Sequía, pandemia y paro crónico: la plaga que empuja a muchos marroquíes hacia Canarias
Cientos de jóvenes de la provincia de El Kelaa des Sraghna viajan 1.500 kilómetros hasta el Sáhara Occidental para embarcar desde allí hasta las islas españolas
Un hombre de 25 años lía un porro sentado en un banco, escucha música en un pequeño altavoz conectado al teléfono y espera la llamada de alguien que le va a decir cuándo podrá iniciar su viaje hacia Canarias. Está sentado en una plaza de la ciudad agrícola de El Kelaa des Sraghna, en el centro de Marruecos, a casi cinco horas en coche desde Rabat, en dirección al sur. Le rodean varios amigos de entre 17 y 28 años. Todos ellos dicen que quieren emigrar a Canarias. Es lunes 9 de noviembre. Ese mismo fin de semana se acababa de registrar en Canarias un nuevo récord, con más de 2.000 llegadas. Los marroquíes son cada vez más numerosos en las pateras que llegan a las islas, han sido más de la mitad de los rescatados entre septiembre y octubre, más de 4.000 personas, según fuentes policiales.
A diferencia de otros jóvenes que viven en las grandes ciudades como Casablanca, Marrakech o Rabat, ninguno de ellos habla francés. Solo árabe. Dicen que tienen diplomas de carpintería o de costura. Pero casi nunca han trabajado. Cuentan que se pasan el día en la plaza, desde las diez de la mañana a las diez de la noche. Y que solo van a casa para comer.
El que tiene 25 años afirma que pretende viajar de la misma forma que lo han hecho muchos otros antes que él, a través del Sáhara Occidental, territorio reclamado por el Frente Polisario, supervisado por la ONU y controlado en su mayor parte por las autoridades marroquíes. En el teléfono muestra vídeos de otros jóvenes alegres que llegan en patera a Gran Canaria. Algunas de las caras que se ven son las de amigos suyos o conocidos, gente que hace unas semanas mataban el tiempo en ese mismo banco. Han partido desde Dajla, situada a 1.500 kilómetros de El Kelaa des Sraghna, en el Sáhara.
“Yo tengo mi título de técnico de joyas, para trabajar la plata”, señala el joven de 25 años. “Pero aquí no me sirve de nada. Lo tengo claro. El viaje cuesta entre 15.000 y 20.000 dirhams (entre 1.500 y 2.000 euros)”.
—¿Y si algo sale mal?
—Se paga una primera parte aquí, antes de salir. Y la otra, una vez que llegue a Las Palmas.
El Kelaa des Sraghna es un municipio de unos 120.000 vecinos en una provincia de 150.000 habitantes. La principal fuente de empleo es la agricultura. El aire huele a aceite al entrar en la ciudad. Pero la población padece tres años consecutivos de sequía.
Abdennaji Elgoumri, miembro de la oficina local de la Asociación Marroquí de Derechos Humanos (AMDH), principal ONG del país, cree que las causas de la emigración son claras: “Sequía, pandemia y la falta de proyectos para combatir un paro juvenil que arrastra esta provincia desde hace décadas”. Señala que el principal pantano de la provincia, el de Byn Alwidan, se encuentra al 19% de su capacidad. Y otro que también envía agua en la zona, el de Hassan I, está al 7%. “Antes de la sequía había muchos trabajos informales que han desaparecido. Toda esa gente se queda en el paro y no cobra ninguna paga por desempleo”, señala.
Elgoumri cree que las soluciones para combatir el éxodo son evidentes: “La Unión Europea ofrece ayuda para frenar la emigración. Pero la mejor manera de frenarla es invertir aquí. Debería haber, por ejemplo, equipos técnicos modernos para implantar sistemas de riego por goteo. Y fábricas. En esta provincia producimos aceite y leche, pero no no hay empresas que pongan estos productos en valor. La leche se transporta a Marrakech y a Casablanca para industrializarlas. Tenemos dos hoteles y siempre están vacíos, porque no hay ni turismo ni negocios”.
La entrevista se desarrolla en el jardín del hotel Zawia, enfrente de la plaza donde algunos muchachos sueñan con viajar a Canarias. Y en efecto, casi todas las mesas están vacías, sin apenas clientes. El activista de la AMDH insiste en que si España y la UE ayudasen a Marruecos a crear empleo y riqueza en esta zona, Europa recogería también el fruto de esa inversión.
La organización afirma que las autoridades locales hacen lo que pueden para impedir el éxodo, pero los controles de las autoridades no parecen ser un problema para los jóvenes que pasan el día en el banco. “Antes de llegar a Dajla hay un control de policía. Pero hay medios para pasar ese control”, explica sin ofrecer más detalles.
Aseguran que una vez en Dajla pueden permanecer escondidos en una casa durante tres o cuatro semanas. Los organizadores del viaje, a quienes pagan, se encargan de proporcionarles la comida.
–¿Cuántos emigrantes hay en esa casa, normalmente?
–Unos 50.
–¿No hay riesgo de contagiarse con la pandemia?
Los jóvenes sonríen y se encogen de hombros.
“Me gustaría ir ahora mismo a Canarias”, concluye un joven de 22 años. “Si muero, ese será mi destino. Pero quedarse aquí es morir lentamente”.
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