, además, está previsto que dentro de unos meses se inaugure la zona de actividad comercial.

Bizuyan asume que la gente cobra mucho menos de lo que ganaba con el contrabando. “Limpiando las calles ganan unos 180 euros al mes y los que trabajan en las fábricas ganan 350 euros mensuales. Con el contrabando ganaban entre 50 y 80 euros al mes. Pero al menos están trabajando”, afirma.

Un porteador de Fnideq, que solicita el anonimato, señala: “Es cierto que hay alguna gente trabajando, pero la mayoría seguimos en paro. También es verdad que Ikea va abrir una sucursal en la zona. Pero exigen personal cualificado. Y muchos no lo estamos. La mayoría deseamos que abran la frontera. Estamos ahogados, sin poder pagar los alquileres, con muchos divorcios”.

Una porteadora, que también oculta su nombre, dice: “Con lo que gané porteando me pude comprar una casa de dos pisos. Ruego a dios todos los días que abran la frontera. Aunque prohíban el contrabando. Porque un día alguien se traerá dos botes de zumo. Y, poco a poco, volverá el porteo”.

Una activista vaticina, igualmente con la condición del anonimato: “El día en que abran la frontera, todo el mundo va a querer pasar hacia España. La gente no piensa en ayudar al crecimiento de la región en Marruecos, sino en que tienen dos hijos en paro o a la madre enferma y hay que comprar medicamentos”.

Varios de los consultados están convencidos, en todo caso, de que las autoridades marroquíes no abrirán la frontera hasta que España no cambie su posición sobre el Sáhara.

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Sobre la firma

Francisco Peregil
Redactor de la sección Internacional. Comenzó en El País en 1989 y ha desempeñado coberturas en países como Venezuela, Haití, Libia, Irak y Afganistán. Ha sido corresponsal en Buenos Aires para Sudamérica y corresponsal para el Magreb. Es autor de las novelas 'Era tan bella', –mención especial del jurado del Premio Nadal en 2000– y 'Manuela'.

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