Rasmus Kleis Nielsen: “A los políticos no les gustan los periodistas. La diferencia: antes tenían que lidiar con ellos, hoy ya no”
Este danés de 43 años, profesor de Comunicación Política en la Universidad de Oxford, dirige el Instituto Reuters para el Estudio del Periodismo. Sus informes aportan una panorámica sobre el turbulento presente y el inquietante futuro de los medios, y también sobre su relación con el público y con el poder establecido
Rasmus Kleis Nielsen (Helsinge, Dinamarca, 43 años) dirige el Instituto Reuters para el Estudio del Periodismo en la Universidad de Oxford, donde también ejerce como profesor de Comunicación Política. Es autor de libros como Ground Wars (Princeton University Press), sobre los cambios en la comunicación de las campañas políticas; The Power of Platforms (Oxford University Press), donde aborda junto a Sarah Anne Ganter cómo las plataformas digitales transforman los medios y la sociedad; y ...
Rasmus Kleis Nielsen (Helsinge, Dinamarca, 43 años) dirige el Instituto Reuters para el Estudio del Periodismo en la Universidad de Oxford, donde también ejerce como profesor de Comunicación Política. Es autor de libros como Ground Wars (Princeton University Press), sobre los cambios en la comunicación de las campañas políticas; The Power of Platforms (Oxford University Press), donde aborda junto a Sarah Anne Ganter cómo las plataformas digitales transforman los medios y la sociedad; y Avoiding the News (Columbia University Press), en el que desarrolla junto a Benjamin Toff y Ruth Palmer las razones que llevan a cada vez más personas a evitar el consumo de noticias. Durante esta conversación en un café junto a la catedral de San Lorenzo en la plaza Danti de Perugia, capital de la Umbría italiana que albergó a finales de abril la XVIII edición de su Festival Internacional de Periodismo, el profesor Nielsen advierte sobre la escasez de sensibilidad para atender intereses más allá de las élites y deja mensajes de alerta a los profesionales de la información. “Hay demasiado talento y energía en el periodismo que se destina a seguir haciendo al día siguiente lo que se hizo el anterior. Y eso es un problema cuando se constata que buena parte de la audiencia ni siquiera se interesó por lo publicado el día anterior”.
El último informe del Instituto Reuters que analiza la evolución de las noticias en el ámbito digital durante 2023 arroja conclusiones preocupantes. Bajos índices de confianza en los medios, frágil compromiso de las audiencias y entorno empresarial incierto. ¿Hay razones para la esperanza en 2024?
El contexto es desafiante para los periodistas y el papel que los medios juegan en la sociedad. Una gran parte del público pierde progresivamente el interés por las noticias. Mucha gente busca información mediante sus propias fuentes. Y con frecuencia se muestran escépticos. Sería peligrosamente optimista pensar que esto va a cambiar a corto plazo. Al mismo tiempo, determinados medios logran con éxito que parte de la sociedad confíe en lo que hacen y lo valoren. Esta situación plantea un entorno mediático con unos pocos ganadores, mientras que la mayoría lucha por sobrevivir. La mayoría de las organizaciones que aciertan se debe a que atienden a audiencias privilegiadas con alta formación, que suelen vivir en grandes ciudades, tienen edades medias o avanzadas, son por lo general varones y pertenecen a grupos sociales mayoritarios. Lamentablemente, parece que el periodismo ha perdido el contacto con gran parte del resto del público.
¿El periodismo que hoy tiene éxito es por tanto el que llega a audiencias más elitistas?
Absolutamente. En el sector se suele hablar en términos de calidad, pero los intereses informativos de la gente rica y la gente menos favorecida no son los mismos. Los intereses generales de unos y otros también son distintos.
¿El periodismo está fomentando la desigualdad?
Tenemos razones para creer que eso está pasando.
Pues tenemos un problema.
Nadie puede cargar en solitario con el peso del mundo sobre sus hombros. No es necesariamente un error que algunas compañías de información se orienten hacia audiencias más privilegiadas, algo que por otra parte siempre se ha hecho. The New York Times y Financial Times nunca pretendieron llegar a todo el mundo. La inquietud esencial es qué debe ofrecer hoy el periodismo a la mayoría de la gente. Pero todo esto de lo que estamos hablando está relacionado con la pérdida de audiencias y de confianza que detectamos en nuestros informes.
