“España es una promesa incumplida”
Para muchos jóvenes, opositar o emigrar son las únicas salidas posibles para huir de la precariedad en España. Pero ambas tienen sus peajes
“España se ha convertido para mí y para muchos jóvenes en una promesa incumplida, un sueño inalcanzable, un destino de vacaciones. ¿Hasta cuándo?”. Irene Praga, 26 años, es de Valladolid, pero vive en Ginebra (Suiza), donde estudia y trabaja desde hace casi seis años. “Un dilema me quita el sueño: quedarme o volver a España con muchos interrogantes”, confiesa en el mensaje que envió a EL PAÍS contestando a la pregunta ¿cómo es ser joven en 2021? En el suyo, Gerardo Guerrero, gaditano de 28, expone otro dilema que le reconcome: plantarse en el Ayuntamiento para reivindicar trabajo y vivienda para los jóvenes, o seguir estudiando silenciosamente su oposición. Tras una carrera y un máster, ha vuelto a casa de sus padres para poder permitírselo. “Soy afortunado, pero qué triste es eso”, dice.
A ambos, España les ha fallado. Como la mayoría de los más de 350 mensajes recibidos, los de Irene y Gerardo rezuman frustración e incertidumbre ante el futuro, pero en los suyos asoma al menos una alternativa. Sorprende el número de mensajes que mencionan la posibilidad de emigrar u opositar como las únicas salidas posibles a un porvenir de precariedad. Y son, con diferencia, las historias más esperanzadoras.
Héctor Gimeno, que emigró en 2016 a Hamburgo, escribe: “Fue una decisión muy acertada, me he sacado unos estudios, me he casado, he tenido una hija, mi segundo bebé está en camino y me he comprado una casa. Todo sería literalmente IMPOSIBLE en España”. Álex, 30, presume: “Tengo un trabajo que me gusta y gozo de cierto reconocimiento profesional como investigador. ¿Y eso? Pues porque me fui de España con 24 años”. Miriam, ingeniera civil de 28 opositó para educación secundaria: “No me puedo quejar, soy funcionaria, ejerzo un trabajo que me gusta, hace un año que me pude independizar y gano más como profesora que como ingeniera... A mis alumnos les sorprende mucho”.
Buscando estabilidad
Estabilidad es la palabra que más repiten los opositores. Más que vocación. Llama la atención la juventud de muchos, como Fernando Salomón, palentino de 21 años. Está estudiando Relaciones Internacionales y Derecho en Corea del Sur, le queda un año, pero su porvenir ya le preocupa. “Lo que más seguridad me da es estudiar para una oposición y tener un trabajo fijo, ya que el futuro que se nos presenta es bastante aterrador, pero estoy harto de estudiar y no quiero prepararme durante años para luego no aprobarla”. Según un estudio realizado entre más de 5.000 aspirantes a una plaza de empleo público por la plataforma OpositaTest, en 2020 el tramo de edad más numeroso de las personas que opositan es el de 26 a 35 años.
Las razones para embarcarse en años de estudio, a riesgo de suspender, atascarse en la interinidad o acabar en una plaza alejada de los suyos, son variadas. Carmen Pérez, 24, ve en su oposición de trabajo social “una oportunidad” para trabajar de lo que ha estudiado, su “vocación”, aunque para ello ha dejado su vida independizada en Inglaterra. Jorge, ingeniero de 33, oposita porque lo considera la “mejor forma de conseguir, por méritos propios, un trabajo estable”. “Es un privilegio poder hacerlo”, dice. “Pocos tienen los recursos para dedicar entre dos y cuatro años más a estudiar”. David, 30 años y exempleado de banca, se prepara para ser guardia civil en busca de “estabilidad y salario bueno”, quemado con las exigencias del sector financiero. Por el camino hacia el puesto fijo, algunos están dispuestos a abandonar sus sueños, como Enrique, periodista de 23, que se plantea la oposición como salvavidas. “Aunque no me hace ilusión”, dice.
