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Las debilidades del PP gallego

Feijóo aspira a una cuarta mayoría escondiendo las siglas del partido, sin poderes provinciales y subordinado al éxito de su mayor rival interno

GRAF2426. AS PONTES (A CORUÑA), 04/07/2020.- El presidente del PP, Pablo Casado (i), saluda al líder del PP gallego, Alberto Núñez Feijóo, este sábado en un mitin en As Pontes (A Coruña). EFE/Kiko Delgado
GRAF2426. AS PONTES (A CORUÑA), 04/07/2020.- El presidente del PP, Pablo Casado (i), saluda al líder del PP gallego, Alberto Núñez Feijóo, este sábado en un mitin en As Pontes (A Coruña). EFE/Kiko DelgadoKiko Delgado (EFE)

Alberto Núñez Feijóo no suele identificarse con el PP. Sus campañas son una suerte de acertijo en busca del logo del partido. En esta, la cartelería lo identifica con Galicia como si ambos formaran un ente indisoluble; una comunión que ningún otro candidato pudiese alcanzar. Por eso pide el voto para su tierra, como si la cosa no fuera con él y, mucho menos, con el PP. No obstante, la forma presidencialista con la que parece querer emular a su predecesor, Manuel Fraga, esconde, más que el logo, su debilidad: la fragilidad de un PPdeG que en las municipales pasadas perdió las principales alcaldías y las cuatro diputaciones y tuvo que entregarse a un controvertido político, líder de un minoritario partido local, Gonzalo Pérez Jácome, para salvar la de Ourense. El histórico granero de votos del PP, gestionado por el hijo-sucesor del “cacique” Baltar, el enemigo interno de Feijóo, se desinfló. Salvar los muebles supuso para el presidente sostener a su principal rival interno.

En sus primeras elecciones autonómicas, en 2009, cuando sucedía a Fraga como candidato a la Xunta, su madre irrumpió en la campaña. Participó en un emotivo vídeo familiar en el que ya se esbozaba esa idea de la alianza del candidato Feijóo con su tierra natal. Una idea en la que el PPdeG ha incidido desde entonces hasta convertirla en argumentario. “Dice que se casó con Galicia. ¡Vaya, hombre! Y Galicia no me da nietos”, lamentaba Sira Feijóo en aquella grabación electoral. Su hijo la convirtió en orgullosa abuela en 2017 aunque ha seguido manteniendo intacto el anuncio de su idilio con Galicia.

Feijóo, referente del denominado PP urbanita —”los del birrete” en contraposición a “los de la boina”— ha tenido que labrarse una imagen de persona vinculada al pueblo -al medio rural- en una comunidad en la que los votantes clave de la derecha son personas de edad que viven en las aldeas y para las que el gallego es su idioma natural.

El PP gallego, de Fraga Iribarne

a Núñez Feijóo

En % de votos y nº de escaños

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El PP gallego, de Fraga Iribarne

a Núñez Feijóo

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El PP gallego, de Fraga Iribarne a Núñez Feijóo

En % de votos y número de escaños

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Lo entendió Fraga a la perfección. El desaparecido exministro de Franco nacido en Vilalba (Lugo) que en 1976 aglutinó en Alianza Popular a todos los grupos de la derecha surgidos del franquismo y los llevó hasta el PP que fundó en 1989, ocupó, al menos teóricamente, primero la “mayoría natural” del centroderecha en España y más tarde, en su destierro político en su tierra —harto de una oposición permanente en Madrid— un “galleguismo” sui géneris. En realidad, un particular regionalismo.

Aquel repentino amor de Fraga por las raíces galaicas, apuntalado por los barones “de la boina”, como Baltar y Xosé Cuíña, le permitió sintonizar con los paisanos hasta el punto de conseguir mayorías absolutas que hasta la fecha jamás ha rozado el aparentemente todopoderoso PP de Feijóo. Sus mayorías (la más alta con un 47,56% de los votos) están lejos de los datos cosechados por el de Vilalba, superando ampliamente hasta en tres ocasiones el 52%. En 2005 perdió la mayoría con un 45,81% de votos: un resultado ligeramente superior al 45,80% con el que Feijóo consiguió su segunda mayoría absoluta en 2012.

