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Un pueblo en el centro de Málaga

El casco histórico de la ciudad, tomado por alojamientos turísticos y sin apenas residentes, se convierte en un escenario

Comparativa del mismo rincón del centro de Málaga, a la izquierda con turistas y a la derecha durante el confinamiento.
Comparativa del mismo rincón del centro de Málaga, a la izquierda con turistas y a la derecha durante el confinamiento.García-Santos (EL PAÍS)

Hace apenas dos meses, miles de turistas paseaban cada día por la calle Larios, el epicentro de la ciudad de Málaga. Es la vía que distribuye hacia el puerto, los museos y los principales monumentos. El constante hormigueo de visitantes se mezclaba con el de repartidores, bicicletas o patinetes eléctricos. Las terrazas de los restaurantes ocupaban buena parte de la vía pública, donde sonaba música callejera y un runrún permanente que no desaparecía hasta bien entrada la madrugada. Hoy sus calles están desiertas. “Hay una tranquilidad inquietante, pero es que aquí somos muy pocos”, dice Alejandro Villén, de 43 años.

El centro histórico es la zona de Málaga que menos han abandonado, durante el confinamiento, las personas que viven en él. Según el INE, apenas el 7,4% de los residentes se ha movido a otras zonas. La principal razón es que un tercio de ellos son mayores de 65 años y, del resto, pocos salen a trabajar fuera. Los datos revelan que hay 4.300 personas empadronadas, pero desde la Asociación de Vecinos Centro Histórico de Málaga rebajan la cifra a unos 3.000 (de un total de 575.000 habitantes que tiene la ciudad). A cambio, reciben a la mayoría de los cinco millones de personas que visitan la capital de la Costa del Sol cada año. También hay en ese casco histórico —una almendra dentro del distrito centro— unos 2.000 alojamientos turísticos, la tercera parte de todos los que existen en Málaga, según datos del Ayuntamiento.

Mi bloque se ha quedado vacío: en los 13 pisos, solo vivimos dos familias, el resto son de alquiler turístico”, destaca Ismael Fernández, de 38 años. “El centro tiene ahora un ambiente de pueblo, está todo muy tranquilo”, añade quien se siente ahora como en su localidad natal, El Borge, de 930 habitantes.

El auge de este tipo de alojamientos ha aumentado los precios del alquiler en Málaga casi un 50% en cinco años, según el Banco de España, expulsando a los antiguos vecinos a zonas más asequibles de la ciudad. Un proceso que ha vivido María Arquero, de 40 años. “La gente vendía las casas porque era imposible vivir con el ruido turístico y la presión inmobiliaria”, explica. Un informe del Observatorio de Medio Ambiente Urbano (OMAU), entidad municipal, subraya que una de las debilidades del casco histórico es “la pérdida de población”, motivada, básicamente, “por la incomodidad que a veces supone vivir en el centro, sobre todo para familias jóvenes con niños”.

Sin nuevos residentes, la zona se queda vacía. María, que regenta una panadería junto a su pareja, Borja Arquero, la ha mantenido cerrada durante el estado de alarma: no hay vecinos suficientes. “Esto es desolador”, dice.

Tampoco turistas. Sin ellos y con bares, restaurantes y tiendas con la persiana bajada, la zona parece un escenario vacío. “Vivir aquí es incómodo”, confirma Alfonso Miranda, presidente de la asociación vecinal, que relata que el caso de María no es el único. La falta de comercio de cercanía hace que solo dispongan de un par de pequeños supermercados para adquirir alimentos. Por eso, cree que es el momento “de cambiar de modelo y hacer una apuesta clara: la repoblación”. El representante vecinal sostiene que, si muchos alquileres turísticos pasan a larga temporada, habría más residentes. Y, con ellos, algunos negocios de hostelería podrían reconvertirse en tiendas de proximidad. El OMAU municipal también considera una oportunidad para el centro “fomentar la residencia” para hacerlo “un barrio más habitable”.

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Mientras, la balanza sigue desequilibrada hacia los servicios turísticos, comerciales y hosteleros. Aunque hay avances. El Ayuntamiento malagueño acordó en enero una moratoria de cinco años que impide abrir nuevos bares en 103 calles de la ciudad, 98 de ellas en el centro. También ha impuesto numerosas multas en los últimos años a hosteleros cuyas terrazas invadían más espacio del permitido.

“Las aglomeraciones ya no van a ser posibles, las masas no volverán, tendremos otro turismo”, dice Alfonso Miranda. Está por ver qué ocurrirá con la Feria de Málaga en agosto. Las peñas quieren seguir adelante, el Ayuntamiento duda. Los vecinos suspiran por cómo será la nueva normalidad en el centro.

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