Irse para crecer
De la misma manera hay quien marcha al extranjero convencido y quien lo hace empujado por las crisis. Amarilis Dueñas vive en Colonia, toca el violonchelo y la viola, y tuvo claro desde los 10 años que su futuro estaba en Alemania, “donde el ambiente musical se respira por las calles”. “La decisión jamás fue difícil”, dice la música de 23 años. Volver a España no está en sus planes: “Aquí se me valora”. Habla de “fuga de cerebros”. También Maria Suau Sans, 24 años, que vive en el Reino Unido y define su historia como “la típica tópica de emigración científica”. Estuvo meses enviando currículos en Mallorca. Nadie la llamó. Entonces probó a mandar uno solo al extranjero. Hoy es investigadora asistente en la Universidad de Cambridge en dos proyectos de desarrollo de vacunas. “Me da rabia ser otro ejemplo que confirma que España invierte en formar a gente para que después tengan que irse”, dice.
Desde 2009 la cifra de residentes en el exterior ha subido año tras año, según el INE. En 2021 los españoles de entre 20 y 34 años en el extranjero son 475.363, el 17,9% del total de los censados fuera del país. Argentina, Francia y Alemania son los destinos principales.
Más lejos se fue Ernesto, cocinero de 25 años en Sídney, donde gana 3.000 euros al mes. “Mi incertidumbre es qué tipo de trabajo escoger, no si voy a tener trabajo o no”, dice, admitiendo: “Me da mucha pena estar lejos de mi familia pero aquí veo un futuro, pura y llanamente por el tema económico”.
No todo son relatos de éxito. Juan Manuel, peón agrícola de 26 años, estuvo en Londres siete meses trabajando en una panadería y un restaurante. Reconoce que pasó momentos difíciles: “Pagaba 600 libras por una habitación en la que casi ni entraba la cama, compartiendo piso con cuatro personas. Era una situación precaria, no fue como imaginé”. Pero las historias que más abundan son las de nostalgia. Como la de Cristian, recepcionista de 34 años, que emigró para buscar trabajo: “Me separé de un amor que me dio tanto, me costó no ver crecer a mi hermana pequeña con tan solo tres años...”.
Infografías: Ignacio Gallello Bonino
Testimonios emigrantes
PABLO RICO GUILBERT
Llegué a Berlín el 29 de febrero de 2020, pocos días antes del primer confinamiento. A pesar de ello conseguí trabajo. Me sorprendió cómo la juventud en otros países no da por sentado que va a tener que renunciar a sus expectativas. Como no han tenido profesores que durante la crisis del 2008 les han repetido incesantemente que no conseguirán trabajo, piensan que van a poder salir de esta. En las entrevistas de trabajo lo que más me sorprendió es que me preguntaran por mis aspiraciones salariales. No me lo esperaba. La juventud fuera no sufre esa desesperanza. Es difícil creer que en otros lugares puedes llevar una vida en la que no te tienes que preocupar por no poder independizarte o donde si no te gusta tu trabajo, vas a poder buscar otro porque hay mercado laboral activo. Hay oferta.
ANA BLANCO-MORALES
Me vine a Berlín en 2015 porque mi país no me daba una oportunidad. Tuve que lidiar con muchas cosas como inmigrante: me trataron y me hablaron mal, me gritaron… He estado dos años con ansiedad, ataques de pánico y depresión. En el extranjero y lejos de la familia. He trabajado como 'freelance' en España desde Berlín, completando con un trabajo de camarera de hotel para sobrevivir. El año pasado me ofrecieron una buena oportunidad, un sueño de trabajo que al final no lo es tanto. No tengo seguro médico, vivo en casa de unos amigos porque no me puedo permitir pagar una habitación. Son mínimo 400 euros. Todo está carísimo. Como autónoma un mes gano 300 y el otro 600. No he conseguido ningún trabajo de más de mil euros. Estoy sin esperanza. Y después de tanto tiempo luchando, llega una pandemia. Aunque la mascarilla no asfixia, lo que asfixia es el sistema.
