Atrapados en el dobladillo de la ley
Los confidentes policiales que se infiltran en redes yihadistas acaban a veces acusados de terrorismo
Dos días después del atentado en la redacción de la revista Charlie Hebdo y unas horas después de que otro terrorista asaltara un supermercado judío a las afueras de París, Mohamed H., un marroquí residente en Mallorca, envió un mensaje al buzón digital del Centro Nacional de Inteligencia (CNI): “Últimamente me he estado poniendo en contacto con varios perfiles de Facebook que incitan al apoyo del yihadismo sobre todo del estado islamico [sic].” Aquel 9 de enero de 2015, el remitente aclaraba que se hacía pasar por “simpatizante” y que había hablado “con uno” que se ofrecía a ayudarle “a perpetrar algo similar” a los atentados de Francia. Y remataba: “Mi intención es [encontrar a] uno de sus enlaces en España, ya que él está en Siria, y así poner al descubierto a esta gentuza”.
Un año después, Mohamed H. ingresó en la cárcel acusado de terrorismo. Tenía entonces 26 años, era cocinero en un hotel, camello en la calle y árbitro de baloncesto. Fue procesado como integrante de una red de captación de yihadistas en Internet. En el juicio, después de que se evidenciara que había actuado controlado por un agente secreto para cazar yihadistas —proporcionó datos de interés sobre cinco personas que fueron posteriormente detenidas—, Mohamed salió absuelto de terrorismo, pero condenado a tres años de cárcel por trapichear con cocaína. Los agentes que entraron en su casa encontraron 22 gramos de esta sustancia estupefaciente. No ha vuelto a ser árbitro: “Es imposible, por mucho que seas absuelto ya te ponen la etiqueta de terrorista. Prefiero no tener follones”, dice por teléfono a punto de viajar de vuelta a Palma de Mallorca.
Mohamed no es un caso único. Durante el año que estuvo infiltrado en foros yihadistas, él mismo se cruzó con una chica que —aunque él no lo sabía— también colaboraba como confidente. Como él, fue detenida y acusada de terrorismo por otro cuerpo policial distinto del que la controlaba. La chica, estudiante universitaria, tuvo más suerte: fue detenida en dos ocasiones en menos de seis meses, pero las dos veces su caso fue archivado y no llegó a ser procesada.
Los informantes o confidentes encarnan una figura anfibia a orillas de la ley que no pocas veces, cuando la marea cambia, se quedan en tierra de nadie. Sin relación contractual con las fuerzas de seguridad, su función no tiene una protección legal clara. “En el caso de la Guardia Civil o de la Policía Nacional, los informantes no tienen ninguna cobertura”, según Carlos Ruiz Miguel, catedrático de Derecho Constitucional de la Universidad de Santiago y autor de Servicios de inteligencia y seguridad del Estado constitucional (Editorial Tecnos). “El CNI tiene declarados secretos todos sus procedimientos”, incluido este tipo de fuentes, “que se consideran secretos oficiales”, según Ruiz.
Las llamadas “fuentes humanas” han proliferado desde los atentados del 11 de marzo de 2004 en Madrid. Sus trayectorias no siempre son ejemplares. Mohamed alternaba su labor como confidente con el tráfico de drogas —en este campo también delató a algún rival tratando de “eliminar parte de la competencia”—, según la policía. La mayoría actúa por interés.
Meses antes de los atentados de París, en plena efervescencia del ISIS, Mohamed ya se había “ofrecido como colaborador al Centro Nacional de Inteligencia”, según la sentencia de su caso. Mohamed conoció al tal Ángel, que se presentó como agente del CNI, en otoño de 2014. La segunda cita —Mohamed grabó las llamadas con su móvil y están en el sumario— tuvo lugar el invierno siguiente. “Queríamos tomarnos otro café contigo”, le dijo Ángel el 21 de enero de 2015. Durante los dos meses siguientes, se vieron varias veces: en un bar de Calvià, en las piscinas Son Hugo en Palma, en la cafetería de El Corte Inglés. Según el tribunal, Mohamed “le dio información de sus contactos en la Red y le entregó copia de las conversaciones que mantenía con ellos por medio de WhatsApp”.
