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Josep Maria Mainat | La insulina como arma homicida

Ángela Dobrowolski, la mujer del productor televisivo acusada de intentar asesinarle, erró al ejecutar el crimen con insulina y al buscar una coartada

Josep Maria Mainat y Ángela Dobrowolski, en un programa de televisión en 2013.
Josep Maria Mainat y Ángela Dobrowolski, en un programa de televisión en 2013.

Josep Maria Mainat ha encajado con humor su indeseada irrupción en la prensa rosa. “Esperando cruasanes…” escribió guasón, en Twitter, sobre una foto en la que se ve a periodistas montando guardia frente a su casa de Barcelona. “Es que es un tipo muy de la coña, capaz de reírse de sí mismo en la situación más difícil”, dice una persona de su entorno. Pero la amargura va por dentro: Mainat, el humorista que entretuvo a miles de catalanes con canciones picantes y gamberras, el productor televisivo de éxito y, últimamente, el divulgador científico, ha cambiado de número de teléfono y de domicilio (va por el tercero) para proteger del acoso a los dos hijos que tuvo con Ángela Dobrowolski. Su mujer es también, presuntamente, la persona que trazó un plan (fallido) para asesinarle.

La noche del 22 de junio, Mainat pudo haber muerto. Pésima noticia para un hombre de 73 años que aspira a vivir “al menos hasta los 120”, contó en el programa El convidat de TV-3 cuando su relación con Ángela estaba en un momento dulce. “Me gustas, te encuentro sexi”, le decía ella, solícita. Obsesionado por mantenerse en forma, Mainat toma 40 pastillas distintas, sigue un tratamiento antiedad y lleva una “vigilancia extrema” sobre su diabetes. Nunca había sufrido una hipoglucemia severa… hasta ese día. La intervención de los equipos de emergencia —y de sus hijos, de 4 y 8 años, que le llevaron un helado y unas coca-colas mientras su mujer ponía pegas— le salvaron.

Josep Maria Mainat, en el tanatorio el pasado junio para asistir al funeral de su expareja, la actriz Rosa María Sardá.
Josep Maria Mainat, en el tanatorio el pasado junio para asistir al funeral de su expareja, la actriz Rosa María Sardá. Europa Press

Los Mossos d’Esquadra han reconstruido los hechos del 22 de junio. Las cámaras de vigilancia, el glucómetro de Mainat y las declaraciones de seis testigos apuntan en una dirección: la mujer planeó un crimen poco corriente, con la insulina como presunta arma homicida, pero falló estrepitosamente en la ejecución y lo empeoró todo cuando trató de cubrirse las espaldas. Ángela, hispano-alemana de 37 años, había consumido drogas ese día, según declararía más tarde su marido. Estaba enojada porque, con el proceso de separación en marcha, se sabía excluida de una herencia suculenta: el fundador de Gestmusic se hizo millonario con bombazos televisivos como Crónicas Marcianas y Operación Triunfo.

Mainat cenó sopa con pasta y una docena de cerezas. Mientras los niños dormían, la pareja mantuvo una “fuerte discusión” por el divorcio que sumió a Ángela en un “estado de ansiedad”, declaró el productor. Un mes antes, la mujer había accedido a unos correos de Mainat con sus abogados y a la copia del testamento. A las once de la noche, Ángela se ofreció a inyectarle testosterona y un complemento vitamínico. Él se dejó hacer para no discutir más y, a medianoche, se fue a dormir. Poco después, Ángela empezó un extraño desfile: fue de la cocina a la habitación de Mainat y de la habitación a la cocina 13 veces. Las cámaras muestran cómo mantiene abierta la nevera unos minutos y sale con un objeto que intenta ocultar: los Mossos creen que es la insulina que inyectó al fundador de La Trinca —el grupo musical que triunfó en Cataluña en los setenta y los ochenta— para provocarle una bajada de azúcar letal.

Aunque es diabético, Mainat no se inyecta insulina. Para regular el nivel de azúcar en sangre, toma dos pastillas al día. Ángela, por tanto, tuvo que comprar o conseguir la insulina y llevarla a casa, concluye la investigación. Le pinchó una o más dosis mientras dormía. En su declaración ante los Mossos, el productor televisivo recordó vagamente que su mujer le despertó para decirle que iba a inyectarle un medicamento para adelgazar. La mujer, estudiante de Medicina —le queda un semestre para acabar— midió cuatro veces su nivel de glucosa. A las 2.41, el glucómetro marcaba 47 miligramos por decilitro, lo que significa que Mainat ya sufría hipoglucemia. Pero Ángela no hizo nada por revertirla porque no se movió de la habitación: no fue a buscar azúcar, y no llamó a emergencias hasta media hora más tarde. ¿Se arrepintió? Los Mossos creen, más bien, que intentaba construirse una coartada.

Las 3.35 fue la hora crítica. La glucosa bajó a 10. Mainat entró en coma. Según un experto citado en las pesquisas, el coma hipoglucémico en un hombre de su edad conduce, con facilidad, a la muerte. La doctora de emergencias preguntó a la mujer por lo ocurrido. Ella le contó que se habían “reconciliado” y habían tenido un “final feliz”, o sea practicado sexo, lo que explicaría el bajón. Añadió que le había dado dos coca-colas y unas ciruelas. Todo falso, según los investigadores. Las coca-colas las llevaron los niños (Ángela negó que hubiese un bote de azúcar en la casa) y las ciruelas estaban llenas de hormigas, lo que indica que llevaban allí tiempo. Con eso y unos viales de glucagón, los de emergencias le estabilizaron y Mainat volvió en sí. Con los sanitarios todavía en casa, Ángela cometió otro error para intentar exculparse: volvió a usar el glucómetro. El resultado: 159, un valor extrañamente normal. Los Mossos concluyen que se midió a sí misma para hacer creer que pensaba que Mainat ya estaba bien.

Aún aturdido, el productor hizo venir a casa a la niñera. “Me ha querido matar”, le confesó en la ambulancia, señalando a Ángela, minutos antes de ser trasladado a la clínica Quirón. Le pidió que se quedara con sus hijos. La niñera declaró que estuvo un rato en la cama con los pequeños y con la esposa de Mainat, que le contó su versión: le había pinchado cuatro veces para “salvarle la vida”.

A la mañana siguiente, la mujer que limpia y cocina en el hogar de los Mainat se encontró a Ángela en casa y vio cómo metía cosas en una bolsa de basura y salía a la calle. “Dijo que se iba a fumar un par de porros y que volvería más tranquila a esperar a que la policía la detenga”, contó la empleada. Su defensa sostiene que era una broma. Los Mossos creen que hablaba en serio.

Nada de eso supo Mainat hasta más tarde, y en su primera declaración en parte la exculpó ante la policía. “No quiero pensar que haya habido mala intención...”. El hombre inclasificable, aspirante a la eterna juventud, vivía entonces (vive aún) con “sentimientos encontrados”, según su entorno. Teme por él y por sus hijos, pero a la vez siente pena por la madre de dos de sus cinco hijos, en una deriva peligrosa por el consumo de drogas. Pese a los indicios, el caso tiene una dificultad probatoria: la insulina no deja rastro, no hay analíticas que demuestren que se le inyectó. Eso explica en parte por qué, pese a afrontar un delito tan grave como la tentativa de asesinato, el juez decidió dejar a Ángela en libertad tras su detención.


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