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Blogs / El Viajero
El blog de viajes
Por Paco Nadal

El encanto de visitar la isla de Tabarca en invierno

Territorio plano y bañado por una luminosidad cegadora, este es uno de los rincones más deliciosos del Mediterráneo. Una raridad anclada en el tiempo que se vuelve mucho más apetecible y cautivadora en invierno, sin los miles de visitantes diarios que lo saturan en verano

Isla de Tabarca
Barcos atracados al atardecer junto a la isla de Tabarca (Alicante).LUNAMARINA (Getty Images)
Paco Nadal

Es como si un trozo del desierto costero alicantino se hubiera desprendido y, en su huida, hubiese quedado varado en las aguas azules del Mediterráneo. Plana, sedienta, centenaria y bañada por una luminosidad cegadora, Tabarca es la única isla habitada de la Comunidad Valenciana. Un espejismo en invierno de lo que llega a convertirse en verano. Pese a su perfil llano y abierto —los romanos la llamaron Planaria—, fue refugio de piratas berberiscos hasta el siglo XVIII. Y pese a estar a poco más de ocho kilómetros en línea recta de Santa Pola, pertenece al Ayuntamiento de Alicante (que está a 22). Es el barrio más atípico, lejano e irreal de la capital alicantina, objeto de deseo de miles de turistas cada verano por su cercanía y facilidad de acceso.

Lo primero que llama la atención al llegar son las aguas transparentes azul-verdosas que rodean la isla grande y sus islotes satélites: La Cantera, La Galera y La Nao. Y los fondos tan bien conservados, gracias en parte a la declaración del conjunto como Reserva Marina en 1986. El barco que la une con el cercano continente deja al visitante al pie de la muralla que Carlos III ordenó construir para protegerla de los ataques berberiscos, pero que nunca se terminó. Un pequeño arco da paso al pueblo, con sus callejas empedradas que no saben de vehículos a motor, sus casas de cal y adobe y su estampa de otro tiempo. Sobre el conjunto destaca la figura de una gran iglesia barroca. Dada la ausencia de agua y la pobreza de su suelo, Tabarca estuvo siempre deshabitada. Hasta que en 1770 Carlos III mandó construir el poblado y sus murallas para alojar allí a 300 pescadores genoveses que estaban presos del sultán de Argel y por los que pagó un gran rescate. Los genoveses debían evitar con su presencia que los piratas siguieran usando la isla como base. Procedían de la isla tunecina de Tabarqha, por lo que a su nuevo hogar lo denominaron Nueva Tabarca.

Tan idílica estampa salta por los aires en julio y agosto, meses en los que recomendaría encarecidamente evitar pisar Tabarca. Las cifras bailan según la fuente, pero, extrapolándolas, me sale que entre 3.000 y 5.000 personas llegan cada día a este pequeño islote de apenas 1.800 metros de largo por 450 de ancho, con un censo oficial de 52 parroquianos. Abarrotan los restaurantes, las tiendas de souvenirs, los alojamientos y lo que les pongan por delante, convirtiendo el hecho de degustar un caldero tabarquino con un mínimo de sosiego y servicio esmerado en una misión imposible.

La iglesia de San Pedro y San Pablo, en la isla de Tabarca.
La iglesia de San Pedro y San Pablo, en la isla de Tabarca.Marcos del Mazo (LightRocket via Getty Images)

Sin embargo, todo cambia ahora, a finales de otoño y durante todo el invierno. En esta época Tabarca recupera su esencia de aldea pesquera del siglo XVIII. Las líneas marítimas que operan en temporada alta desde Alicante, Benidorm y Torrevieja, cierran. De las que vienen desde Santa Pola, solo queda una en funcionamiento. De los 50 vecinos oficialmente censados, no viven de verdad en la isla en invierno ni una veintena, la mayoría jubilados. Hasta el puente de diciembre aún hay vida; después, la nada… un par de restaurantes, un hotel y otro más que abre algún fin de semana. No hay tiendas ni supermercados. Y los turistas diarios se contarían con los dedos de pies y manos. ¡El rincón más encantador y tranquilo de la costa mediterránea!

Vista aérea de la isla de Tabarca, la única habitada de la Comunidad Valenciana.
Vista aérea de la isla de Tabarca, la única habitada de la Comunidad Valenciana.Brastock Images (Getty Images)

A las cuatro de la tarde, cuando se va el último barco, Tabarca se transforma en un lugar mágico. Las tardes soleadas de otoño e invierno son aquí de un dorado aún más subyugante. El silencio y la nostalgia se apoderan de sus piedras gastadas, de sus muros inconclusos, de sus calas de arenisca afilada por la erosión. De existir el túnel del tiempo, sería algo muy parecido a esto. Los escasos parroquianos y los más escasos viajeros que nos hemos quedado a pernoctar dejamos pasar el día con indolencia, ajenos al bullicio de la costa de enfrente, que pese a estar a solo 11 millas parece quedar a años-luz en el tiempo.

Seguirá siendo así hasta la primavera, cuando los barcos grandes se activen y las hordas vuelvan a tomar la isla. Aproveche hasta entonces y disfrute de esa otra Tabarca.

Una calle sin vecinos ni turistas en la isla de Tabarca.
Una calle sin vecinos ni turistas en la isla de Tabarca.Alamy Stock Photo

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