El 19 de febrero de aquel año, el asunto empezó a enredarse. Mohamed comentó por teléfono con Ángel que “la chica” de la que le había hablado seguía escribiéndole por el chat y preguntándole si debía viajar o no a Siria. “No contestes nada de eso, Mohamed, ninguna relación con ella, ninguna, ya te contaré en persona”, le dice Ángel. Una semana más tarde, la chica fue detenida como presunta captadora de yihadistas.
Lo que no sabía Mohamed es que la chica, estudiante universitaria, también era confidente; en su caso, de la Guardia Civil. El juez la dejó en libertad. Aun así, seis meses después, la Policía Nacional volvió a detenerla porque el rastro de su actividad en Internet saltó en una operación antiyihadista en Alemania. Pero la chica había guardado las conversaciones con su controlador y “se pudo acreditar” su colaboración. “La Guardia Civil hizo un oficio explicándolo”, según el abogado. La causa contra ella se archivó.
En teoría, las reuniones de coordinación entre policías judiciales (Policía Nacional, Guardia Civil, Mossos y Ertzaintza) sirven para evitar el fuego amigo. “Todos tenemos enlaces en los otros cuerpos”, dice un capitán con 15 años de experiencia en la jefatura de información de la Guardia Civil contra el terrorismo islamista. A nivel nacional, el Centro de Inteligencia contra el Terrorismo y el Crimen Organizado (CITCO) está para cumplir esa misma función coordinadora. En la práctica, las disfunciones han llegado a repetirse contra una misma persona. El CITCO ha declinado comentar esta información.
De aquella operación de marzo de 2015, Mohamed salió indemne. “Tuviste suerte, al final, mira. Pudimos hacer algo”, le dijo Ángel en otra llamada. Los contactos extrajudiciales, aparentemente, habían dado resultado. Pero el otoño siguiente la suerte cambió. En uno de los foros que siguió frecuentando había un tercer infiltrado. Un agente encubierto de la Policía Nacional, Tormes, abrió una investigación contra él como integrante de una red de captación. Después de que dos agentes fueran a su casa sin encontrarlo, Mohamed trató de contactar otra vez con Ángel. El hombre que se había presentado como agente del CNI ya no descolgó el teléfono.
“Me dijeron que no me iban a salvar en todos los casos”
A las 7.05 del 19 de abril de 2016, agentes de la Comisaría General de Información desembarcaron en la casa de Mohamed H., en Palma, para detenerlo por terrorismo. “Una operación muy grande, con toda la parafernalia que montan para detener a alguien que está en la cama durmiendo”, recuerda Mohamed. “Cuando me dijeron que era una operación antiterrorista, yo literalmente me reí. Pensé, ingenuo de mí, que este Ángel o alguien del CNI iban a defenderme”, añade. “Cuando llevaba dos días en el calabozo me empecé a preocupar”.
Mohamed barrunta por qué lo dejaron caer. “La cuestión es que seguí pasándoles información, pero paralelamente empecé a trapichear con la cocaína”, explica. “Me dijeron que tuviera cuidado con lo que hacía porque ellos no me iban a poder salvar el culo en todos los casos. Yo no lo entendí o no lo quise entender. Y seguí a la mía”.
Mucha menos fortuna tuvo aun Ahmed Samsam, un danés que viajó a Siria enviado por los servicios secretos de su país y que durante unas vacaciones en el verano de 2017 fue detenido en Málaga y condenado como integrante del Estado Islámico. Ahora, después de tres años preso en España y a petición de la Fiscalía de su país, Samsam va a ser trasladado a Dinamarca. Uno de los diarios de referencia, el Berlingske, publicó hace dos semanas que documentos internos de los servicios de inteligencia certifican la condición de infiltrado en Siria del joven actualmente encarcelado en Dueñas, Palencia. El danés Samsam viajó una primera vez a Siria para combatir contra el régimen de Al Assad. A Mohamed le ofrecieron acelerar el trámite de la nacionalidad. La mayoría de confidentes actúa por interés.
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