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El puente hacia la rebelión de Serdio

Varios ganaderos de un pueblo cántabro se enfrentan a la Guardia Civil para conservar un paso sobre las vías

Puente en Serdio (Cantabria) origen del incidente entre los vecinos y la Guardia Civil.
Puente en Serdio (Cantabria) origen del incidente entre los vecinos y la Guardia Civil.ALBERTO LOSA
Juan Navarro

La Guardia Civil llegó a una zona apartada de Serdio (Cantabria, 170 habitantes) a las cinco y media de la madrugada del miércoles con una misión: custodiar la destrucción de un ruinoso puente de 16 zancadas de largo y seis metros de altura. Los agentes acompañaban a operarios con maquinaria de ADIF, responsable de las infraestructuras ferroviarias, pero no esperaban la resistencia de los ganaderos que utilizan este paso, a falta de nada mejor, a diario. El enfrentamiento acabó con un detenido por embestir con un dúmper a los coches de los agentes y con un mensaje claro: estas familias lucharán para conservar el puente.

El panorama se ha templado ya en estas granjas apacibles, con animales de todo tipo campando sin reparo, pero las pancartas reivindicativas colgadas de varias vallas anticipan los ánimos. Pedro Sañudo, de 68 años, relata entre una orquesta de mugidos y cloqueos cómo él y sus vecinos de otra vaquería descubrieron varias máquinas de ADIF el día antes del suceso y que un técnico que las manejaba les confesó que actuarían de madrugada. “¡Lo planearon con nocturnidad y alevosía!”, exclama. Así, estaban prevenidos cuando llegó el dispositivo y pudieron reaccionar: dos ganaderos taponaron con sus tractores el acceso de los vehículos pesados hacia el puente y comenzó una discusión fuerte con los uniformados, que a su vez habían bloqueado los accesos privados de los vecinos de granjas.

Las patrullas, añade Felisa Sánchez, indignada con la actitud “chulesca” de las autoridades, se negaron a retirar los coches y permitir que Sañudo pudiera acudir, por el camino más corto, al hospital santanderino de Valdecilla para someterse a una importante revisión oncológica. “Pensaban que estábamos vacilándoles”, censura. Entonces, tras varios minutos de gritos y algunos empujones, Carlos Hevia Sañudo se montó en un dúmper —un volquete con motor— y arremetió contra los vehículos oficiales para despejar el paso de su tío. Hevia, portavoz del PP en el Ayuntamiento de Val de San Vicente, del que depende Serdio, lo logró, pero acabó detenido y durmió en el calabozo. El mensaje estaba claro: no van a permitir que se elimine su puente sin que les ofrezcan una alternativa. Cueste lo que cueste.

El rostro de Alfredo Vélez, también ganadero y sobrino del hombre que necesitaba tratar su cáncer, se nubla al recordar las escenas de aquella terrible madrugada. “Es un cuento chino que quieran ayudar al medio rural”. “Somos gente pacífica, simplemente defendemos lo nuestro”, recalca, aunque lamenta que llegaran a esos extremos. Sin este recurso, tienen que dar un rodeo de ocho kilómetros, aparentemente una minucia pero importante en el medio rural por lo ajustado de los gastos, los escasos precios de la leche, el dinero del combustible y el intangible del tiempo: “El campo no es una oficina, cada minuto cuenta”.

Varios ganaderos de Serdio muestran las pancartas reivindicativas que han colocado junto al puente y cerca de las granjas.
Varios ganaderos de Serdio muestran las pancartas reivindicativas que han colocado junto al puente y cerca de las granjas. Alberto Losa

Nadie niega que el puente, con las vallas laterales corroídas y combadas y el pavimento encharcado y lleno de grava, deba cambiarse. Felisa Sánchez enumera que lo usan los tractores, gente de otros pueblos, trabajadores de la zona, el ganado o personas que llevan a sus hijos al colegio. “Puede ocurrir una desgracia cualquier día”, augura. Las inspecciones de ADIF lo corroboran, pero discrepan sobre cómo actuar.

Fuentes de la empresa pública reconocen el mal estado de la infraestructura, pero apuntan al Ayuntamiento: “Nosotros velamos por el buen estado de lo que nos compete”. Las vías son cosa suya, afirman, pero no así la carretera que está “por encima” de las traviesas. El Consistorio, pese a varios avisos de que convendría remplazar el paso, no intervino y ADIF decidió cortar por lo sano, aunque apenas pasan trenes por ahí, para “evitar tragedias”. “Si nos hubieran dejado, no habría puente”, advierten. Ambas partes, no obstante, están buscando un entendimiento, explica la empresa pública: “Se están redactando los proyectos y nos sentaremos en cuanto haya un presupuesto y un documento de convenio para proceder a un acuerdo de cofinanciación”, algo que satisface también al Consistorio.

Los vecinos han pedido presupuestos y calculado que la obra costaría unos 60.000 euros. El alcalde de Val de San Vicente no ha respondido a los intentos de EL PAÍS de contactar con él. Los informadores de ADIF anuncian que por fin han llegado a un acuerdo para buscar una alternativa, aunque el futuro dictará sentencia. Al día siguiente de los incidentes, dos trabajadores realizaban sondeos sobre el terreno para calibrar el estado del puente y valorar actuaciones. Según ellos y ADIF, ya estaban citados de antemano, algo de lo que recelan los ganaderos, que lo consideran demasiada “casualidad”.

Una de las voces más críticas procede de Pedro Sañudo, hijo del ganadero anteriormente citado, que interpuso su tractor como barrera. En cuanto descendió del vehículo, critica, dos guardias civiles lo encajonaron contra las ruedas y le exigieron identificarse. “¡Cómo me voy a identificar si me están inmovilizando!”, denuncia, y asegura que entre empellones, golpes y tensión alguien podría haber salido “con los pies por delante”, más aún al lado de las vías del tren y entre tanta maquinaria. El arrestado está “muy asustado” y, tras ser liberado, declina hablar con este periódico porque el caso “está judicializado” y quiere distanciarse de lo ocurrido. Sus allegados agradecen que “antes de político, es persona y defiende a su familia”. El hombre, transportista de profesión y con dos hijos, está “nervioso” porque teme que le retiren la licencia por conducción temeraria.

El grupo reitera que ellos merecen unos recursos proporcionales a los impuestos que pagan. Por eso entienden tener que pasar algunas semanas sin puente, “las que sean”, si a cambio les ponen uno nuevo. Y por eso seguirán impidiendo que se lo eliminen sin sustitución. De momento, las únicas máquinas, grúas y remolques que van a faenar por allí son las de los hijos pequeños de los ganaderos, que juegan con arena mientras los mayores batallan, con tractores y dúmpers, con la Administración.


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Sobre la firma

Juan Navarro
Colaborador de EL PAÍS en Castilla y León, Asturias y Cantabria desde 2019. Aprendió en esRadio, La Moncloa, en comunicación corporativa, buscándose la vida y pisando calle. Graduado en Periodismo en la Universidad de Valladolid, máster en Periodismo Multimedia de la Universidad Complutense de Madrid y Máster de Periodismo EL PAÍS.

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