Secretos de una monja para resistir la clausura
Religiosos españoles dedicados a la vida contemplativa aconsejan crearse una rutina y vivir al día: “Esto se aprende y es posible”
“Fue duro”. María Teresa López no se anda con paños calientes para describir cómo se convirtió, con 20 años, en María Teresa de los Ángeles, una monja carmelita de clausura. Lo hizo por elección personal, pero no podía imaginarse que su experiencia iba a acabar siendo de utilidad para ese bullicioso mundo que dejaron atrás, enmudecido y enclaustrado ahora por el coronavirus.
“Esto es una escuela, la clausura se aprende”, anima la carmelita López a los españoles que, desde el 15 de marzo, viven en confinamiento. La religiosa (en clausura desde hace 14 años en Cádiz) es una de los 9.200 hombres y mujeres dedicados a la vida contemplativa en España, según la Conferencia Episcopal Española. Lo que todos ellos vivieron como una renuncia voluntaria se ha convertido en una medida impuesta para los demás en la que la hermana María Teresa cree que puede ayudar. “Es un privilegio, no me cuesta nada”, dice.
En consenso con las otras siete monjas con las que vive, López decidió publicar en la página web de su convento 10 consejos “para vivir los días de confinamiento y no morir en el intento”. Asumir el encierro como una “decisión en libertad por un bien superior”; “no pasar el tiempo inútilmente”; buscar “momentos de silencio” o “ser selectivos” con la información son algunas de las recomendaciones. “Lo que he hecho es trasladar, de una forma asequible, mi experiencia de estos años de monja y de la espiritualidad monástica”, resume.
Para ella, la clave está en “la paciencia, el realismo y el autoconocimiento”. “Es difícil al principio. Por eso digo que estemos alerta. Apenas estamos empezando. Es un ejercicio de control entre el interior y el exterior”, dice López.
La racionalización del tiempo es clave. En el monasterio de Santa María de las Escalonias, en Córdoba, las horas son férreos marcadores de la vida comunitaria para los nueve monjes cistercienses. “Vivimos un horario regular: levantarse, comer y acostarse a la misma hora. Lo importante es hacerse una rutina, pero no de aburrimiento, sino de regularidad. Pasar a tener una vida pautada cuesta al principio, pero el horario ayuda mucho”, reflexiona el prior, Javier Urós, de 56 años.
En las Escalonias, la actividad empieza a las 4.30; en las Carmelitas, a las 6.30. El día transcurre entre rezos, labores —en Córdoba atienden una lavandería; en Cádiz hacen dulces y hostias de misa—, momentos para la vida comunitaria y misas. La carmelita María Teresa aconseja hacer lo que gusta sin prisa: “Tómate tu tiempo en las cosas sencillas, que la cebolla quede pochadita, los garbanzos tiernos, el potaje a fuego lento... ¡Tenemos tiempo!”. Y Urós apunta: “Vivan el día a día. No piensen en el mañana”.
Rocío Perona recuerda cómo cuando ingresó en el convento en Sevilla con 17 años le entró “una cosa muy fuerte” al escuchar por primera vez los cohetes de la peregrinación al Rocío que ya no iba a poder hacer. Casi 60 años después, enclaustrada junto a otras 16 religiosas en el convento del Espíritu Santo de El Puerto de Santa María (Cádiz), sus preocupaciones son otras: “Estoy estremecida porque tenemos hermanas en África y por ellas sabemos que el virus ya está llegando allí”, cuenta. Perona —hoy, Rocío del Espíritu Santo— y el resto de sus compañeras dedica el día a repartir comida entre los más pobres a través del torno y hacer dulces. Por eso, valora la importancia de estar distraído y activo: “Que aprovechen para hacer ejercicio, leer y, sobre todo, hablar con su familia. Que los niños no sufran, que les expliquen que estamos así por el bien de la humanidad”.
Las comendadoras de El Puerto mantienen su servicio de alimentos a los más de 50 necesitados que atienden diariamente. Las carmelitas de Cádiz también se han blindado, preocupadas por las cuatro hermanas de mayor edad. “Más que en clausura, estamos encapsuladas. Hemos suspendido la venta de hostias y dulces y ya no entra ni personal de ayuda a domicilio ni de limpieza. Somos una gran paradoja: estamos muy seguras en clausura, pero somos de gran fragilidad si entra un virus”, explica López.
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