Zapatero: “El final de ETA fue político”
“La democracia debe ser generosa incluso con quienes la atacaron”, asegura el expresidente
Un 4 de mayo hace dos años ETA desapareció, tras 60 años de existencia, 43 de terrorismo y casi 850 muertos. El impacto de ETA en la vida de los españoles fue tal que, pese a la absorción mediática de la epidemia del coronavirus, cada aniversario de su final resalta. Coincide, además, este año con el fallecimiento de José María Calleja, referente de la movilización social contra la banda, y con el primer aniversario del de Alfredo Pérez Rubalcaba, ministro del Interior en la etapa final del terrorismo. José Luis Rodríguez Zapatero, amigo de ambos y presidente del Gobierno en esa última etapa, comparte con EL PAÍS sus reflexiones sobre un final del que apenas se ha pronunciado. La entrevista es telefónica. Está confinado en su domicilio madrileño.
Zapatero cuenta que la disolución de ETA, el 4 de mayo de 2018, no le sorprendió. “Estaba informado. Fue la culminación del cese definitivo del terrorismo, declarado por ETA en octubre de 2011, al final de mi Gobierno. ETA debía haberse disuelto antes, pero no ha sido infrecuente que pase tiempo desde el fin de la violencia de una organización armada hasta el final autodeclarado de su existencia. Ese retraso tuvo una importancia relativa porque el decisivo final del terrorismo se produjo en 2011”.
El expresidente precisa las causas del retraso: “El momento culminante del debate en el mundo abertzale sobre el final del terrorismo fue en 2005-2006, coincidiendo con el proceso de diálogo de mi Gobierno con ETA. Necesitó desde entonces hasta el cese de la violencia seis años en los que hubo treguas, rupturas... Luego pasaría el mismo tiempo desde el cese de la violencia hasta su disolución”.
Admite que la no intervención de Mariano Rajoy, presidente del Gobierno desde 2012, en el proceso pudo contribuir a su alargamiento. “Su situación era delicada porque se había opuesto al proceso de diálogo de mi Gobierno. No intervino, pero toleró que lo hicieran el Gobierno vasco o agentes internacionales”, afirma. “Fue importante que validara la declaración del final del terrorismo de ETA de 2011 y que reconociera que mi Gobierno no hizo concesiones políticas. Le mantuve informado”.
Zapatero recuerda que el final de ETA le sugirió una reflexión personal y otra política que mantiene. “A medida que se aproximaba el fin, más inconcebible me resultaba tanta violencia hasta matar a tantas personas. Es tan radicalmente contrario a lo que somos que no me lo quitaba de la cabeza. Políticamente, el final de ETA ratificó la superioridad de la democracia sobre la violencia; del diálogo y de los procedimientos democráticos sobre la imposición. Y la democracia debe ser generosa e integradora precisamente por su superioridad moral, incluso con quienes la atacaron”, defiende.
El expresidente, ante el olvido actual, valora la importancia de la desaparición de ETA: “ETA fue la gran patología de la vida política y social de España en 40 años, de la Transición hasta tiempos recientes. Sus asesinatos y amenazas condicionaron nuestro país. Hoy sin ETA han mejorado las convicciones políticas y morales de la sociedad”, prosigue el expresidente. “El dolor queda, pero las víctimas tienen un reconocimiento en el que necesitamos perseverar. Me gustaría que los jóvenes aprendieran la lección de convivencia, de defensa de los derechos humanos, de la tolerancia de que cualquier planteamiento político cabe en democracia defendido democráticamente”.
Zapatero defiende que el final de ETA fue el resultado de la acción policial, judicial, social e internacional, con la política como clave. Pero hay interpretaciones como las de Vox y el sector radical del PP que aseguran que con ETA se pactó un cambio de régimen y que nada ha cambiado porque ETA es Bildu. “Son interpretaciones delirantes que sólo provocan estupor”, responde el exlíder socialista. Y recuerda que Bildu es legal porque sus estatutos rechazan el terrorismo.
