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De Ankara a Göreme: un viaje por la historia, cultura y gastronomía turcas

Tras visitar los imprescindibles de la capital de Turquía, la ruta lleva a conocer Hattusa, la gran ciudad de los hititas, pasando por los increíbles relieves en piedra del santuario de Yazilikaya e iglesias centenarias excavadas en la roca

Ankara Turquia
Vista de la ciudad de Ankara desde las murallas de la ciudad antigua.Cristina Candel

El hotel Divan Çukurhan se encuentra frente a la entrada principal de la ciudad antigua de Ankara. Este edificio de paredes de adobe, vigas de madera y un gran patio interior, lleva desde el siglo XV alojando huéspedes. Tiene acogedoras habitaciones y eclécticos salones, decorados con objetos traídos por la familia propietaria en sus viajes a África y Oriente, que se mezclan con antigüedades del propio país, grandes máscaras, caballitos y cuadros con barcos en los pasillos, todos ellos de madera. Se encuentra, además, en una localización ideal para recorrer la ciudad antigua, a un paso del Museo de Arte y Arqueología de Erimtan, del imperdible Museo de las Civilizaciones de Anatolia así como de Arslanhane, la mayor mezquita selyúcida con 24 pilares de madera que terminan en capiteles romano-bizantinos de mármol.

Nos vamos rumbo al punto más alto de la ciudad turca y la parte más antigua, el castillo, y nada más atravesar la puerta principal de la ciudad vieja llegamos a una pequeña plaza con coloridos locales para tomar café elaborado a la manera clásica, alguna tienda con los típicos ojos azules de la suerte y pequeñas callejuelas con casas turcas tradicionales, muchas de ellas restauradas y alguna convertida en restaurante de comida local. Así ascendiendo llegamos al mirador de Ankara, y es que desde aquí se ve la ciudad en su totalidad. Al caer la tarde se reúnen en este punto turistas y locales para ver caer el sol coincidiendo con el sonido de la llamada de la última oración del día.

Recorrido gastronómico por la calle Tunali Hilmi

Bajamos a la Ankara moderna. Empezamos por la calle Tunali Hilmi, llena de vida, donde se puede probar, en su infinidad de tiendas, todo tipo de dulces y salados turcos. Partimos del pequeño parque de Kuğulu, con cisnes y riachuelo incluido, muy popular entre sus habitantes y donde en una esquina se encuentra el local Kitir. Aquí sirven la comida rápida local: el Kumpir, una patata asada aderezada al gusto. Aydin, Burak y Onur son los tres jóvenes que llevan este pequeño negocio en el rincón verde de la capital turca.

La siguiente parada es la pastelería Bolulu Hasan Usta, con una inmensa variedad de dulces en su mostrador y donde se pueden pedir delicias con nombres tan curiosos como Ombligo de Dama, elaborado con miel y almíbar; Ekmek kadayifi, pan con almíbar; Tavuk gögsü, que se podría traducir como pudín de pechuga de pollo; o decantarnos por el clásico Baklava. En la misma calle hay tiendas de especias, frutos secos (kuruyemis), pipas recién tostadas y hombres con cestos en la cabeza que venden los simit, panecillos redondos con semillas de sésamo.

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Un vendedor de 'simit' por el casco viejo de la ciudad de Ankara.
Un vendedor de 'simit' por el casco viejo de la ciudad de Ankara.Cristina Candel

Seguimos bajando hasta encontrar el restaurante de falafel favorito de la gente de Anakara, el Kebap 49, que abrió sus puertas en 1949. Hoy Noyan, la tercera generación de este negocio familiar, muestra la historia del local y la de su gran familia de empleados a través de las fotos que hay colgadas en las paredes de sus dos plantas. Aunque su carta es amplia, merece la pena probar, cómo no, uno de sus falafel acompañado de un ayran, una bebida que resulta de la mezcla de yogur, agua y sal que aquí se bebe en gran cantidad en verano.

La calle termina cerca de la blanca mezquita de Kocatepe, que se terminó de construir en 1987 tras dos décadas y es una de las más grandes del mundo. Su espacioso interior, el juego geométrico de sus cúpulas, sus tonos suaves junto con una gran cantidad de pequeñas ventanas, crean un ambiente muy agradable para el reposo y la contemplación. Hay un pequeño armario en una de las entradas con pañuelos que las mujeres pueden tomar prestados.

Banderas con el rostro de Mustafa Kemal Atatürk, fundador de la República de Turquía, en una de las calles del casco antiguo de Ankara.
Banderas con el rostro de Mustafa Kemal Atatürk, fundador de la República de Turquía, en una de las calles del casco antiguo de Ankara.Cristina Candel

El viajero, sobre todo el primerizo, no puede irse de Ankara sin visitar el mausoleo de Mustafa Kemal Atatürk, fundador de la República de Turquía. Muchos turcos le llaman padre y le adoran, otros le acusan de extremista secular, y encontraremos su rostro por toda la ciudad en banderas, pero también en forma de grafitis. Atatürk estaba obsesionado con la europeización de su país, hizo muchos cambios que fueron meramente simbólicos, pero es cierto que contribuyó mucho a la igualdad de la mujer en la sociedad turca.

Rumbo al santuario de Yazilikaya y a la capital hitita de Hattusa

Hay que salir de Ankara para empaparse de la cultura hitita. La primera parada es el santuario de Yazilikaya. Dabut es el responsable de la puerta de acceso y de la pequeña tienda de souvenirs donde se vende la guía de esta excavación y las artesanías que realizan 14 familias de los alrededores. Él mismo con ayuda de un cuchillo está dibujando en una piedra verde a los dioses hititas con una precisión asombrosa.