¿Qué estamos haciendo mal para que eso suceda?
No creo que ayude el juicio al respecto de alguien como yo en una posición de privilegio sobre cómo lidiar con este contexto. Pero sí hay aspectos sobre los que se puede reflexionar. Buena parte de la opinión pública siente que las noticias solo se enfocan en problemas, y nunca en soluciones; que solo atienden a lo que va mal en el mundo, y nunca a asuntos que dan razones para la esperanza. Y en muchas ocasiones, quienes siguen las noticias suelen pensar que el mundo es mucho peor de lo que realmente es y que vivimos más polarizados de lo que realmente estamos. Cuando esto sucede tenemos un problema. Y también lo tenemos respecto a la relación con los políticos. A los periodistas les gusta decir que son los vigilantes del poder establecido, pero desde el punto de vista de la mayoría del imaginario colectivo un periodista es la persona que sostiene un micrófono frente al político. Aunque resulte injusto, para mucha gente los periodistas son parte del espectro político. El periodismo no está fuera del establishment, forma parte de él; no está al margen de las compañías privadas, se ejerce mediante ellas. En gran parte del mundo la mayoría sospecha que los periodistas actúan bajo intereses políticos y comerciales. Si los periodistas creen lo contrario, deben convencer a la gente de por qué está equivocada.
El periodismo que investiga y vigila al poder sigue ejerciéndose en determinados medios de prestigio.
Y también es menos poderoso de lo que fue en el pasado. Guardo en mi despacho la instantánea que tomó un fotógrafo el día después de los atentados del 11-M en Madrid. Me recuerda la importancia de ser periodista cuando algo dramático y relevante sucede justo antes de unas elecciones, en un momento en el que hay diferentes mensajes sobre lo que ha pasado y por qué. Es importante que la sociedad tenga acceso a información independiente sobre el terreno sobre un suceso y su contexto. Eso no fue lo que dijo el Gobierno de entonces tras el 11-M; ni lo que dijeron buena parte de los medios. Sigue existiendo buen periodismo de investigación en muchos países, pero es el entorno de los medios el que ha cambiado. Hasta no hace tanto tiempo, un político con poder o el presidente de una gran compañía no tenía más remedio que lidiar con los periodistas. Hoy, políticos poderosos, dueños de grandes compañías y grupos de interés tratan de llegar al público de maneras distintas, sin involucrar a los medios. Rechazan entrevistas, conceden declaraciones sin aceptar preguntas o directamente atacan a periodistas que cuestionan sus narrativas. Y el poder de esos periodistas se ha reducido, por lo que hay quienes optan por ser pragmáticos y se vuelven colaborativos con los líderes del poder. Así acceden a entrevistas, a declaraciones y a la información que dichos actores quieren propagar.
Una información que en la mayoría de esos casos acaba siendo citada con fuentes anónimas.
Y controlada por esas fuentes. Los eruditos suelen decir que las fuentes hacen las noticias. Buena parte del periodismo que se publica está basada en declaraciones proporcionadas por actores del poder. No es una crítica, sino una observación. Si un jefe pide al redactor 600 palabras en un par de horas, esa persona trabajará con lo que tenga. Aunque a veces lo que tenga no sea demasiado.
Esa presión es tan vieja como el oficio.
Y tan vieja como que a los políticos no les gustan los periodistas. La diferencia es que antes tenían que lidiar con ellos y ahora no. Tienen muchas otras opciones para transmitir mensajes. Eso es lo que ha cambiado. Hay países donde los reporteros son agresivos en sus investigaciones sobre un determinado ámbito político y en cambio se muestran cómplices con otros sectores del mismo ámbito. Y en paralelo, vemos cómo muchos políticos prefieren ir al espacio de un influencer antes que comparecer ante periodistas. Buscan formas de ser entrevistados distintas a lo que supone hacerlo ante un verdadero vigilante del poder.