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Baltar I, hombre de aldea apegado al pueblo, ex miembro de Coalición Galega y cofundador de Centristas de Galicia desde donde arribó al PP, repetía que el éxito del partido estaba en su arraigo en el galleguismo. Y Fraga acabaría no solo reivindicando ese galleguismo, sino incluso a Castelao, padre del nacionalismo gallego que siempre repudió.

El exbarón ourensano, autodenominado “cacique bueno”, colmó de mayorías arrolladoras al fraguismo. Baltar convirtió la Diputación que presidió durante 25 años en una auténtica fábrica de empleos —la mayor de la provincia en su momento— que en las citas electorales transmutaban en votos.

Su poder en el PPdeG —llegó a amenazar a Fraga y a Feijóo con sendas escisiones que los dejarían en la oposición— aumentaba de forma proporcional a la de los empleados en el organismo público. Hasta el punto de que acabó su carrera política condenado por enchufar a 104 personas vinculadas al PP en las vísperas del congreso provincial en el que su hijo se jugó, en 2010, la sucesión. Baltar II competía contra un candidato puesto por Feijóo que suspiraba por evitar la agobiante dependencia del baltarismo.

No lo ha logrado. Una década después de aquel congreso que consumó la sucesión dinástica en el PP de Ourense, Feijóo sigue encadenado al hijo del cacique pese a que este ha ido perdiendo los votos amasados por su padre hasta hacer aguas en las últimas municipales.

El segundo de los Baltar vio esfumarse, en las municipales del año pasado, la mayoría absoluta de la Diputación para el PP por primera vez en los 43 años de democracia. Y también por primera vez en los 34 años de ininterrumpido gobierno familiar de esa institución.

El histórico granero del voto del PPdeG se tambaleó. El PP fue ampliamente superado por el PSOE en la capital pero el golpe real fue la pérdida de la Diputación. Nadie contaba con que un pequeño grupo político independiente, liderado por Jácome, un pequeño empresario local relegado en las municipales a la tercera posición en la capital y que había basado su existencia en su denuncia del caciquismo de los Baltar, acabaría perpetuando al heredero del cacique en la Diputación a cambio de hacerse con la alcaldía.

Las municipales supusieron un serio aviso para Feijóo: no ganó alcaldías en ningún municipio de más de 30.000 habitantes. El símbolo del fracaso fue la pérdida de Vilalba, la tierra de Fraga en la que el PP parecía imbatible. En Ourense, tras haber calificado durante la campaña a Jácome “letal” para los intereses de la provincia, accedió al trueque por el que pudo salvar, más para Baltar que para el PP, la única Diputación y mantener -mediante bipartito, con Jácome presidiendo y con gran malestar de sus concejales más afines- la alcaldía de la capital.

Aquel mito del partido blindado por un ejército de 100.000 militantes se había venido abajo en junio de 2018 cuando en las primarias del PP para elegir al sucesor de Mariano Rajoy, Galicia aportó 4.564 afiliados, menos de la mitad del censo de las primarias del PSOE gallego y apenas el 4% de aquel batallón del que alardeaba. Las alarmas saltaron cuando Feijóo aún no había hecho pública su decisión de dar el paso atrás en la carrera por la sucesión: las direcciones provinciales del PPdeG alertaron del escaso respaldo que podían aportar a su líder en la batalla nacional.

Antes de la crisis provocada por el coronavirus, los sondeos evidenciaban la fragilidad con la que partía Feijóo en las elecciones convocadas para el mes abril. Pese a haberse visto salpicado por la gestión de las residencias de mayores y de los recortes en sanidad pública, la constante proyección de su imagen durante los meses de la pandemia en los medios de comunicación como moderado administrador público de la crisis, parece haberlo aupado en las encuestas. Falta por saber si el inesperado ganchete con Jácome ha fortalecido al hijo-sucesor del cacique en la despensa en la que históricamente se nutre de mayorías el PP.

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