Doce faros españoles que invitan al placer del descubrimiento
Del hotel Faro de Lariño, en plena Costa da Morte, al isabelino de Cala Figuera, en Mallorca, torres que brillan por su arquitectura y los escenarios que contemplan
Invitan a una caminata por la belleza inhóspita de la reserva tinerfeña del Malpaís de la Rasca o a comprender por qué Woody Allen se prendó de la península asturiana de San Juan de Nieva. De los 187 faros que iluminan el litoral español, elegimos 12 poco conocidos que reservan al viajero el placer del descubrimiento. Además, el horario invernal facilita asistir a su encendido antes de la cena.
1. Parada y hotel
Punta Ínsua, Carnota (A Coruña)
El equilibrio entre urbanismo y medio costero hace del faro de la playa de Lariño un elemento fotogénico de primera magnitud. Su torre troncopiramidal se erige sobre una costa baja de arena que al rastrillarla con los dedos muestra un blancor, una sutilidad insuperable. Al edificio, centenario desde el año pasado, lo encima una linterna de hierro fundido con doble balconada, apantallada para no desvelar al vecindario con sus aspas de luz. La profusión de sectores rojizos en la óptica indica una Costa da Morte festoneada de escollos traicioneros. Lo que antes era vivienda aloja desde el verano pasado el hotel Faro de Lariño, con nueve habitaciones tematizadas —dos de ellas incluyen terraza y bañera de hidromasaje—, a lo que hay que añadir la taberna Ariete, evocadora del cercano naufragio de la fragata española homónima en 1966. Rodeando el faro con el móvil, merced a la tecnología inalámbrica NFC, se obtiene información de la zona.
2. Al gusto de Woody Allen
Avilés, Gozón (Asturias)
Su luz ejerce un poderoso magnetismo desde la península gozoniega de San Juan de Nieva, por lo que a nadie debería extrañar que sirviera de exterior a la película Vicky, Cristina, Barcelona (2008), de Woody Allen. Siguiendo el curso oriental de la ría avilesina, y tras el puente rocoso del Caballo, destaca la torre octogonal del faro de Avilés (o de Nieva) rematada por una cornisa de ménsulas y balconcillo, todo original de 1863 y cuyo revestimiento guarda el color ocre de décadas de contaminación causada por las chimeneas siderúrgicas. La cúpula esférica se presenta acristalada para orientar la navegación aérea, y un sector rojo alerta del bajo del Petón: todo capitán que navegue divisando este color está abocado al naufragio. En el recinto se observa un ancla tipo almirantazgo que parece un guiño al Museo de Anclas que se atisba en el horizonte, mientras que para alcanzar la sirena rodearemos el profundo tajo de la Covallonga. El culto al arroz con pollo tiene por nombre Casa Belarmino.
3. Sometido a los temporales
El Pescador, Santoña (Cantabria)
El del Caballo es el faro que más concita la atención en el cántabro monte Buciero. Al otro, el del Pescador, acceden los más intrépidos rodeando el macizo y bajando la larguísima escalinata del faro del Caballo. La manera más directa y cómoda de llegar al que nos ocupa pasa por aparcar en el cementerio de la playa de Berria, a la vista del centro penitenciario de El Dueso, embocando después 2,5 kilómetros de carretera restringida al tráfico. Ya desde la batería del Águila se observa el Pescador (1864), asentado sobre una terraza artificial rodeada de encinares y elevado 39 metros sobre el Cantábrico, altura que se barrunta insuficiente frente a las galernas; una de las ellas, en 1915, arrancó de cuajo el primer piso. Hubo que pintar de blanco la torre troncocónica construida con piedra de la zona, visto que se mimetizaba con el paisaje. A la óptica, con anillos dióptricos y catadióptricos, la protege una nueva linterna de acero inoxidable.
4. Iluminando Francia
Higer, Hondarribia (Gipuzkoa)
La visita no acaba en el casco antiguo de Hondarribia, sino que debería continuar hasta encarar el Cantábrico en un punto intermedio entre la desembocadura del río Bidasoa y el macizo de Jaizkibel. La particularidad más destacable del faro de Higer, en servicio desde 1881, es su imagen agraciada. Aparcando junto a su base se aprecia la sección cuadrangular primero y octogonal después. Este alminar neoclásico se yergue 21 metros y, si se añade la elevación de la colina, tenemos que su señal luminosa brilla a 65 metros de altura. Acusando la influencia francesa, el rojo burdeos estiliza la linterna aeromarítima (1956) completamente acristalada que guiaba los aviones del aeropuerto guipuzcoano. Hay merenderos en el cabo de Higer y muy cerca se halla el islote de Amuitz, así como la secreta cala de los Frailes, de tradición nudista.