Yazilikaya, el santuario de roca hitita más grande conocido.
Yazilikaya, el santuario de roca hitita más grande conocido.Cristina Candel

Este es el santuario de roca hitita más grande conocido. Los perfiles en roca de las deidades en fila nos acompañan a la entrada hasta llegar a la escena principal que forman los dioses Teshub y Hebat, Dios de la Tormenta y del Sol, respectivamente. Frente a ellos, el relieve más grande de la cámara: Tudhaliya IV, el gran Rey de Hattusa. Su tumba se encuentra en la cámara contigua —a la que se accede por un estrecho pasillo— que fue mandada construir por su hijo, Suppiluliuma II. Aquí un impresionante relieve de Tudhaliya IV acompaña a los 12 Dioses del inframundo.

La capital de los hititas, Hattusa, se encuentra a pocos kilómetros de este lugar de culto. Patrimonio mundial de la Unesco desde 1986, sus excavaciones comenzaron allá por el 1906 por el Instituto Arqueológico Alemán y continúan en la actualidad. El recorrido se suele realizar en coche, ya que cubre varios kilómetros, pero podemos parar siempre que queramos. Las paradas más importantes están señalizadas con carteles explicativos.

Desde este alto promontorio se divisa gran parte de la antigua ciudad hitita; aquí se encuentra la puerta de los leones, la imagen más conocida de Hattusa; unos kilómetros más allá se puede pasar por un túnel que da una idea de la anchura de las que fueron sus murallas; y en lo alto del mismo espera la puerta de las esfinges; las originales se encuentran en el museo de la ciudad cercana, en el Museo Boğazköy, donde a través de estas y otras piezas halladas en las excavaciones uno puede llegar a entender cómo fue capital del imperio hitita. Muestra objetos cotidianos, vasijas, vasos, esculturas, un sarcófago de arcilla y tablillas, también de arcilla, que cuentan la correspondencia entre Ramsés II y Hattusili III y las buenas relaciones que tenían.

La puerta de los leones, la imagen más conocida de la ciudad hitita de Hattusa (Turquía).
La puerta de los leones, la imagen más conocida de la ciudad hitita de Hattusa (Turquía).Cristina Candel

Otras paradas de la ciudad de Hattusa son la puerta del dios de la guerra, cuyo relieve original se guarda en el museo de las Civilizaciones de Anatolia en Ankara, y la cámara de culto, construida por el último rey de Hattusa alrededor del año 1.200 antes de Cristo, llena de jeroglíficos que se piensa podía ser una entrada simbólica al inframundo.

Entre ciudades subterráneas e iglesias en la Capadocia

Ya en la región de Capadocia, la siguiente parada de la ruta es Kaymaklı, una ciudad subterránea de 16 pisos, excavados, según se cree, por los hititas y ocupados por diferentes culturas a lo largo de los siglos. Se visitan cuatro de ellos, y es increíble imaginar la vida de las 3.000 personas y animales en estas ciudades cuando tenían que sobrevivir encerrados durante meses a las invasiones de otros pueblos. Había cocinas comunitarias, establos, incluso cementerios, y en cada piso una zona para producción de vino, tal era su importancia. Estas cuevas tenían ventilación con el exterior, pozos, canales de comunicación entre los pisos y, en algunos casos, túneles de varios kilómetros entre las diferentes ciudades subterráneas, como la vecina Derinkuyu.

La ciudad subterránea de Kaymaklı (Turquía).
La ciudad subterránea de Kaymaklı (Turquía).Cristina Candel

A una media hora en coche espera Göreme. Sus más de 1.000 iglesias excavadas en roca contienen las primeras pinturas murales de los cristianos, que usaban los frescos para enseñar esta nueva religión hace 1.500 años, eran los seguidores de Basilio el Grande. El conjunto que forman las iglesias es tan bello por dentro como por fuera y se recomienda dedicar unas cuantas horas para poder entrar en las máximas iglesias posibles y disfrutar de sus maravillosos frescos, en muchos casos recién restaurados. La primera que aparece al subir la rampa es la iglesia de la Hebilla, es la más antigua y la de mayor tamaño. Y así se suceden las iglesias, la de Karanlik Kilise o iglesia oscura con su pantocrátor, la iglesia de la manzana o Elmalı Kilise, con un fresco de la última cena, la iglesia sin nombre.

Nos trasladamos después al pequeño pueblo de Çavuşin, que fue una antigua ciudad grecoromana, para terminar el recorrido en el restaurante Bala Per. Frente a esta ciudad excavada damos buena cuenta de los rollitos de queso y verduras que son los Börek, del delicioso platillo de yogur, pepino y menta que es el Cacik, para terminar con un cordero cocinado durante horas en una vasija sellada de barro.

Los elaborados frescos en el interior de una de las iglesias de Göreme.
Los elaborados frescos en el interior de una de las iglesias de Göreme.Cristina Candel

Vuelta a Ankara

Tomamos la carretera de vuelta a Ankara y pasamos por el río Kizilirmak o río Rojo, el más largo de Turquía que tras un recorrido de 1.200 kilómetros va a dar al Mar Negro. La arcilla roja que le da nombre es muy preciada por los alfareros turcos y no es difícil encontrar pequeños ceramistas que venden sus piezas a ambos lados de la carretera.

Desde el coche se suceden en la gran planicie las plantaciones de albaricoques, manzanos, trigo, calabaza o patata, así como las fábricas de cerámica y piedra pómez.

Al otro lado de la carretera, el río salado Tuz Gölü, sagrado para los hititas, al cual dotaban de propiedades curativas. En verano se seca y se puede caminar sobre él. De sus aguas se obtiene gran parte de la sal para las cocinas de todo el país y, si se tiene suerte, se verá volar algún cernícalo o flamenco que suele anidar aquí.

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