ROCÍO GARRIDO RUS
El ritmo de Barcelona me agobiaba y hace siete años me vine a Estocolmo buscando una vida más lenta. Tuve suerte, mis padres pudieron ayudarme a dar el paso. Soy escritora de moda, lo que en Barcelona significaría trabajar de “lo mío” esporádicamente y gratis, y en Estocolmo me permite tener una vida que me gusta, pese al sacrificio de vivir fuera de mi país, algo que me duele en el alma. Pero sé la precariedad que encontraría si volviese. La veo en mis amistades, en las noticias, en mis visitas. Y aun así, duele volver como turista. Suecia se idealiza, pero también tiene problemas, diferentes a los de España, pero igualmente importantes. Para mí es difícil hablar de política con los suecos porque, por muy progresistas que sean, muchos no son conscientes de sus privilegios. Mi abuela era analfabeta, mi tío zapatero en el pueblo. En Suecia, mis amigos tienen abuelos cultos que hablan inglés y la gente tiene tanto dinero que no se arregla los zapatos, se compra nuevos. Aquí el trabajo estable no se ve como algo positivo; se independizan con 18 y no comparten piso porque no se lleva, ni hace falta. No hablan con sus vecinos y son muy individualistas porque es el Gobierno quien ayuda, no la comunidad. Antes de venirme, mi padre me dijo: “Rocío, la vida del emigrante es muy solitaria”. Pienso en ello cada día. Pero yo preferí echar de menos mi ciudad en vez de odiar vivir en ella. Estar a caballo entre dos sitios, significa vivir sin anclaje, en un lugar abstracto e intermedio lleno de nostalgia.
AMAIA RELLOSO
Me hice adulta entre dos crisis económicas. Estudié lo que quería, diseño de moda, aunque sabía que en España no tenía salidas. Así que me fui a Londres en 2015. Fue la mejor decisión, lo haría mil veces más. En seis años he trabajado en Topshop, Manolo Blahnik y Prada. Los salarios allí son mucho más altos y he podido ahorrar para volver. Estoy haciendo las maletas. No sé cuánto voy a tardar en encontrar trabajo en España. En el Reino Unido, llegué un martes, empecé a echar currículums un miércoles, el jueves hice entrevistas y el lunes ya estaba trabajando. He podido evolucionar; en España no hubiera sido posible. Vuelvo con ganas e ilusión, lo tenía decidido pero cuando estalló la pandemia me vine abajo, sabía que iba a suponer un golpe tremendo para la economía y el empleo, pero quien no arriesga no gana. El precio de emigrar es estar lejos de casa, de tu familia y tus cosas. Mi padre es de San Sebastián y vuelvo con mi pareja al País Vasco porque allí voy a tener más calidad de vida. Para irme a Madrid, me hubiera quedado en Londres: tiene todo lo malo de esa ciudad, sin lo bueno: las oportunidades laborales y los sueldos altos. Y si las cosas no salen bien… No tengo miedo a volver a hacer la maleta.
ALBERTO TORRES
En los últimos 10 años he vivido en ocho ciudades de seis países diferentes: República Dominicana, Alemania, Francia, Argelia, Chile y España, donde volví un mes antes del estado de alarma porque creo que hay que devolver a la sociedad lo que ha invertido en nosotros. Me fui de Chile dejando un contrato indefinido en un puesto con proyección. ¿Y ahora qué? En Sevilla solo he conseguido un contrato en prácticas, caduco y sin posibilidad ninguna de crecimiento. Siempre pensé que vivir en el extranjero era enriquecedor, pero con el paso de los años he aprendido que también es necesario. Necesario para tener oportunidades laborales dignas. Siento que en mi propio país no tengo la oportunidad de seguir creciendo. Llegado a este punto, con cierta desesperanza a medio plazo, me veo abocado al que sería mi séptimo país. Ojalá pueda volver en algún momento a casa.
Testimonios opositores
BLANCA ALZA REGUERA
He vuelto a España hace nada, tras siete años en el extranjero, y he decidido opositar. Me fui con 22. Había terminado Derecho y en el despacho de abogados de Sevilla donde hice las prácticas me ofrecían 400 euros por quedarme. Preferí ver mundo y me fui a aprender inglés al Reino Unido. Iba a ser un año, pero me quedé haciendo un máster y trabajé de todo: de camarera, en un hotel, de auxiliar de farmacia… Allí no he echado un currículum nunca y nunca me ha faltado trabajo. En España trabajas duro para conservar el puesto, allí lo haces para ascender. Los últimos dos años los pasé en una empresa en Londres como editora legal. La pandemia me hizo reflexionar sobre dónde quiero vivir y en Navidades decidí volver. España es ideal para venir de vacaciones, pero no recordaba lo duro que es vivir aquí. Para trabajos cualificados solo encuentras ofertas tipo 1.200 euros por trabajar de sol a sol. En este momento estoy opositando para alto funcionario del Estado, por la situación laboral y por mi vocación de servicio público. Sentarse ante 166 temas, memorizarlos y cantarlos no es fácil. Es una decisión que hay que tomar seriamente: requiere mucha dedicación, horas, esfuerzo y disciplina. Pero sobre todo, ganas y motivación. A cada generación le ha tocado luchar por algo distinto, a la mía le ha tocado hacerlo contra la precariedad. No nos podemos desanimar, debemos ser resilientes y positivos.