5. El descubrimiento
Salou (Tarragona)
Este faro pasó de ser uno de los menos visibles de España —por culpa de la expansión urbanística— a destino turístico gracias al acondicionamiento en 2014 del paseo de ronda con pasarelas de madera y empalizada. La policía municipal de Salou franquea el acceso entre las diez de la mañana y el anochecer. Dejaremos el coche en el faro (una alternativa es la rotonda de la calle de la Cala Crancs) y enseguida reclaman nuestra atención las antenas de Salvamento Marítimo y del radiofaro, lo mismo que un muestrario de plantas autóctonas con cartelas indicativas. Rodearemos el edificio rectangular de 1858 y frente a la óptica, que vislumbraremos al detalle, tocaremos a nuestra espalda una rosa de los vientos pétrea. Luego se desciende a un estupendo mirador dotado con un panel que ayuda a reconocer aves marinas y donde esperar a que el faro, mediante un grupo de cuatro destellos cada 20 segundos, sirva de recalada al puerto de Tarragona. Por la mañana se impone tomar el sol en la cala Crancs.
6. Un respiro urbanístico
Cabo de las Huertas (Alicante)
Atrae la manera en que esta finca de 52.000 metros cuadrados se ha erigido en el último bastión natural del cabo de las Huertas, urbanizado hasta la náusea. Su vivienda farera se debate actualmente entre albergar un restaurante o un centro cultural. Como desde la verja de entrada apenas se aprecia nada, lo suyo es empezar a pie en la playa de San Juan para doblar el cabo sin perder de vista el faro de hormigón (1980). Este quiere dar una respuesta vertical a la casi horizontalidad del cabo con su óptica dióptrica de 500 milímetros de distancia focal. En la punta rocosa existe una restinga amenazadora para la navegación, contigua a donde los pescadores clavan sus cañas. Pero es poco después cuando se manifiesta la manera en que el Mediterráneo ha modelado el blancuzco monte de las Matas creando formas sugestivas aprovechadas por bañistas a pleno cuerpo. Quien reniegue de volver al coche puede continuar por la senda costera hasta la playa de la Albufereta.
7. Luz de la bahía
Cala Figuera, Calvià (Mallorca)
En los días borrascosos este faro representaba la diferencia entre la vida y la muerte para la navegación entre Palma y la Península. A partir de la bonita playa de Portals Vells, con interesante cueva excavada, hay que caminar tres kilómetros de vía de servicio asfaltada hasta el imponente faro isabelino de Cala Figuera, de 1860 (no confundirlo con el puerto homónimo de Santanyí). En el extremo sur de la bahía de Palma se ejemplifica cómo el hecho de ser zona militar ha permitido que la naturaleza balear siga siendo aquí tal cual era.
A la estilización del torreón de sillería no es ajena su negra franja helicoidal. Recrecido 10 metros hasta los 24,5 metros, fue dotado con una de las dos linternas aeromarítimas con que cuentan las islas Baleares. Dispone de óptica giratoria BBT de 250 milímetros y lámpara de halogenuros metálicos de 250 vatios. Al ser una zona ventosa, hay que ir bien abrigados.
8. Una torre de 1865
Punta de la Chapa, Cartagena (Murcia)
En la bahía de Portmán —nombre derivado del Portus Magnum, capaz de albergar una flota romana— sigue paralizado el proceso de extracción de los estériles mineros que la colmataron. Tirando hacia la playa del Lastre entramos en el parque regional de Calblanque, Monte de las Cenizas y Peña del Águila. Antes de llegar al chiringuito El Cubano (+34 699 10 29 98), en el que luego degustaremos pescado, pulpo o calamares, nace la subida a pie de 400 metros hasta la punta de la Chapa. Del primitivo faro, de 1865, resta la torre, a la que se añadió en 1929 la linterna que cobija la óptica de horizonte iluminada por una lámpara de ledes. Es obligado entrar después en la abandonada batería costera, de apoyo a la de Cenizas (quien esté en forma puede subir a Cenizas en una hora por un sendero de 295 metros de desnivel). Desde el acantilado se divisa el cabo Negrete; hacia Cartagena, sobrecoge al atardecer la sierra de la Fausilla.
