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El nuevo electorado desleal desafía a los encuestadores

Los institutos de opinión defienden la fiabilidad de su trabajo, aunque admiten que se ha complicado porque los votantes son más impredecibles y se decantan más tarde

Xosé Hermida
Un colegio electoral en las pasadas elecciones generales del pasado mes de noviembre de 2019.
Un colegio electoral en las pasadas elecciones generales del pasado mes de noviembre de 2019.David Fernandez (EFE)


El gran momento de gloria de George Gallup llegó en las elecciones presidenciales de 1936. Con la empresa que había fundado un año antes, el padre de la demoscopia moderna predijo con exactitud el aplastante triunfo de Franklin D. Roosevelt. Su mayor bochorno lo sufrió en 1948, cuando dio por muerto al luego presidente Harry S. Truman. De ahí extraería Gallup una conclusión, expuesta en un artículo de título elocuente, El cambiante clima para las investigaciones sobre la opinión pública: “La previsión electoral es una de nuestras contribuciones menos importantes”.

Un cierto eco de esos argumentos latía en las explicaciones del presidente del CIS, José Félix Tezanos, la pasada semana en el Congreso. “El panorama es tan volátil, tan cambiante, que debemos relativizar las encuestas, porque solo señalan tendencias”, afirmó Tezanos para esquivar los arañazos de una oposición que le acusaba de favorecer al Gobierno. “El electorado cada vez es menos predecible”, alegó ante los diputados que le afeaban sus fallos. “Miren lo que ha pasado en EE UU”.

Después de haber subestimado a Donald Trump en 2016, los sondeos en la gran potencia mundial han vuelto a incurrir ahora en la misma miopía. Ese año ya se habían registrado otras dos sonoras pifias demoscópicas en los referéndums sobre el Brexit en Reino Unido y los acuerdos de paz con la guerrilla en Colombia. En 2015 en España todos los sondeos fallaron también al predecir el sorpasso de Podemos al PSOE.

¿Será que las encuestas ya no son lo que eran? Los datos lo refutan. Una minuciosa investigación de dos profesores británicos publicada en 2017 en la revista Nature analizó 30.000 encuestas en 351 elecciones de 45 países desde 1942 para concluir que, “en contra del pensamiento convencional”, la frecuencia de aciertos y fallos es la misma de siempre. En España el gatillazo más reciente fue el de las elecciones andaluzas de diciembre de 2018, cuando casi nadie vio venir la mayoría de la derecha en el histórico feudo socialista. Pero de la misma forma se pueden invocar los dos comicios generales del año siguiente, cuyo resultado final no se desvió mucho de lo que ya apuntaban la mayoría de los sondeos.

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Aunque parece obvio que los encuestadores en EE UU no lograron detectar “algo que se movía bajo el radar”, como dice José Pablo Ferrándiz, investigador principal de Metroscopia, los responsables de institutos españoles de opinión consultados rechazan que haya una crisis de credibilidad de las encuestas. “El nivel de predicción es altísimo”, defiende Belén Barreiro, responsable de 40dB y exdirectora del CIS. Lo que ocurre, apunta, es que los investigadores se enfrentan a una sociedad en cambio constante, con acontecimientos tan inesperados como la pandemia, y a veces “falta información para entender nuevos fenómenos”. Entre ellos, el derrumbe de los viejos sistemas de partidos y el surgimiento de fuerzas políticas o figuras antes desconocidas, en un escenario de competición electoral a veces muy apretada. “Y como la oferta es más volátil, el comportamiento del electorado también lo es”, señala Barreiro. “Nuestro trabajo resulta más difícil ahora, sí, pero también más apasionante”.

El mayor trasvase electoral de la democracia española ocurrió en 1982. Se calcula que 10 millones de electores cambiaron su voto desde 1979 en un contexto marcado por el hundimiento de UCD y del PCE, el arrollador avance del PSOE y el gran salto de Alianza Popular. “El año pasado, solo en los siete meses transcurridos entre las dos elecciones generales, estimamos que cambiaron su voto entre seis y siete millones de personas”, destaca Ferrándiz para explicar este nuevo panorama en el que la “antigua fidelidad a las siglas” se está desvaneciendo.

Nada más cerrar los colegios electorales hace dos años en Andalucía, la empresa GAD3 acertó casi de pleno los resultados. Fue así, en medio del error general, porque la consultora siguió encuestando la última semana, cuando ya no se pueden publicar sondeos. Siete días antes, recuerda su responsable, Narciso Michavila, el crecimiento de Vox era bastante inferior al que logró finalmente. Un ejemplo de otro fenómeno nuevo. “En todo el mundo estamos viendo que el 10% de los electores se decide en el propio colegio”, apunta Michavila, con experiencia directa en países como Colombia y Panamá. “Antes el voto casi pasaba de padres a hijos. Ahora la gente decide en el último momento a dónde se va de vacaciones o qué coche compra. Y con el voto sucede lo mismo”.

“La dictadura de la estimación de voto”

Cuando Gallup decía que la previsión electoral era lo menos importante de su trabajo, quería resaltar que, más allá de los pronósticos, los estudios demoscópicos aportan información muy valiosa sobre las tendencias sociales. Pero los institutos de opinión viven sometidos a lo que Ferrándiz llama “la dictadura de la estimación de voto”. Esa necesidad de mojarse es la que llevó a todo el mundo a anticipar en 2015 el sorpasso de Podemos al PSOE, cuando la diferencia entre ambos estaba dentro de los márgenes de error de los sondeos.

Aunque las transformaciones sociales y políticas hayan complicado las cosas, Michavila dice que no por ello las encuestas son menos fiables. “Ahora tenemos también mejores herramientas y mejor tecnología”, aduce.

Sobre la firma

Xosé Hermida
Es corresponsal parlamentario de EL PAÍS. Anteriormente ejerció como redactor jefe de España y delegado en Brasil y Galicia. Ha pasado también por las secciones de Deportes, Reportajes y El País Semanal. Sus primeros trabajos fueron en el diario El Correo Gallego y en la emisora Radio Galega.

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