El laicismo se impone en la primera gran ceremonia aconfesional
El Gobierno cuidó todos los detalles para dar todo el protagonismo al Rey, a los familiares y a los sanitarios y ninguno a la Iglesia
Muy poca gente en el mundo de la política ha olvidado el momento. Fue en la catedral de La Almudena, en 2004. En la iglesia, llena de mandatarios internacionales, había 600 familiares en el homenaje a las víctimas del atentado del 11-M. Uno de ellos no aguantó la tensión y le gritó a José María Aznar, entonces presidente del Gobierno. “¡Le hago responsable de la muerte de mi hijo!”. Pasqual Maragall, entonces presidente de la Generalitat, salió en apoyo de Aznar. “¡Es muy injusto eso!”.
Todo sucedía dentro de una iglesia, en un acto en el que el gran protagonista era el cardenal Antonio María Rouco Varela, entonces arzobispo de Madrid, quien pidió durante su homilía “alejarse de toda forma de nacionalismo exasperado, de racismo y de intolerancia”. Ese fue el acto central de recuerdo a las víctimas. Un acto confesional, a pesar de que muchas de ellas eran de otras religiones.
Las cosas han cambiado por completo en 2020. El Gobierno de Pedro Sánchez ha cuidado cada detalle para que esta vez el acto central de una nueva tragedia en España, la de la covid-19, se convierta en la primera gran ceremonia de Estado aconfesional.
No completamente laica, porque allí estaban representantes de todas las religiones con arraigo en España. Pero sí aconfesional, porque ninguno de ellos tuvo un protagonismo destacado. Se les invitó, como muestra de respeto, pero ni la Iglesia católica, con su enorme influencia en la sociedad española, tuvo un lugar preeminente, ni se le ofreció hablar en el acto.
De hecho, hace solo una semana el Gobierno ya había lanzado un gesto claro de que esta vez iba a ser diferente, con la ausencia del presidente del Gobierno en el funeral en La Almudena por las víctimas. Sí estuvo el Gobierno, porque fue la vicepresidenta Carmen Calvo, encargada de las relaciones con la Iglesia, pero no Sánchez ni Pablo Iglesias.
El mensaje era claro. Esta vez el acto central de recuerdo a las víctimas no sería en una Iglesia, sino en el patio de armas del palacio Real y con el Rey como gran protagonista, no un obispo.
El Gobierno logró además una importante presencia internacional, con los cuatro cargos más importantes de la UE —el presidente de la Comisión, del Parlamento y del Consejo y el alto representante para política exterior— juntos en Madrid. Además estaban, y esto también es un logro inesperado, todos los presidentes autonómicos y todas las instituciones. Solo faltó Vox.
El acto salió según estaba previsto con gran sobriedad y ningún protagonismo de la política, solo el Rey, un familiar y una enfermera, con brevedad y sin la pompa habitual de los funerales de Estado en la catedral. Una ceremonia diseñada en cada detalle por los equipos de la vicepresidenta Calvo y de Félix Bolaños, secretario general de Presidencia y el hombre en la sombra de Sánchez que también ideó la exhumación de los restos del dictador, Francisco Franco.
El Gobierno inaugura así una etapa nueva en los grandes actos de memoria de las víctimas. No es el primero que se hace sin protagonismo de la Iglesia en niveles locales, pero sí lo es en el plano nacional y después de una gran tragedia. Después de este acto será muy difícil que no se marque un nuevo camino. El de la Constitución, que señala que España es un estado aconfesional.
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