9. En una pequeña Doñana
Sabinal, El Ejido (Almería)
La presencia de 270 especies de aves dan méritos al paraje y reserva natural almeriense Punta Entinas-Sabinar. Y es precisamente el acceso a pie de 1,3 kilómetros hasta el faro de Sabinal un lugar excelente para, entre dos lagunas de las salinas de Cerrillos, poder atisbar —mejor en primavera— flamencos y gaviotas picofinas. Luego asoman brillantes bosquetes de sabinas y lentiscos. Los restos del faro primitivo, por efecto de la regresión costera, se hallan sumergidos, salvo la torre original de 1863, trasladada piedra a piedra hasta su actual ubicación. Fue reinaugurado en 1926, ametrallado en 1936 y fisurado por un terremoto dos décadas más tarde, razón del anillo de fibra de carbono con resina que aún conserva la torre troncocónica. Dispone de óptica cilíndrica de tambor giratoria de paneles dióptricos. A medio kilómetro se practica el naturismo, en estas fechas sin peligro de ser devorado por los mosquitos.
10. Sobre el adarve
Melilla
El faro de Melilla hay que buscarlo en el primer recinto amurallado (1515), emplazado a la medida de un peñón rocoso decapitado. Diversos obuses de Trubia salpican el paseo por el adarve hasta el faro, con su torre y su vivienda de dos plantas. Se erigió en 1918 utilizando como material constructivo la piedra ostionera, integrada por restos de conchas marinas; hoy aloja la Fundación Melilla Monumental, repleta de fotos históricas de la edificación. Es posible, entre semana y acompañados por personal de la fundación, acceder a la azotea panorámica, donde se observa a placer la óptica de horizonte y ocultaciones (más tiempo encendida que apagada). La foto se impone por la tarde, pasando por la antigua cantera y un escarpe denominado Cabeza de León por sus evidentes semejanzas. Cerca están las cuevas del Conventico.
11. De trazas morunas
La Entallada, Tuineje (Fuerteventura)
El Cabildo de Fuerteventura está ultimando el proyecto de musealización de este remoto faro enmarcado en un paisaje lunar. Su acceso resulta angosto y sin quitamiedos en sus últimos 1,5 kilómetros, por hallarse dentro del monumento natural de los Cuchillos de Vigán, de afiladas montañas y valles en forma de herradura. El arquitecto Carlos Alcón proyectó en 1953 estas seductoras arcadas morunas, que se prolongan con un mirador sobre el acantilado. Con piedra de basalto, cal y arena se levantaron las dos plantas en los cuerpos simétricos. Y para aristas, zócalos e impostas se usó la piedra roja de la montaña Bermeja, en Tefía. Otro aliciente es la torre prismática con linterna diáfana y óptica Barbier, Bénard & Turenne de 375 milímetros de distancia focal, con lámparas de halogenuros metálicos de 400 vatios, cuyos haces de luz utilizaron las primeras pateras para orientarse en el más corto brazo de mar —96 kilómetros— que separa Canarias de África. Reservar parrillada de pescado en el restaurante Las Playas (+34 928 87 03 67), en Las Playitas.
12. Territorio guanche
Rasca, Arona (Tenerife)
El faro de Rasca semeja un alfil alertando del extremo meridional de Tenerife. A partir del castillo que se conserva en la urbanización Palm-Mar comenzamos a costear durante tres kilómetros por un campo de lavas de belleza inhóspita, como solo atesora la reserva natural especial del Malpaís de la Rasca, de importancia ornitológica y cetológica, sin contar su zona arqueológica. Todo son vestigios del pueblo guanche: concheros, goros (rediles), restos de cabañas… El faro cilíndrico de 1978, pintado con seis franjas blancas y rojas y equipado con luminaria de ledes, sustituyó al situado a su lado, de 1899, de una sola planta y linterna octogonal. Ambos comparten un escenario de cardones y tabaibas en donde el sol dibuja magníficos atardeceres. Llevar agua.
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