Discrepa, invocando su experiencia que considera intransferible, de las interpretaciones que limitan el final de ETA a la actuación policial y judicial. Zapatero resalta el papel de la política: “Evidentemente, ETA no podía vencer al Estado. Pero planteado en términos de fuerza esa prevalencia no abarcaba todo lo que representaba ETA. El final de ETA fue un final político como lo tienen esos procesos. Se impone la superioridad política, moral e intelectual de la democracia, que se reafirma cuando se lleva al límite la capacidad de diálogo, y eso es política. Eso no significa cesión. Las palabras, los hechos y las intenciones cuentan para lograr ese final”, argumenta.
El expresidente subraya que su Gobierno no hizo concesiones políticas a la banda: “Mi Gobierno jugó una parte importante en el final del terrorismo. Es poco común en la historia de las organizaciones terroristas que finalicen, como ocurrió con ETA, con una renuncia unilateral de la violencia. Para ello hubo mucho diálogo, que avivó el debate interno en el mundo abertzale. Era una organización con décadas, que confundía el fin con los medios. Requería tiempo. Mi Gobierno, con su actitud, aceleró ese debate y logramos que parte del mundo abertzale aceptara primero e impulsara después que el terrorismo finalizara, lo que fue fundamental”.
Zapatero reconoce que su relato no está asumido, sobre todo, en sectores conservadores. “Ha pasado aún poco tiempo. Se reconocerá cuando las pasiones dejen de atraparnos”. Su proceso de diálogo con ETA entre 2005 y 2006, roto por el atentado en el aeropuerto de Madrid-Barajas, fue duramente atacado por el PP en la oposición con acusaciones de “traición a los muertos”. Zapatero elude la polémica: “Una contribución al final del terrorismo producida por la victoria de la democracia requería evitar esas discusiones. Los atentados de ETA los sufrió el Partido Popular como nosotros y tanta gente. El fin del terrorismo fue un alivio compartido”.
Tampoco se sorprende del desconocimiento actual de los jóvenes sobre ETA. “El dolor fue tan grande, sobre todo en Euskadi, que la sociedad ha decidido no remover el pasado. Llegará un momento en que se querrá conocer y profundizar sobre lo sucedido. Es un proceso natural y debemos respetarlo”, dice.
El expresidente recuerda cómo en el encuentro con Arnaldo Otegi en septiembre de 2018 abordaron la autocrítica pendiente de la izquierda abertzale sobre su pasada complicidad con ETA: “Fueron cinco horas muy intensas y surgió con toda franqueza este tema. No creo que sea impensable para ellos. Se ha avanzado en recuperar la convivencia. Pero la sociedad necesita su perdón auténtico a todas las víctimas. No fijo plazos. Espero que lo aceleren”. Señala, también, que “Otegi contribuyó al final del terrorismo, convenciendo a mucha de su gente de apostar solo por vías políticas”.
Este segundo aniversario de la disolución de ETA coincide con el primero de la muerte de Alfredo Pérez Rubalcaba y el fallecimiento de José María Calleja. Zapatero les recuerda: “Alfredo personifica, quizás mejor que nadie, la entrega de tantos servidores públicos al combate y fin de la violencia. Supo dirigirles con gran eficacia y contribuyó a que el proceso de diálogo surtiera los efectos que pretendíamos. Diré como mejor modo de honrar su memoria: su contribución fue decisiva”. Sobre Calleja, afirma: “Encarna el coraje cívico de quienes en Euskadi, en los peores momentos, se alzaron frente a la sinrazón de la violencia”. “He pensado mucho en José Mari, que fue activo luchador contra el terrorismo y, también, defensor del diálogo para acabar con ETA”, añade. “Perdemos un referente. Me duele mucho su muerte. La sociedad reclamará su merecido reconocimiento”.
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