JAVIER MOLINA GARCÍA
De las 10 personas que se graduaron conmigo en Ciencias Políticas y Relaciones Internacionales, seis elegimos la oposición, aunque no tengo muy claro que todos lo hiciéramos por el mismo motivo. Estamos los que tenemos vocación de servicio público y quienes sienten la necesidad de tener estabilidad y un contrato de más de seis meses. La sensación es que, de los segundos, cada día hay más. Lo malo de la oposición es que cuando apruebe tendré que volver a Madrid, porque siete de cada 10 plazas que ofrecen están allí. Como estudiante me ilusionaba mucho verme en Madrid, pero como adulto con gastos me da miedo.
ANA MONTES
Yo opositaré sí o sí, más pronto o más tarde. Mi ilusión es acceder a la carrera diplomática. Es un deseo personal, tengo vocación de función pública. Además, influyen otros factores. Somos muchos los titulados de mis carreras, pero hay poca demanda empresarial en España. El listón está muy alto, y mi currículum es bueno, pero dentro de la media (hablo castellano, inglés, francés y un poco de árabe, he tenido estancias en EEUU y Francia, y estoy de prácticas en una revista de lo mío). También influye mi entorno familiar. Mis padres son funcionarios, tienen sus preocupaciones laborales, pero no ese estrés por su futuro laboral. Esa es la estabilidad que yo busco. No me puedo arriesgar a que llegue otra crisis económica y el mercado de trabajo para los jóvenes me hace pensármelo dos veces… No quiero encadenar contratos temporales, o estar de prácticas indefinidamente. Si no consigo entrar en la Escuela Diplomática me iría a otra oposición.
ANA FERRERAS
A los 34, joven ya me siento poco. Tengo dos carreras, dos másteres y un posgrado. Y seguiré formándome. Oposité en 2015 en Aragón y en 2018 en Madrid, pero aquí solo he podido optar a puestos de jornada parcial. Trabajo de interina en un instituto de Vallecas, como profesora técnica de servicios a la comunidad, pero llegar hasta aquí no ha sido un proceso lineal. He tenido diversos puestos de trabajo (teleoperadora, camarera, encuestadora, profesora de inglés extraescolar…) y vivido en todas las modalidades posibles: sola, en pareja, compartiendo. Ahora, mi situación actual no me permite independizarme. Para mí, sacar plaza supondría un giro de 180 grados en mi vida, ya que podría lograr finalmente una estabilidad. Conozco a mucha gente de mi edad, incluso un poco más mayor y muy válida, que todavía tiene trabajos precarios. Merecen mucho más y la sociedad se los está perdiendo.
DAVID FERRE
En los últimos cinco años he estado trabajando como profesor de Informática y llevo un par preparando la oposición para profesor de Tecnología en la escuela secundaria. En enero me presenté por segunda vez al examen y aprobé. Antes de la pandemia le estaba dedicando un par de horas al día. Cuando cerraron todo, bajé un poco el ritmo de estudio, pero poco a poco lo retomé, y ya que no había mucho que hacer –he olvidado lo que es bailar con un vaso en una fiesta hablando cara a cara con alguien– decidí aprovechar el tiempo. He opositado porque creo que de cara al futuro me permite tener una estabilidad para continuar con un proyecto de vida y tener las cosas más seguras. Aún no sé dónde me enviarán el próximo curso, me quedan meses de incertidumbre, pero mi ambiente laboral ha cambiado y esto me genera una estabilidad que espero pueda ser provechosa para emprender nuevos proyectos.
Capítulo 3. Opositores y emigrantes
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