El último informe del Instituto Reuters ratifica esa tendencia entre los jóvenes a dar mayor credibilidad a una celebridad o influencer que a los medios que publican noticias. ¿Cree que se trata de un fenómeno transversal entre las distintas capas sociales del mismo grupo de edad?
En general, las personas con mayores índices de educación tienden a mostrar más confianza en las noticias. Una interpretación optimista arrojaría que esto sucede porque esas personas son así de listas. Pero una explicación distinta podría llevarnos a concluir que muchas noticias captan sus intereses y reflejan su visión del mundo. Si nos remontamos a la Edad de Piedra, sin redes ni medios digitales, también había personajes famosos y relevantes a cuya interpretación de los sucesos políticos prestaba atención la opinión pública. Numerosos músicos y escritores estadounidenses se pronunciaron a favor y en contra de la invasión de Irak en 2003. Lo que ha cambiado ahora es que esas celebridades pueden hablar todo el tiempo desde sus propios canales y tienen audiencias muy superiores a las de muchos medios. En España puede constatarse ese poder muy superior de destacados futbolistas o sus clubes. Aunque no suelen hablar de política, saben que si están tentados a hacerlo tendrán una repercusión mucho mayor que los medios de comunicación. Ha pasado cuando se han pronunciado sobre el racismo o durante el procés independentista en Cataluña.
Si no se empieza a captar como consumidores de noticias a esas generaciones que dan más credibilidad a un famoso que a un medio, ¿serán audiencias perdidas cuando lleguen a los 30 y 40 años?
Entre los editores de medios solía cundir una esperanza: “Cuando sean mayores vendrán a nuestros brazos”. En la Edad de Piedra sucedía así. Yo crecí leyendo revistas para niños en papel, viendo dibujos animados en la televisión y escuchando programas infantiles en la radio. Siendo adolescente, cambié todo eso por las revistas para jóvenes, y por la tele y la radio musicales. El salto a lectura de periódicos fue algo natural en esa evolución, combinada con la escucha y visionado de noticias en la radio y la televisión. Mis intereses fueron cambiando a medida que crecía, pero los medios de transmisión se mantenían estables. Las nuevas generaciones crecen en un ambiente dominado por las redes sociales y los teléfonos móviles. Sus intereses cambiarán cuando se hagan mayores, pero no necesariamente saltarán a las páginas web de los medios de comunicación para consumir noticias. Cuando tuve ocasión, tampoco escogí seguir viendo la televisión en blanco y negro ni usar la línea fija de teléfono en lugar de probar las primeras versiones de internet y el teléfono móvil. Las preferencias se cimentan durante la juventud, y si el periodismo no está presente en esas plataformas donde conviven los jóvenes de hoy será muy difícil atraerlos cuando sean mayores.
¿Cuándo tuvo clara su aproximación a las noticias?
Nunca he sido periodista, aunque lo he estudiado como ciencia social. Mi aproximación a ese mundo tuvo lugar en la década de los noventa, repartiendo periódicos de papel durante la madrugada bajo un clima de perros. Después, trabajé en marketing telefónico tratando de convencer a personas que no querían ser interrumpidas durante la cena de que se suscribieran a periódicos.
¿Tuvo éxito con esa misión?
De vez en cuando conseguía alguna suscripción. También trabajé en una pequeña publicación danesa. Y como servidor civil. Ahora, como académico, me dedico a proveer de recursos al periodismo, algo que me interesa por una sencilla razón: me siento concernido con las instituciones que permiten a la gente ser ciudadanos. Mis abuelos dejaron la escuela después de unos años de formación, pero llegaron a ser grandes lectores de periódicos. Mis padres también mantuvieron ese vínculo con la lectura de periódicos, y creo que pertenezco a la última generación en la que esa era la prioridad de la mañana. El periodismo y las noticias han tenido un impacto tremendamente positivo en mi familia, como lo tienen para mucha gente.
Al final terminó dando noticias, aunque sea desde el ámbito académico. Igual que le ocurre al resto de las organizaciones relacionadas con el periodismo, ¿qué clase de presiones recibe el Instituto Reuters?
A veces quienes no salen favorecidos en nuestros informes me lo hacen saber. Si alguien localiza algún error y comprobamos que es cierto, rectificamos. Soy muy afortunado por trabajar en una universidad que concibe la independencia como una prioridad. Además, tenemos el apoyo de la Thomson Reuters Foundation [principal proveedor de fondos del Instituto Reuters]. Las presiones llegan, pero no son comparables a las que sufren los periodistas, y en particular las mujeres periodistas.
Hay periodistas palestinos informando en Gaza tras perder a sus familiares. Muchos han muerto en el intento. Reporteros procesados en Irán, huelgas del sector en Grecia, protestas de periodistas en Italia contra la censura de Meloni, informadores asesinados en América Latina… La panorámica no invita al optimismo.
En Gaza han sido asesinados más reporteros que en ningún otro conflicto armado reciente, según el Comité para la Protección de los Periodistas. Las presiones políticas que reciben en lugares como la India son insoportables. El periodismo afronta un ambiente hostil. También en la Unión Europea. Mientras la situación en Polonia parece mejorar, la realidad en Hungría es desesperante para los medios independientes y sus trabajadores. Es un momento complicadísimo para ser periodista.
Mientras, un 36% de los encuestados en su informe anual trata de evitar el consumo de noticias. La cifra está cerca de niveles históricos de desapego.
Muchos profesionales anglosajones me insisten con frecuencia en que lo suyo consiste en investigar y ser fieros. Suelo responderles preguntando si se han dado cuenta de que las mismas organizaciones donde trabajan recomiendan a la gente qué auriculares comprarse, y suelen ser bastante caros; dónde ir en vacaciones, lo que supone un desembolso relevante; y dónde comprar una vivienda para el verano, algo también bastante caro. Esos mismos medios también publican las crónicas de las obras de teatro más recomendables, las exposiciones de arte más excitantes… El periodismo es investigación, claro. Y también, un servicio. Otro asunto es enfocar la parte de servicio solo hacia los ricos. De alguna manera habría que preguntarse cuáles son las aspiraciones y problemas de personas cuyo principal interés no consiste en dónde ir en vacaciones, qué exposición ir a ver o qué coche comprarse, sino cómo alimentar a sus familias pese a los altos niveles de inflación; cómo conseguir energía para sus hogares ante la subida de precios por la guerra de Ucrania; o cuáles son los mejores colegios públicos donde educar a sus hijos. Este tipo de asuntos no parecen ser prioritarios para muchos medios.
¿El periodismo puede aportar soluciones a esos asuntos?
En muchos casos, probablemente no. En parte, porque nunca se ha intentado. Lo que sí pueden hacer los periodistas es usar las mismas herramientas y experiencia que emplean en contar problemas para identificar a las personas que intentan solucionarlos. Hay un prototipo de historia que suele publicarse en los medios estadounidenses: la investigación sobre un centro educativo problemático en una gran ciudad. Es algo importante de contar: lo que no funciona afecta a los niños, a los profesores, a sus familias… Pero con frecuencia la historia acaba ahí. Y en una gran ciudad hay muchos centros educativos, muchos niños y muchas familias. ¿Por qué no contar la historia de una escuela parecida, con el mismo tipo de estudiantes y recursos, que esté realizando un buen trabajo? Eso no requiere que el periodista encuentre la respuesta a cómo recibir una buena educación pública. Solo es necesario que el reportero cuente cómo ciertas personas tratan de solucionar ese problema. Y que logre captar la atención de la audiencia.
Los enfoques, claro. Y ser creativos. Y menos perezosos.
El periodismo es un oficio muy peculiar. Lo ejercen algunas de las personas con mayor curiosidad innata que conozco. La habilidad para encontrar información y procesarla es en muchos casos impresionante, así como la mentalidad escéptica. Pero esa curiosidad, energía y capacidad de cuestionar todo rara vez se aplica para la propia práctica profesional, lo que supone un menoscabo. Hay demasiado talento y energía en este oficio que lamentablemente se destina a seguir haciendo al día siguiente lo que se hizo el anterior. Y eso es un problema cuando se constata que buena parte de la audiencia ni siquiera se interesó por lo publicado el día anterior. No hay razón alguna para creer que la gente se va a interesar por lo que se publique mañana.
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